La llamó varias veces, pero Glory no se detuvo. Al final no tuvo más remedio que detenerla.
– Por favor, déjame en paz -dijo ella.
Santos notó que había estado llorando, y en aquel momento sintió algo cálido y extraño que creía olvidado. Se maldijo por haber sido tan grosero.
– Lo siento. No debí ser tan…
– ¿Tan canalla?
– Sí, entre otras cosas peores.
Santos la miró fijamente, pero Glory no apartó la mirada. Una vez más, sintió cierto respeto por ella.
– Me presionaste demasiado -continuó él-. No me dejaste más opción. No deberías jugar con personas como yo, Glory. Debiste marcharte de inmediato.
– Yo no huyo nunca. Quiero volver a verte.
– Eres valiente, lo admito, pero estos asuntos son cosa de dos. Y soy demasiado mayor para ti.
– ¿Cuántos años tienes? -preguntó con exagerada inocencia-. ¿Cuarenta?
– Muy astuta. Sólo diecinueve.
– Oh, qué mayor -se burló.
Santos rió. De inmediato, siguieron paseando.
– De acuerdo, no soy tan mayor. Pero sí lo suficiente, y tú no. Además, entre tú y yo hay diferencias que exceden lo temporal.
Pero deja que te haga una pregunta…
– Adelante.
– ¿Por qué quieres verme de nuevo?
– ¿Por qué? -preguntó a su vez, sorprendida-. Porque sí.
– Eso no es contestación.
Glory frunció el ceño, incómoda.
– Bueno… eres muy atractivo, y además besas muy bien.
– Vaya, me abrumas -rió, más encantado de lo que le habría gustado.
Caminaron hacia el coche. Al cabo de un rato, Santos volvió a hablar.
– ¿En qué colegio estudias?
– En la academia de la Inmaculada Concepción.
– Estás bromeando.
– ¿Todas las chicas de tu colegio son como tú?
– No. Me enorgullezco de ser la chica más salvaje de aquel lugar. Al menos, en mi curso. Y estoy segura de que la hermana Marguerite estaría de acuerdo conmigo.
– ¿Te refieres a la directora?
– Sí, y creo que me odia.
Cuando llegaron al coche, Glory preguntó:
– ¿Quieres conducir?
– Por qué no. ¿Adónde vamos? ¿Al hotel?
– Si no te viene mal…
– No.
Permanecieron en silencio durante casi todo el trayecto. Santos la miraba de vez en cuando, y cada vez que lo hacía se arrepentía por ello. Cuando tuvieron el hotel a la vista, Glory preguntó de nuevo:
– ¿Te volveré a ver?
– No.
– ¿No puedo hacer nada para que cambies de opinión?
Santos pensó que podía hacerlo. Y eso lo asustó aún más.
– Lo siento.
– Me lo temía -suspiró-. En fin, déjame aquí mismo. Santos sonrió y la miró.
– Ha sido divertido, Glory.
La joven parecía tan decepcionada que no pudo evitar una carcajada.
– Oh, venga, no me digas que soy el primero que se resiste a tus encantos.
– El primero que se resiste y que me interesara de veras.
– Si te sirve de consuelo, tú también besas muy bien.
– ¿De verdad?
– De verdad.
– Entonces, ¿por qué no me besas de nuevo?
Santos miró hacia el hotel. El portero y el aparcacoches se encontraban en la entrada.
– ¿Aquí? ¿Delante de tus guardaespaldas?
– ¿Por qué no? Así tendrán algo de lo que hablar.
– Desde luego, eres todo un caso.
Santos la besó con apasionamiento y ella gimió, sensual. Segundos después se apartó, sobresaltado. El breve contacto lo había emocionado aún más que el largo beso anterior. Aquella mujer era puro fuego, y si no andaba con cuidado se consumiría en él.
Acarició su nariz con el índice y dijo:
– Gracias por el paseo.
El joven salió del coche y se dirigió hacia la parada de autobús.
– ¡Santos!
Víctor se detuvo y la miró.
– Nos veremos -sonrió Glory.
El la observó durante unos segundos. Estaba preciosa en el coche, con su oscuro cabello cayendo sobre sus hombros.
Estuvo a punto de ceder al momento de debilidad, pero al final se despidió con la mano.
– Adiós, Glory.
Entonces se dio la vuelta y se alejó. Esperaba no volver a verla en toda su vida.
Capítulo 24
Pasó todo un día antes de que Glory se diera cuenta de que no sabía nada sobre Santos, salvo su nombre. Pero no le extrañó demasiado. Había estado tan ocupada soñando con sus besos que no había tenido tiempo para nada más.
Hasta entonces no había conocido a nadie como él. Los otros chicos a los que había conocido, y besado, parecían niños inmaduros en comparación con él.
Sin duda alguna, le había robado el corazón. Y si no podía verlo de nuevo, se moriría. Tendría que encontrar un modo.
Cuando se aproximó el autobús en el que Liz llegaba todas las mañanas se animó mucho. No había podido llamarla la noche anterior. Al llegar a casa descubrió que sus padres se encontraban de un humor extraño. Su madre le preguntó por el lugar donde había estado, y ella contestó que había estado estudiando en la biblioteca, con Liz; respuesta que pareció satisfacerla.
