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– Déjese de cuentos, señora Saint Germaine. Sé quién es. Personalmente pienso que no merece ser la hija de Lily, pero ella me pidió que la llamara. Por alguna razón piensa que vale la pena hacerlo.

Hope rió.

– ¿De verdad? Qué interesante. Siga, detective.

– Ha sufrido un infarto. Y no se encuentra bien -explicó-. Es posible que muera.

Hope permaneció en silencio unos segundos, al cabo de los cuales preguntó, impaciente:

– ¿Y qué tiene eso que ver conmigo, detective?

– ¿Es que no ha oído lo que he dicho? Su madre se está muriendo.

– Sí, lo he oído. Pero no comprendo por qué me llama.

Santos se sorprendió. Sabía que era una mujer despiadada y fría. Pero no esperaba tal carencia de remordimientos, de sentimientos, incluso de tristeza en su voz. No tenía corazón.

Respiró profundamente para controlar el odio que sentía por ella. Parecía alegrarse por la posible muerte de Lily.

– Quiere verla. Quiere hacer las paces con usted.

– Lo siento, detective, pero eso no es posible.

– ¿Está diciendo que…?

– Exacto.

– Está muriéndose, y quiere verla. Es su último deseo.

– Eso no tiene nada que ver conmigo.

– Por favor -rogó-. Se lo ruego. Acceda a verla. Permita que muera feliz.

– No, gracias -dijo con suavidad, como si estuviera hablando con algún vendedor de libros o seguros-. Buenos días.

Entonces colgó. Santos miró el auricular, incrédulo y furioso. Le había colgado el teléfono. Se había negado a ver a su madre en su lecho de muerte.

Estaba decidido a darle una lección, a golpearla en su punto más débil. No permitiría que tratara a Lily de aquel modo. Había intentado que el último deseo de Lily se hiciera realidad a toda costa, pero ya que no era posible se las arreglaría para concederle, al menos, parte del deseo.

Habló con el médico para conocer los últimos detalles sobre su estado, dejó el número de su busca a las enfermeras y salió del hospital en dirección a su coche. Una vez dentro, conectó la sirena y arrancó a toda velocidad. Su condición de policía le permitía ciertos lujos ajenos al resto de los ciudadanos.

Se plantó en la mansión de Glory en menos de quince minutos y detuvo el vehículo con un frenazo en seco. Un vecino, que estaba leyendo el periódico en el jardín, salió corriendo en cuanto lo vio. Santos supo que informaría inmediatamente a su familia de que Glory Saint Germaine tenía algún tipo de problemas.

Divertido, salió del coche. Glory iba a convertirse en centro de las habladurías vecinales.

Su antiguo amor tardó unos segundos en abrir la puerta. Cuando lo hizo pudo ver que llevaba vaqueros y una camiseta. No estaba maquillada, e iba descalza. Al contemplarla de aquel modo, tan natural y hasta cierto punto vulnerable, recordó el pasado y sintió un terrible dolor.

En cualquier caso intentó olvidar sus sentimientos personales. Aquella mujer no era la misma persona. De hecho, la persona de la que se había enamorado no había existido nunca.

– ¿Qué quieres? -preguntó ella, nerviosa-. ¿Qué ha ocurrido?

– Tienes que venir conmigo. Es un asunto policial.

– ¿Ir contigo? ¿Qué quieres decir? ¿Estoy arrestada?

– No, en absoluto. Pero te necesito en la central. Debo hacerte unas preguntas.

– ¿Se trata de otro asesinato? ¿Está involucrado el hotel? ¿Se trata de Pete…?

– Podemos discutirlo por el camino. ¿Puedes venir conmigo?

– De acuerdo -respondió, dejándolo entrar-. Iré a ponerme unos zapatos y a recoger el bolso.

Mientras esperaba, Santos miró a su alrededor. A la izquierda del enorme vestíbulo se encontraba el salón, y a la derecha la biblioteca. Como la mayor parte de las casas de Garden District se trataba de una mansión antigua, de finales del siglo XIX, con grandes ventanas y balcones, suelos de madera y detalles escultóricos.

