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Lily intentó alejarse, pero el chico agarró su mano con una fuerza sorprendente. La mujer lo miró, sorprendida. Víctor miró hacia la carretera y ella comprendió lo que quería.

– Se ha marchado. Cuando me detuve, salió disparado a toda velocidad. Si es amigo tuyo creo que deberías elegir mejor…

– No era amigo mío -dijo con dificultad.

– Mira, necesitas ayuda. Tengo que dejarte aquí, pero vivo justo al otro lado de la carretera. Llamaré a una ambulancia.

– No, no, estoy bien…

Observó horrorizada al chico, que hizo un esfuerzo sobrehumano para sentarse a pesar del evidente dolor que sentía.

– No es cierto, no estás bien. Puede que estés gravemente herido, hijo.

– No soy su hijo -susurró.

Lyly notó la amargura de su voz, una amargura que le dijo más sobre aquel joven de lo que Víctor habría querido. Pero con un chico así no podía mostrar debilidad.

– Estás herido -dijo con firmeza-. Y no sé hasta qué punto. Si me ayudas a subirte al coche, te llevaré a un hospital. Si no, llamaré a la policía para que envíe una ambulancia.

– No llame a nadie -rogó con debilidad-. Estoy bien, de verdad.

Como para probar lo que decía, intentó levantarse. Pero sólo consiguió quedarse de rodillas, doblado hacia delante.

Lily sintió pánico.

– Puedes ser todo lo obstinado que quieras, pero no puedo dejarte aquí. No lo haré. Al atropellarte te has convertido en mi responsabilidad.

– No, por favor, olvídelo. Estoy bien, pero… no llame a nadie.

Resultaba evidente que el chico estaba huyendo de algo o de alguien. Tal vez de la ley, aunque no lo creía. No tenía aspecto de delincuente. Aunque bien pensado, pocos delincuentes lo tenían.

Por si fuera poco, estaba herido. Podía tener heridas internas, o una conmoción. Apenas podía hablar, y no conseguía ponerse en pie.

Entonces, tomó una decisión. Tenía cierta amiga que no haría ninguna pregunta. Pero no pensaba decírselo todavía.

– No debes temer de mí. No llamaré a nadie si vienes conmigo. Comprende que no puedo dejarte aquí. Elige. O vienes conmigo o llamo a la policía. Y no creo que tengas fuerzas para huir de ellos. Si crees que me equivoco, inténtalo.

Lily tomó su silencio por un acuerdo tácito.

– Como acabo de decir, vivo al otro lado de la carretera. Me aseguraré de que estás bien. Estarás a salvo conmigo hasta que puedas continuar tu camino.

Santos dudó, como si considerara la posibilidad de resistirse, pero no lo hizo. Se dirigieron hacia el coche, aunque apenas podía caminar y necesitaba apoyarse en ella todo el tiempo.

Tardaron varios minutos en llegar al vehículo, pero al final lo consiguieron. Lily lo ayudó a subir a la parte delantera y arrancó. Doscientos o trescientos metros más adelante, tomó el camino que llevaba a la mansión. Sólo entonces miró al joven que la acompañaba. Miraba fijamente hacia delante, y estaba tenso cormo si en cualquier momento, si observaba algo peligroso, fuera capaz de saltar del coche.

Sintió una terrible lástima por él. Sabía lo que significaba ser un marginado, no pertenecer a ninguna parte, estar solo.

No en vano, había pasado sola toda la vida. Apretó las manos sobre el volante, dominada por un in tenso dolor que no la había abandonado ni un sólo día de su existencia. No podía olvidar a Hope, ni a su amada Glory. Deseaba estar con ellas y compartir sus vidas.

A veces subía al coche y esperaba ante el hotel Saint Charles sólo para poder verlas durante un segundo. La última vez, había conseguido su objetivo. Hope y Glory salieron del hotel, y durante un segundo el sol iluminó sus rostros. El simple hecho de verlas la llenó de alegría. Pero no era suficiente. Las necesitaba, y su querencia rota la carcomía día y noche.

Cerró los dedos. Sólo había deseado una cosa: que su hija tubiera una buena vida, una vida alejada de la que ella había llevado. Y lo había conseguido. Hasta comprendía que su hija no quisiera saber nada sobre ella. Quería mantener las distancias, y entendía su actitud aunque le hubiera negado a Glory la posibilidad de conocer a su abuela, aunque se avergonzara de ella.

No en vano, Lily también se avergonzaba de sí misma.

Aunque la prostitución fuera, en el fondo, un trabajo como otro cualquiera. Un trabajo que, como todos, generalmente no se le elegía.

Sin embargo, su capacidad de comprensión no aliviaba el dolor que sentía. Sabía que hasta el día de su muerte estaría condenada a sufrir de nostalgia, a llorar lo que había perdido, a vivir sola.

Al llegar al final del camino, detuvo el vehículo.

– Ya hemos llegado. Espera. Te ayudaré a salir.

– Puedo hacerlo solo.

– Muy bien.

Lily salió del vehículo y Víctor la miró, pero no dijo nada.

