Santos era su destino. Si había tenido alguna duda, en algún momento, ahora estaba completamente segura.
Se tumbó sobre él y sintió su sexo, exquisitamente duro.
En el interior del coche hacía frío, pero Santos estaba sudando.
– No te detengas -dijo ella-. No quiero que te detengas.
– Tenemos que hacerlo.
– ¿Por qué? Te amo. No volveremos a vernos hasta dentro de tres largas semanas. Y te deseo tanto…
El recuerdo de las fiestas y cenas a las que debía asistir, obligada por su familia, la irritó durante un instante.
– Yo también.
– Entonces, no te detengas. Por favor.
– Estás jugando con fuego -declaró, lleno de deseo.
– Y me gusta.
– Glory, será mejor que…
– ¿Qué? ¿Qué ibas a decir?
Glory sonrió y se las arregló para empezar a acariciar su pubis.
Santos se movió tan deprisa que no se dio cuenta. De repente se vio sentada en su regazo, con las piernas a cada lado de su cintura. Le quitó la falda y la dejó desnuda, sin más prenda que sus braguitas blancas.
– Mi princesa -murmuró-. ¿Qué haría yo sin ti?
Glory gimió al sentir el contacto de su mano entre las piernas, y Santos la apartó.
– No, no, tócame -dijo ella, una vez recobrada de la sorpresa.
No la habían tocado nunca de aquel modo, y ahora se alegraba de que Santos fuera el primero. Se arqueó y se frotó contra él, dominada por un deseo que ni siquiera comprendía. Santos le quitó las braguitas y empezó a acariciarla.
– No te detengas… No te detengas… -repitió entre gemidos.
Entonces la penetró con los dedos y empezó a moverlos, lentamente al principio, luego con más rapidez. Era una sensación maravillosa para Glory. Una sensación que desafiaba cualquier descripción exacta. Era dura pero agradable, agresiva pero familiar. Como si se hubieran fundido el uno en el otro.
Su respiración se aceleró. Se sentía asustada y fuera de control al tiempo, pero no tenía miedo y sabía muy bien lo que estaba haciendo.
Las acometidas se hicieron más rápidas, y en determinado momento sintió que todas las estrellas estallaban en su interior. Glory gritó su nombre y se derrumbó sobre él, besándolo una y otra vez. Estaba sudando, y su corazón latía tan deprisa como si hubiera estado corriendo varios kilómetros. Se sentía gloriosamente viva.
Los segundos se hicieron minutos, pero poco a poco volvió a la normalidad. Sólo entonces notó que Santos estaba temblando.
– Oh, Santos, lo siento…
De repente comprendió lo que había sucedido. Santos limpió sus lágrimas. Unas lágrimas que Glory ni siquiera había notado.
– ¿Por qué? ¿Por hacerme el hombre más feliz del mundo?
– ¿Cómo es posible que seas feliz? -preguntó, ruborizada-. No te has…
– Me has hecho feliz entregándote a mí. ¿Te parece poco?
– Te lo daría todo, Santos, todo.
– No, no estaría bien.
– ¿Por qué?
– Por esto -miró a su alrededor-. Por dónde estamos. Porque tenemos que escondernos. Es como si todo fuera una especie de gran mentira.
– No es así. Te amo. ¿Cómo podría ser una mentira?
– Dímelo tú.
– Te amo más que a nada en el mundo. ¿Es que crees que estoy mintiendo?
Santos la miró unos segundos, sin decir nada.
– Di que me crees -continuó ella-. Di que crees que te amo.
– No puedo. Lo siento, pero no puedo.
Glory se apartó de él. No podía creer lo que estaba escuchando. No creía en ella.
Rápidamente, recobró las braguitas y la falda y se las puso. De repente se sentía muy vulnerable. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba cerrar el sujetador.
– No quería hacerte daño, Glory.
– Claro. Sólo estabas diciendo la verdad, intentando ser sincero. A fin de cuentas aún piensas que soy… Bah, olvídalo.
