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– Oh, cuánto lo sentimos -dijo de nuevo Bebe-. ¿Quieres pasar?

Glory no pudo soportarlo por más tiempo. Despreciaba la actitud cruel y cobarde de sus compañeras de academia. No soportaba la cobardía, especialmente porque no había sido capaz de perdonarse a sí misma por haber culpado a Danny por el incidente de la biblioteca. Se había prometido que no volvería a actuar con tanta debilidad, que no volvería a permitir que otra persona pagara por sus acciones.

– Sí, Bebe, creo que quiere pasar -murmuró Glory-. A diferencia tuya, se lava las manos después de ir al servicio.

Bebe se ruborizó, pero se apartó de todos modos. Glory se acercó a la recién llegada y sonrió.

– Perdónala -dijo-. Bebe cree que el simple hecho de tener dinero proporciona automáticamente elegancia y distinción. Pero se equivoca, por supuesto.

Varias chicas se miraron con inquietud. Todas sabían que Glory acababa de atacar a Bebe con lo que más le dolía. Su familia, a diferencia de la de Glory, era una familia de nuevos ricos, recién llegados a Nueva Orleans. No obstante, Bebe era la chica más popular y poderosa del curso. Pero Glory sabía que su posición se debía a que también era la más arrogante y despreciable de toda la clase. Y no le importaba tenerla por enemiga.

– Te arrepentirás de esto, Glory -la amenazó, furiosa-. Te aseguro que te arrepentirás.

– Oh, qué miedo tengo -se burló.

Segundos más tarde el cuarto de baño se había quedado vacío. Sólo permanecieron en él la recién llegada y Glory.

– No era necesario que me defendieras -dijo la joven.

– Lo sé, pero lo hice de todas formas -declaró Glory, mientras se encendía un cigarrillo.

– Gracias.

– De nada. De todas formas esas brujas no son mis amigas.

– Pero… olvídalo.

– ¿Qué ibas a decir?

– Nada. No es asunto mío.

– No tengo secretos para nadie.

– Muy bien, como quieras. Si no son tus amigas, ¿por qué estás siempre con ellas?

Era una buena pregunta, y Glory no estaba segura de poder contestar.

– Por desgracia, todas las chicas de la academia son como Bebe.

– Yo prefiero estar sola -declaró la chica, con amargura.

– Sé lo que quieres decir, pero no dejes que te depriman. Sólo son un grupito de brujas mimadas.

– ¿Y tú no lo eres?

Glory rió. Le gustaba que fuera tan directa.

– No. No lo creo. Sólo soy una mala chica.

La recién llegada rió a su vez. Se cruzó de brazos y dijo:

– Entonces, será mejor que nos presentemos. Me llamo Liz Sweeney.

– Me alegro de conocerte -dijo, cigarrillo en mano-. Yo me llamo Glory. Glory Saint Germaine.

– Sé quién eres -se ruborizó-. Todo el mundo te conoce.

– Eso es lo peor de ser mala -sonrió-. Personalmente, creo que la gente necesita unos cuantos escándalos de vez en cuando para sentirse viva. Sin ellos, la existencia sería algo aburrida. ¿No te parece?

– No lo había pensado, pero puede que tengas razón.

– Claro que la tengo.

Glory se apoyó en el espejo y la miró. No era una chica demasiado atractiva, pero tampoco era fea. De rostro agradable y normal, parecía sincera y sana.

– Estás estudiando con una beca, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Y por qué te avergüenzas?

– Porque sé que se ríen de mí por ser pobre.

– Oh, venga. ¿Estás aquí por ser pobre? ¿O más bien porque eres pobre y brillante?

Liz la miró.

– Las dos cosas.

– Yo diría que no tienes razón para avergonzarte -declaró, mientras daba una calada al cigarrillo-. Yo estoy aquí gracias al dinero de mi familia. Pero a diferencia de Bebe no me siento orgullosa de ello. Tal y como lo veo, la riqueza de mi familia es un hecho que no tiene que ver conmigo.

En aquel instante sonó el timbre que daba por finalizado el cuarto de hora de descanso.

– ¡Oh, no! -exclamó Liz-. Debo marcharme, o llegaré tarde.

La joven recogió la bolsa donde llevaba los libros y se dirigió hacia la puerta, pero al llegar se dio la vuelta y preguntó:

– ¿Tú no vienes?

– No tengo prisa -sonrió-. Todo el mundo espera que llegue tarde, como siempre, y no pienso defraudarlos.

– No, supongo que no -le devolvió la sonrisa-. Ah, Glory..

– ¿Qué quieres?

– Gracias de nuevo por haberme ayudado. Algún día te devolveré el favor.

– Olvídalo. Al fin y al cabo, ¿para qué están las amigas?

Capítulo 19

Liz no lo olvidó. No olvidó aquel acto, como tampoco olvidó los que se sucedieron en las semanas siguientes. Cada vez que tenía algún problema con chicas como Bebe o Missy, Glory aparecía de repente para ayudarla.

Obviamente había decidido tomarla a su cuidado, aunque no entendía por qué. Era una recién llegada y una pobretona, mientras que Glory poseía belleza, elegancia y mucho dinero. Tenía fama de ser fría y de no perder la compostura nunca, ni siquiera ante la dura mirada de la hermana Marguerite. Muchas chicas murmuraban cosas horribles a sus espaldas, pero todas ellas la envidiaban, incluida Liz.