Era un chico muy obstinado. No obstante, la mujer sintió una profunda admiración por su actitud. Aun herido y asustado se mantenía en sus trece.

Había conocido a otras personas como él, a las que también había ayudado. Chicos solos, hombres solos. Y comprendía su comportamiento.

Entraron en la casa por la puerta de atrás. Lily encendió la luz de la cocina. Entonces vio que tenía una gran mancha de sangre en el muslo izquierdo.

– Siéntate aquí -dijo, asustada-. Voy a buscar unas vendas.

– Me prometió que no llamaría a nadie…

– Lo sé. No te preocupes -lo miró-. Vuelvo enseguida.

Minutos más tarde regresó con un poco de alcohol, vendas y una toalla de baño. Llenó un bol con agua templada y mojó la toalla.

– Tendrás que quitarte los pantalones. No podré curarte la herida si no lo haces.

El chico se ruborizó.

– Señora, no pienso quitarme los pantalones.

Lily hizo un esfuerzo por no sonreír. Su rubor no encajaba en la imagen de chico duro que pretendía dar.

– Te aseguro que he visto a muchos hombres sin pantalones. No tienes nada que temer de una vieja como yo. Toma la toalla. Puedes taparte con ella si te sientes mejor.

Santos la tomó y Lily se dio la vuelta, sonriendo.

– Ya está.

El chico había regresado a la silla, y se había cubierto con la toalla.

– Voy a meter tus vaqueros en la lavadora. No te vayas. Minutos más tarde, regresó a la cocina.

– No me mires así, Te prometo que te devolveré los pantalones.

Se arrodilló ante él y empezó a lavar su herida. Por suerte, no era demasiado profunda.

– Puede que esto te duela un poco.

– Desde luego que duele…

– Tengo un amigo que es médico, aunque se ha retirado, y…

– No.

– Vive cerca de aquí. Aceptará curarte si digo que eres mi sobrino. Compartimos muchos secretos. De hecho, le confiaría mi vida.

– Pero no será su vida la que confíe.

– Puede que tengas heridas internas. Podrías haber sufrido una conmoción, y es posible que necesites unos puntos.

– No necesito que me cosan la herida. Además, prometió que no llamaría a nadie.

– Lo sé, y siento haberlo dicho. Pero preferiría romper mi promesa a dejar que murieras -declaró-. Eres demasiado joven para morir.

– ¿Qué está diciendo? -preguntó, asustado.

– Tutéame. Me llamo Lily Pierron. Pero durante los próximos minutos, llámame tía Lily.

– No me quedaré lo suficiente como para que pueda llamar a alguien.

Víctor intentó levantarse, pero la pierna le dolía tanto que tuvo que sentarse de nuevo. Poco tiempo después, sonó el timbre de la puerta. Había llegado el médico.

– No abras, por favor… Lily.

– Lo siento. No puedo hacer otra cosa. Pero te aseguro que después lo agradecerás.

– Ya. Ambos sabemos lo que valen tus promesas.

Lily hizo caso omiso de su ironía.

– Tengo que saber cómo te llamas.

– Vete al infierno.

– Debes decírmelo. Si queremos que el médico crea que eres mi sobrino tendré que llamarte por tu nombre. Y sinceramente, «Vete al infierno» no me parece un nombre muy bonito.

– Todd -mintió, sin mirarla a los ojos-. Todd Smith.

– Muy bien -asintió-. Vuelvo enseguida, Todd Smith. Y espero que seas tan inteligente como para seguir aquí.

Capítulo 16

En cuanto salió de la cocina, Santos se levantó. Pero de inmediato supo que no podría huir a ninguna parte. No sólo estaba herido, sino que no llevaba pantalones.

– Maldita sea -dijo.

No tenía otro remedio que confiar en ella o marcharse corriendo con una toalla de baño a la cintura. Intentó tranquilizarse un poco y volvió a sentarse de nuevo, pero su corazón latía a toda velocidad. Cerró los ojos. Estaba seguro de que en cualquier momento aparecería la policía para devolverlo a Nueva Orleans.

Y sin embargo, a pesar de todos sus temores, supo que Lily no iba a denunciarlo. Había algo en ella que lo empujaba a confiar. Algo en sus cálidos ojos.

En cualquier caso, estaba atrapado.

Un segundo más tarde apareció su «tía» Lily, acompañada por un hombre de cierta edad. No había mentido. El hombre no llevaba más arma que un maletín de médico.

Siguió el juego y se hizo pasar por su sobrino, aunque de todas formas el médico no hizo pregunta alguna que no fuera profesional.

Veinte minutos más tarde, supo que viviría.

– Tienes unos cuantos arañazos y por la mañana te dolerá todo el cuerpo, pero has tenido suerte.

Recomendó a Lily que lo vigilara durante seis horas, que lo despertara cada dos si se dormía y que lo llamara de inmediato si surgía alguna complicación. Acto seguido se marchó. Lily lo acompañó a la puerta. Obviamente debía ser cierto que aquel hombre compartía muchos secretos con su benefactora.

Poco después, Lily regresó a la cocina,

– ¿Prefieres dormir en el sofá o en una de las habitaciones de arriba?

– En el sofá.