Esperaba que fuera un lugar algo sobrecargado, más un museo que una casa. Pero debía admitir que no resultaba ostentoso, sino cálido.

– Pareces perplejo -declaró ella al regresar.

– ¿De verdad?

– Sí. Tal vez esperabas una casa distinta.

– Siento decepcionarte, pero no esperaba nada.

Glory se ruborizó.

– Para que pudieras decepcionarme tendrían que importarme tus opiniones. Y no es así -se defendió.

– Perfecto. Ahora, si estás preparada…

Juntos entraron en el interior del vehículo, sin hablar. Una vez dentro, Santos la miró.

– Ponte el cinturón de seguridad. Es la ley.

Glory obedeció. Poco después avanzaban por la avenida Saint Charles, como si fueran a Lee Circle. Pero en lugar de eso, Santos se dirigió al oeste.

– Pensé que íbamos a la comisaría..

– Eso dije. Pero mentí.

Glory lo miró, alarmada.

– Deja que baje ahora mismo de este coche. ¿Me has oído, Santos? Exijo que te detengas.

– Lo siento, pero no puedo hacerlo. Hay cierta persona que te necesita. Alguien a quien quiero mucho. Y no pienso fallarle.

– Eso es ridículo, ¡Si no detienes el coche tendré que denunciarte por secuestro!

Santos rió.

– No seas melodramática. No te estoy raptando. Sólo vamos a dar un pequeño paseo.

– Contra mi voluntad. Eso es un rapto.

Glory llevó la mano a la palanca de la portezuela, con la intención de abrirla. Santos se dio cuenta y aceleró.

– Si yo fuera tú no intentaría saltar.

– Eres un canalla. Haré que te retiren la placa.

– Es la segunda vez que me amenazas con lo mismo. Yo diría que padeces de un caso grave de envidia.

– Vete al infierno -lo miró.

– De acuerdo, pero primero deja que te cuente una historia. No tuve más remedio que comportarme de este modo, porque de lo contrario no me habrías escuchado. Pero te aseguro que si después de contártela aún quieres bajarte del coche, podrás hacerlo con mi bendición.

Glory se cruzó de brazos.

– Muy bien. ¿Qué historia es esa?

– Una que trata sobre una madre y una hija -respondió, con la mirada fija en la carretera-. La madre en cuestión amaba a su hija más que a otra cosa en el mundo. Quería que tuviera una vida mejor que la que ella había llevado. La desafortunada mujer había sido prostituta, la «madame» de un burdel, para ser exactos, que había pertenecido a su vez a su madre y a su abuela.

Santos notó que había conseguido su atención, de manera que continuó hablando.

– Pues bien, la madre consiguió arreglar las cosas para que su hija tuviera una identidad nueva, para que se marchara a estudiar a un colegio donde nadie la conociera, lejos de allí. Lejos del lugar del que procedía. Pero la hija tenía sus propios planes. No quería a su madre, y había decidido utilizarla para huir de aquello. Mintió a todos, incluso al hombre con el que se casó más tarde. Rompió el corazón de su madre y se negó a verla de nuevo a pesar de las súplicas de la mujer que la había traído al mundo. Y cuando estaba a punto de morir realizó el último acto de crueldad negándose a verla en su lecho de muerte, negándose a acceder al único deseo de su madre.

Pasaron los segundos sin que nadie abriera la boca. Al cabo de un rato Glory se aclaró la garganta, intrigada. Aquella historia la había emocionado más de lo que estaba dispuesta a admitir.

– ¿Y qué tiene que ver todo eso conmigo?

– Deja que continúe. La hija consiguió casarse con un hombre poderoso y tuvo su propia hija. Pero nadie conocía la verdad. Nadie puso en duda la historia que había inventado sobre unos supuestos padres que habían muerto tiempo atrás.

– Por favor, Santos, tengo que estar en el hotel dentro de un par de horas -protestó, mirando su reloj-. ¿Podrías ir directamente al grano? Si tienes algo que decirme, hazlo.

– De acuerdo. Cuando se marchó de la mansión de su madre, la hija empezó a estudiar en un elegante colegio de Menfis y dijo a todo el mundo que sus padres habían muerto durante un viaje en el extranjero.