Glory tomó su mano y lo miró durante varios segundos, emocionada. Acto seguido, asintió.
– Llévame con mi abuela.
Capítulo 46
Glory miró a la anciana mujer, pálida bajo las sábanas del hospital. Parecía tan frágil, conectada a aquellas máquinas, que parecía que no habría resistido una simple ráfaga de viento.
Aquella mujer, aquella desconocida, era su abuela. La emoción la embargó. Había estado a punto de perderla sin tener, siquiera, la oportunidad de conocerla.
Tomó una silla y se sentó junto a la cama. Después agarró su mano. La piel de Lily era tan blanca y tan transparente que casi podía ver todas sus venas. Pero estaba caliente. Aún vivía.
Se sentía mareada, como si hubiera bebido demasiado, como si le faltara el oxígeno. Aún no había asumido del todo lo que acababa de descubrir gracias a Santos.
En el espacio de unos cortos minutos había descubierto que tenía una familia y una historia que ni siquiera sospechaba. Procedía de una larga saga de mujeres que habían trabajado como prostitutas para ganarse la vida. Respiró profundamente y se recordó a sí misma, en su adolescencia, riendo con varias amigas mientras murmuraban cosas sobre la famosa mansión de las Pierron, sobre las cosas que hacían en el interior de aquella casa.
Y ahora resultaba que aquellas mujeres eran su familia. Formaba parte de aquel lugar.
Temblando, apretó los dedos sobre la mano de Lily. También había descubierto algo que no había querido aceptar hasta entonces: que su madre era una mentirosa, un verdadero fraude en todos los sentidos. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Todas las historias que le había contado su madre sobre sus supuestos abuelos eran completamente falsas.
Sintió pánico, y desesperación. Estaba allí, apretando la mano de una mujer moribunda a la que no conocía de nada, rogando que no se muriera.
No podía comprender a su madre. No entendía que hubiera mentido de aquel modo a sus seres queridos, a las personas que se suponía que amaba. A su hija, a su difunto esposo, a todos.
A todos.
Glory pensó en Philip y en las cosas que le había enseñado con respecto al amor que debía profesar hacia la familia. Su propia madre había intentado robársela.
En la desesperación del momento empezó a dudar de sí misma. Se dijo que ni siquiera podía saber quién era en realidad cuando gran parte de su propia vida había sido un fraude.
Entonces pensó en la preciosa casa de River Road, en el viento soplando sobre los inmensos robles, en el crujido del entarimado. Se había sentido cómoda en aquel lugar, como si perteneciera a él, antes incluso de que Santos hablara, antes de que viera las fotografías, antes de que conociera la verdad. Aquél era su hogar.
En aquel momento, Santos entró en la habitación. Glory supo que era él, aunque no podía verlo porque estaba de espaldas a la puerta. Como siempre, notaba su presencia física. Habían pasado diez años desde que se separaran, pero aún la afectaba.
Estuvo a punto de gritar, hundida. Se giró y lo miró, llena de preguntas sin respuesta.
Pero Santos sólo tenía ojos para Lily.
Glory lo olvidó todo de repente y sintió un terrible dolor por Santos. Sus ojos estaban llenos de amor, y de miedo. Ya había perdido a su verdadera madre y ahora estaba a punto de perder a su madre adoptiva.
Sin conocerla, Glory sabía que Lily había sido una gran mujer. Una mujer muy especial aunque su profesión no despertara precisamente el aprecio de los bien pensantes. Una mujer capaz de llegar al corazón de un chico duro y cínico al que la vida había golpeado de forma injusta. Una persona capaz de cambiar su existencia por el sencillo procedimiento de amarlo y de creer en él.
Herida, Glory miró de nuevo a Lily. Santos no necesitaba su compasión. No le habría gustado. Habría interpretado que era simple piedad, o algo peor. Santos pensaba que ella era como su madre.
Pero no era cierto. Una vez más, se preguntó cómo era posible que Hope hubiera leído aquellas cartas sin sentir nada, sin reaccionar, sin contestar siquiera. No tenía corazón.
