– Me alegra poder ayudar -sonrió-. Me llamo Rick, ¿y tú?
Santos estrechó su mano, algo incómodo con la situación.
– Víctor.
– Me alegro de conocerte. ¿Adónde te diriges, Víctor?
– A Baton Rouge. Mi abuela está en el hospital -mintió-. Se encuentra bastante mal.
– Vaya, lo siento. Pero tienes suerte -sonrió-. Precisamente voy a la universidad.
Santos sonrió.
– Magnífico. No me gustaría tener que volver a la carretera con el frío que hace.
– En la parte de atrás llevo un termo con café caliente.
– No, gracias -dijo, mientras observaba el flamante interior del vehículo-. ¿Cuánto tiempo llevas en la universidad?
– Este año termino la carrera de psicología.
Santos pensó que su madre siempre había insistido en que siguiera estudiando y se sintió muy culpable. No había podido mantener su promesa.
– Y que se supone que hace un licenciado en psicología?
– Ayudar a la gente con problemas, ya sabes. Estudiamos todo tipo de problemas mentales. Y te aseguro que algunos son absolutamente increíbles. No puedes ni imaginarios.
Víctor recordó el rostro de su madre y se dijo que podía imaginarlo perfectamente. La había asesinado un maldito psicópata.
– Estoy un poco cansado -dijo el chico-. ¿Te importa si no hablamos durante un rato?
– No, claro que no -sonrió-. Pareces cansado. Si quieres echar una cabezadita, hazlo. Te aseguro que no me dormiré al volante.
Santos lo miró. Había algo inquietante en aquel individuo. Algo como arañar una pizarra.
– Gracias, pero estoy bien.
Rick se encogió de hombros.
– Como quieras. Aún nos quedan dos horas de viaje.
Rick encendió la radio y cambió de emisora hasta que encontró una canción que le gustaba. Era Satisfaction, de los Rolling Stones.
Santos se recostó en su asiento y miró por la ventanilla del coche, observando el tráfico. Poco a poco fue relajándose. Por primera vez en mucho tiempo se encontraba cómodo. Respiró profundamente y casi dormido se dijo que esta vez no lo encontrarían. Cuando fuera mayor, cuando ya no pudieran capturarlo, regresaría para encontrar al asesino de su madre.
Poco después despertó sobresaltado. Como sucedía a menudo, había soñado con Lucía, y con Tina. Se pasó una mano por la frente y la encontró cubierta de sudor. En la pesadilla, las dos mujeres gritaban pidiendo su ayuda, pero no conseguía llegar a tiempo.
En aquel momento el coche pasó por encima de un bache. Santos miró a su alrededor, confuso y desorientado.
– Al parecer ya te has despertado…
Santos sonrió, avergonzado.
– Lo siento, no tenía intención -bostezó-. ¿Cuánto tiempo he estado dormido?
– No mucho. Media hora.
Santos tenía la impresión de que había pasado mucho más tiempo. Le dolía todo el cuerpo.
Una simple mirada por la ventanilla bastó para que comprobara que se encontraban en una carretera secundaria, completamente desierta. Frunció el ceño, inquieto. Algo andaba mal.
– ¿Dónde estamos?
– En River Road, cerca deVacherie.
– River Road -repitió.
Santos recordaba muy bien el mapa de Luisiana y sabía que no había que desviarse en ningún momento para llegar a Baton Rouge. Pero Rick pareció leer sus pensamientos, porque dijo:
– Un camión sufrió un accidente en la autopista y han cortado el tráfico. De modo que decidí dar un rodeo para llegar antes.
Santos intentó recordar aquel nombre, River Road, pero no lo consiguió.
– Has visitado alguna vez las viejas mansiones de las plantaciones, Víctor? -preguntó Rick-. Todas están por esta zona, y son muy interesantes. En aquella época necesitaban el río para todo. Para comerciar, para viajar, para conseguir los suministros…
Santos se pasó una mano por la frente. No entendía que se hubiera quedado dormido, que hubiera actuado de forma tan ingenua y estúpida.
– ¿No tardaremos demasiado por esta carretera?
– No más que atascados en la autopista.
– Tal vez tengas razón -murmuró Santos.
Intentó convencerse de que Rick era una buena persona y de que había tomado una decisión razonable. Sin embargo, tenía un mal presentimiento.
– ¿Te encuentras bien? Estás algo pálido.
– No, estoy bien -respondió Víctor-. Sólo cansado.
Rick empezó a hablar sobre la universidad y sobre su carrera, y de vez en cuando hacía alguna pregunta acerca de la familia de Santos. El joven se las arreglaba siempre para desviar la conversación de tal manera que siguiera hablando sobre sí mismo.
A pesar de todo, no consiguió sentirse menos inquieto. Algo le decía que haría bien alejándose de aquel individuo.
– Puedes ser sincero conmigo, Víctor. Tu abuela no está enferma, ¿verdad? No te está esperando nadie. Nadie en absoluto.
Santos lo miró y se estremeció. Rick sonrió abiertamente, como si fueran amigos de toda la vida, con calidez. Por desgracia, ya había aprendido que las apariencias engañaban con demasiada frecuencia. Así que se las arregló para fingir indignación ante su comentario.