Incluso eso resultó extraño. No conseguía satisfacer nunca a su madre, y sin embargo lo había logrado la noche anterior, por suerte. Sabía que si la hubiera presionado de algún modo habría descubierto que sucedía algo.
Glory decidió que debía tratarse del destino. Estaban destinados a estar juntos.
Por si fueran pocas cosas extrañas, su madre insistió en que fueran a cenar al hotel, y no dejó de hablar durante la comida.
Glory había notado que el comportamiento de su padre no era menos insólito. Bebió mucho menos de lo que en él era habitual y no dejaba de mirar a su esposa con algo parecido al afecto.
No sabía qué ocurría entre sus padres. Se habían pasado toda una semana sin dirigirse la palabra. Algo que no debía sorprenderle demasiado, teniendo en cuenta que sus discusiones se habían incrementado con el paso de los años. No obstante, siempre había existido algo profundo entre ellos.
Pero la última semana había resultado muy diferente. Cuando los miraba, se decía que su matrimonio estaba definitivamente acabado. Y ella se alegraba. Liz le había dicho que a su edad podría elegir con qué padre quedarse.
Por desgracia para ella, la noche anterior había dado al traste con todos sus sueños. Sus padres parecían más felices que en mucho tiempo.
En parte se enfadó con su padre. No comprendía qué veía en la bruja de su madre, ni de qué manera lo ataba a ella. Pero también sintió cierto alivio; estaban tan ocupados el uno con el otro que ella pudo dejarse llevar por sus ensoñaciones con Santos.
El autobús se detuvo en la parada. Un segundo más tarde, bajaba Liz.
– Hola, Glory, ¿qué tal estás? Anoche no me llamaste.
– Tengo que hablar contigo a solas. Es importante.
– ¿De qué se trata? -preguntó en voz baja-. ¿De tus padres?
– No vas a creerlo, Liz. He conocido a un chico increíble. Creo que estoy enamorada.
Liz se detuvo y miró a su amiga con asombro.
– ¿Enamorada? -repitió en un susurro-. ¿Quién es? ¿Dónde lo has conocido? ¡Tienes que contármelo todo!
Glory lo hizo. Le dio todo tipo de detalles acerca del encuentro en el hotel, de sus besos, e incluso de su aspecto físico.
– Te aseguro que he besado a muchos chicos, pero éste es diferente. Es especial -sentenció.
– ¿Cómo puedes estar segura de que estás enamorada? No sabes nada sobre él.
– Lo sé, pero no había sentido nada parecido con anterioridad -confesó, mientras cruzaban la avenida Saint Charles-. Apenas pasamos una hora juntos, lo sé, pero había algo en él. algo que…
Glory no encontraba palabras para definir lo que sentía. Pero necesitaba la aprobación de Liz. Era su mejor amiga, y tenía en alta estima su opinión.
– Mientras estuve a su lado lo olvidé todo. Olvidé dónde estaba y quién era. Fue como si él fuera el centro del universo, como si de algún modo hubiera estado toda la vida esperándolo. Sé que suena como un ridículo cuento de hadas para niños, pero es cierto… Puede que me creas una tonta, pero estoy segura de que es él.
– ¿El? ¿A qué te refieres?
– Al hombre de mi vida. A1 hombre al que estoy destinada.
– ¿Como si fuerais almas gemelas, o algo así?
En aquel momento pasaron bajo el arco que daba entrada a la academia. Glory asintió y respiró profundamente.
– Habría hecho cualquier cosa por él.
– Suena tan romántico… Pero me asusta, Glory.
– A mí no -rió-. Me siento como si pudiera volar.
– Pues ten cuidado ahí arriba, porque la hermana Marguerite te está mirando ahora mismo.
Era cierto. La directora del colegio se encontraba en la entrada de la academia, con los ojos clavados en Glory. Pero a la joven no le importó. Siguió hablando en voz baja.
– Tengo que verlo de nuevo, Liz. Tengo que hacerlo.
Liz apretó los libros contra su pecho.
– ¿Cómo? ¿Cómo vas a encontrarlo?
– Supongo que podría preguntar en el hotel. Alguien debe saber qué hacía allí. Llevó algo al tercer piso, donde están los despachos de la dirección. Es posible que llevara algo a papá. Hablaré con su secretaria.
El timbre que llamaba a clase sonó en aquel momento. De inmediato una multitud de chicas corrió hacia la entrada del colegio. Glory intentó alejarse, pero Liz la detuvo.
– Ten cuidado, Glory. Santos no parece el tipo de chico que aprobaría tu madre. Si llega a enterarse…
Glory se estremeció.
– No lo sabrá. Tendré mucho cuidado.
– ¿Lo prometes? Tengo un mal presentimiento.
– Lo prometo -respondió, con una sonrisa forzada-. Te preocupas demasiado, Liz. Todo saldrá bien.
Tras tres días de continua decepción, Glory empezó a perder la esperanza de verlo de nuevo. Había preguntado a todo el mundo en el hotel sin ningún resultado. De hecho, la secretaria de su padre la miró como si estuviera loca.
Glory se apoyó en el armarito contiguo al que compartía con Liz y suspiró.