Pero también envidiaba su atractivo. Era la chica más bella de toda la academia; de hecho, la más guapa que hubiera visto en su vida. Resultaba muy femenina y extremadamente atrayente. A veces, cuando la veía, se preguntaba qué se sentiría al ser atractiva, rica, valiente, y por si fuera poco también inteligente.

Liz se apoyó en el mostrador de la secretaría, haciendo caso omiso al ruido que la rodeaba. Una de las condiciones de su beca era que debía trabajar cinco horas a la semana en la secretaría de la academia. En general, la secretaria le encargaba que hiciera fotocopias o trabajos menores, pero aquel día estaba enferma y no tenía nada que hacer.

Liz suspiró al pensar en su propia familia y compararla con la de Glory. Su padre era un simple obrero que bebía demasiado; por desgracia, el abuso del alcohol embrutecía al normalmente afable Mike Sweeney. En cuanto a su madre, era una fanática religiosa que creía que el uso de métodos anticonceptivos era un pecado; trabajaba limpiando casas y se pasaba la vida embarazada.

Liz era la mayor de los siete hermanos, y gran parte de las cargas familiares habían caído sobre sus hombros. Tal vez por ello decidió a una edad muy temprana que no viviría como sus padres. En cuanto tuviera la oportunidad, escaparía de aquella situación.

Desde el principio había comprendido que su única opción era conseguir una beca para alejarse de allí, y cuando la academia se la ofreció no lo pensó dos veces. Era una gran oportunidad.

Su padre se había opuesto de inmediato. La academia Inmaculada Concepción era un colegio de niñas ricas, y Mike Sweeney sabía muy bien cómo eran los ricos. No dejaba de repetir que los dominaba el egoísmo y que carecían de honestidad alguna. Liz pensaba entonces que su padre exageraba, pero de todas formas le prometió que tendría mucho cuidado.

Un mes después de empezar los estudios comprendió que su padre estaba en lo cierto. Pero por suerte había conocido a Glory, toda una excepción.

– ¿Liz?

Liz levantó la mirada. La señora Reece, una de las profesoras, se encontraba al otro lado del mostrador. Automáticamente se ruborizó. No le agradaba que la descubrieran perdida en sus ensoñaciones.

– Hola, señora Reece. ¿En qué puedo servirla?

La mujer sonrió.

– Parecías estar a kilómetros de aquí…

– Lo siento. No volverá a suceder.

– No te preocupes, no diré nada. ¿Podrías hacerme unas fotocopias?

– Por supuesto.

Liz tomó la carpeta que llevaba la profesora y se dirigió a la fotocopiadora. Estaba a punto de terminar el trabajo cuando la máquina se quedó sin papel. Se inclinó para sacar un paquete del armario que había bajo el mostrador, y en aquel instante oyó la voz de Bebe.

– Se lo advertí -estaba diciendo-. Le prometí que me vengaría. Y ahora ha llegado el momento.

Obviamente, se refería a Glory.

– No lo sé -dijo Missy-. ¿Qué pasaría si descubre que has sido tú?

– ¿A quién le importa? ¿Qué podría hacer? No tengo nada que ocultar, a diferencia suya -rió-. Además, todas la hemos Visto escapándose de clase. ¿Cómo va a saber quién podría denunciarla?

Las chicas entraron en el despacho de la hermana Marguerite, la directora del colegio. Resultaba evidente que iban a denunciar a Glory por escaparse de clase.

Liz se levantó y se dirigió a la biblioteca. Era uno de los lugares menos frecuentados de la academia, pero sin duda alguna el favorito de Glory. Esperaba que se encontrara allí, y acertó.

– Glory, tienes que salir de aquí ahora mismo… Tienes que volver a clase.

Glory sonrió, pero no se movió del sitio.

– ¿Qué sucede?

– Acabo de oír una conversación de Bebe y de Missy. Bebe va a denunciarte por escaparte de clase. Ahora mismo está en el despacho de la directora.

– ¿Y qué?

– ¿Es que no te importa? Puede aparecer en cualquier momento. ¡Podrían echarte! Y por favor, apaga ese cigarrillo. Si la hermana Marguerite te descubre fumando…

– No me expulsarán. Mi familia es demasiado rica y demasiado importante. Anda, ven conmigo. Voy a lavarme las manos.

De todas formas, Glory apagó el cigarrillo y se levantó. Liz la siguió, algo sorprendida por su actitud.

– ¿Pero qué hay de tus padres? ¿No te importa que puedan preocuparse?

– Tendrías que conocerlos.

– ¿Qué quieres decir? ¿Que no se preocupan por ti?

– Al contrario -rió con amargura-. Mi madre no me quita la vista de encima, y todo lo que hago le parece mal. Siempre ha sido así. De hecho, está convencida de que soy el diablo en persona.

– No puedo creerlo.

– Créelo. Pero no me importa.

Glory sacó una barra de labios del bolso y se pintó los labios. Liz la observó. Su amiga pretendía hacerse la dura, pero esta vez no la engañaba.