Entonces recordó la escena de la bañera, una de las muchas torturas que había sufrido de sus manos. Recordó sus terroríficas palabras, mientras le frotaba todo el cuerpo con aquel cepillo, y se estremeció. Ahora comprendía su locura. Comprendía su obsesión con la religión, su repugnancia hacia todo lo físico, hacia todo lo natural. Y su comportamiento resultaba, no obstante, más condenable.
– Resulta difícil de creer que sean madre e hija -murmuró Santos, que se detuvo junto a Glory-. No se parecen nada. Eso puedo asegurártelo.
Glory no necesitó más explicaciones. Sabía muy bien lo que quería decir.
– ¿Qué ha dicho el médico?
– No mucho. Su estado sigue estacionario. Descansa, pero podría despertar en cualquier momento.
– Parece tan frágil. Ojalá pudiera decirte que se pondrá bien.
– No puedes hacerlo. Nadie puede -la miró.
Glory sintió su dolor, su soledad, su miedo. Quiso tocarlo, abrazarlo y animarlo con su propio contacto. Pero estaba segura de que la rechazaría, o de que se reiría de ella. No tenía derecho a tocarlo. Había perdido aquel derecho muchos años atrás.
– No, no puedo decírtelo, pero lo siento. Lo siento sinceramente.
Santos la miró. Entonces supo que le agradecía su presencia. Glory se sintió muy cerca de su antiguo amor, de un modo que no había sentido con nadie salvo con él. De una forma que echaba de menos.
– Santos, yo…
– Tengo que llamar a la comisaría. Si despierta mientras tanto, ¿me avisarás?
– Por supuesto. Te avisaré de inmediato.
Sin embargo, Lily no despertó. Ni entonces, ni durante las seis horas siguientes. Glory no salió de la habitación salvo para llamar al hotel, para ir al servicio y para comprar unas patatas fritas y un refresco. No podía soportar la idea de encontrarse lejos si su abuela despertaba. Temía que muriera sin haber llegado a hablar con ella. Algo que no podía, ni debía, suceder.
Santos tampoco se apartó de su lado. De manera que compartieron el pequeño espacio de la habitación como dos adversarios que estuvieran obligados por las circunstancias, sin hablar, sin animarse, sin intercambiar siquiera miradas de apoyo.
Al final, Lily gimió. Santos se levantó de golpe y corrió a su lado.
– Lily, Lily… -dijo, mientras tomaba su mano-. Soy yo, Santos, estoy aquí.
Lily abrió los ojos y lo miró. Pero no podía hablar.
Glory respiró profundamente. Su corazón latía a toda velocidad. Tenía miedo. Miedo a que la rechazara la mujer que tanto deseaba conocer, miedo a no estar a la altura de sus expectativas, miedo a decir algo inapropiado que pudiera hacerle aún más daño.
– Lily -declaró Santos con suavidad-, hay alguien que quiere verte.
Glory se levantó y caminó al otro lado de la cama. La anciana mujer la observó con intensidad. Y a pesar de su terrible estado, la hija de Hope reconoció la esperanza y el reconocimiento en sus ojos.
– ¿Glory?
– Sí, abuela, soy yo. ¿Qué tal estás?
Glory miró a Santos como esperando que la animara de algún modo. Cosa que hizo, sonriendo.
– He esperado tanto tiempo… -acertó a decir Lily.
– Yo también, abuela -la tomó de la mano-. Me alegro mucho de estar a tu lado.
Lily apenas tenía fuerzas. Su mano se cerraba sobre la de Glory como si fuera la mano de un bebé. Intentó decir algo, pero no pudo. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano.
– Y.. tu madre?
Glory no sabía qué decir. No quería herirla con la verdad.
Santos se apresuró a intervenir.
– No pudo venir -dijo con rapidez-. Tenía una cita y no podía…
No terminó la frase. Sabía que no había conseguido engañarla. Lily cerró los ojos y empezó a llorar.
A Glory se le rompió el corazón. Maldijo a su madre y apretó la mano de Lily.
– Pero yo he venido, abuela. Yo he querido venir -la miró, sonriendo-. Quiero que lleguemos a conocernos. Quiero que recobremos todo el tiempo perdido.