– Por supuesto que tengo una abuela. Y está enferma, muy enferma. ¿Por qué has dicho algo así?
– Mira, no creo que un chico como tú, y de tu edad, estuviera solo a estas horas de la noche si no fuera porque no tiene a nadie en el mundo. Puedo ayudarte. Puedo conseguirte un sitio para que te quedes una temporada si quieres.
– ¿Por qué? Soy un completo desconocido para ti.
– Porque una vez me encontré en tu situación. Sé lo que se siente. Y créeme, es más duro de lo que puedas imaginar.
Parecía tan sincero que estuvo a punto de capitular. No obstante, Santos había aprendido muchas cosas sobre las personas y sobre los intereses que las movían, y sospechaba que había gato encerrado. Era algún tipo de trampa. La gente no ayudaba casi nunca a nadie sin una buena razón.
– Supongo que debe ser duro, sí -dijo-. Pero no lo sé, porque no me encuentro en la situación que dices. Mi abuela me está esperando en Baton Rouge.
– Como quieras -se encogió de hombros.
Sonrió con tal frialdad que Santos se estremeció. Pero se cuidó mucho de mostrar inquietud.
– Muchas gracias, de todas formas.
Miró por la ventanilla del coche, y segundos después oyó que Rick se había quitado el cinturón de seguridad. De inmediato supo que tenía que salir de aquel coche.
En el preciso momento en que intentaba abrir la puerta, Rick frenó en seco. Santos consiguió entreabrir y oyó que algo caía al suelo. Se dio la vuelta con rapidez y golpeó al individuo en la mandíbula, sorprendiéndolo por completo. Fue entonces cuando vio que en el suelo, entre los dos asientos, había una cuerda de nailon y un cuchillo.
La visión de aquellos objetos le trajo a la memoria el cuerpo horriblemente mutilado de su madre. Durante un segundo lo dominó el pánico. Rick aprovechó la ocasión para recoger la cuerda. Santos gritó, asustado, y consiguió abrir del todo la puerta. La humedad y el olor del río ataron sus sentidos.
Casi había conseguido escapar.
Rick consiguió agarrarlo por el pie y apretó la cuerda sobre su muslo.
Santos miró a su atacante, presa de la histeria. No podía pensar. Su corazón latía a toda velocidad y apenas podía respirar. Los pensamientos se sucedían en su mente con gran velocidad. Veía el rostro de su madre, su hermosa cara convertida en un rictus de horror.
Como si comprendiera el miedo de Santos, Rick sonrió pensaba divertirse mucho con todo aquello.
– Puedo facilitarte las cosas, Víctor. O puedo complicártelas más aún. Sé un buen chico y coopera con el tío Rick.
En aquel instante, Santos recobró la calma suficiente para decidir que no acabaría como su madre. Con un grito de furia le pegó una patada en la cara y salió al exterior. A un lado se encontraba el río, y al otro una propiedad rodeada por una alta valla.
Rick salió del coche y Santos empezó a correr por la carretera.
Al llegar a una curva se encontró de repente con un coche que avanzaba a toda velocidad en sentido contrario. No tuvo tiempo de reaccionar. Vio la luz de los faros, oyó el sonido del claxon y finalmente el chirriar de una frenada en seco.
Sintió un intenso dolor y una luz brillante llenó su cabeza. Acto seguido se sintió dominado por una extraña sensación de levedad, como si estuviera flotando.
Segundos más tarde, perdía el conocimiento.
Capítulo 15
Pensó que lo había matado.
Con el corazón en un puño, Lily Pierron se arrodilló junto al cuerpo del joven. Toco su frente y se sintió mucho más aliviada al comprobar que estaba caliente, y algo sudorosa, Apartó de sus ojos el oscuro cabello y oyó que gemía.
Aliviada, comprendió que estaba vivo. No sabía qué hacer. Dudaba que a esas horas de la noche pasara algún coche por allí. Salvo su casa, no había ninguna otra mansión cercana. Una vez más tocó su frente y dudó entre dejarlo para ir a buscar ayuda o meterlo en el coche.
Sabía que podía agravar su estado si intentaba moverlo, dependiendo de cuáles fueran sus heridas, pero no podía dejarlo abandonado en la carretera.
Lily pensó en el conductor del vehículo que acababa de ver. Se había alejado a toda velocidad al comprobar que se acercaba para pedir ayuda. Su extraño comportamiento, y la manera en que había aparecido el chico, de repente, le hacía pensar que estaba huyendo de algo.
De repente, pensó en otra posibilidad y se estremeció. Tal vez aquel hombre se encontrara observando la escena a una distancia prudencial, esperando para ver si dejaba solo al chico.
Por primera vez sintió el frío de la noche. Pensó que los delincuentes no tenían por costumbre permanecer en la escena del crimen para ver lo que pasaba. Generalmente ponían tierra de por medio. Con todo, la idea de dejar solo al chico la asustaba.
En aquel momento el joven gimió de nuevo y abrió los ojos.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó, con voz temblorosa- no te vi. Al dar la curva me encontré de repente contigo. Intenté parar, de verdad. Lo siento tanto… ¿Dónde te duele? maldita sea, ¿dónde están los médicos cuando se los necesita? o te preocupes, iré a buscar ayuda.