– Tal vez no quiera olvidarlo. Al menos, es cierto que soy sincero.
– Eres un canalla. No has sido sincero. Aún crees que estoy jugando contigo, que sólo soy una niña mimada despreocupada por todo salvo por sí misma.
– Dame una razón para que cambie de opinión.
Glory se apartó, pero Santos la tomó de la mano.
– Crece un poco, Glory. Yo ya no soy un niño.
– Ni sabes tanto como crees.
– Entonces, ábreme los ojos.
La joven lo miró con intensidad. Deseaba que se disculpara, pero sobre todo deseaba que la amara tanto como ella lo amaba a él.
– Si me amas tanto como dices, deberías decírselo a tus padres.
– Sabes muy bien que no puedo. Te conté lo de mi madre. Te dije… Pídeme cualquier otra cosa y lo haré.
– Cualquier otra cosa menos eso -puntualizó-. Por desgracia es lo único que deseo. Así que, ¿qué piensas hacer?
– Ella nos destruirá. Encontrará un modo de hacerlo.
– ¿Y crees que esto no nos destruirá?
Glory empezó a llorar. Santos la atrajo hacia sí y la abrazó. La joven se dejó llevar, deseando que los diez últimos minutos no hubieran existido.
– No me gusta que tengamos que vernos de esta forma -declaró él, con suavidad-. No me agrada esconderme, no me gusta mentir, y no me gusta lo que significa.
– No significa nada, Santos.
– Significa que crees que no soy lo suficientemente bueno para ti.
– Eso no es cierto. ¿Es que no lo comprendes? ¡Es por mi madre! Y por mi padre. Ellos son los que..
– Los que pensarían que no soy suficientemente bueno.
Glory sintió su irritación, y la abierta acusación que se volvía hacia ella. Como si tuviera la culpa de las creencias de sus padres.
– Si mi tono de piel fuera rosado sería bueno para ellos. Si fuera rico, si tuviera una carrera o si viviera en un barrio aristocrático sería bueno para ellos. Entonces me aplaudirían.
– Mi padre no es así. Es dulce y comprensivo. Pero hace todo lo que ella le dice.
– Estoy cansado de mentir. Lo que estamos haciendo no está bien, no de esta forma. Nos queremos, y no deberíamos avergonzarnos por ello. No deberíamos ocultarnos.
– No me hagas esto, Santos. Dame un poco de tiempo.
– Quiero que conozcas a Lily. Mañana.
Santos le había hablado sobre ella. Lo había hecho para asustarla con su pasado. Pero Glory no se había asustado por eso. No podía hacerlo. Lily lo quería tanto como ella, aunque de una forma muy distinta. No obstante, la perspectiva de conocerla la intimidaba de un modo extraño.
– Si llegó a conocerla será… Sé que no lo comprenderás, pero tengo el presentimiento de que cuando alguien sepa lo nuestro todo se acabará. Encontrarán un medio para separarnos.
– ¡Eso es una tontería! -exclamó, irritado.
Se apartó de ella y pasó al asiento delantero del coche. Ella lo siguió, estremecida.
– No pienso seguir como hasta ahora -continuó él-. Si me amas, hablarás con tus padres.
– No me avergüenzo de ti. Tienes que creerme. Me gustaría decirle a todo el mundo que te amo. Me gustaría que todo el mundo supiera que eres mío.
– Entonces, demuéstralo.
Santos la miró de tal forma que Glory supo que lo estaba perdiendo. Su madre estaba ganando la partida sin saberlo, y no podía permitir que sucediera.
– Muy bien, hablaré con mi padre. Pero necesito decirte algo. Algo sobre mi madre. Necesito que comprendas por qué la temo tanto. ¿Me escucharás?
Santos asintió y ella empezó a hablar. Le contó lo sucedido en el despacho con Danny, le contó todo lo relativo a sus palizas, a sus terribles castigos, a su extraña actitud. Mientras lo hacía podía sentir los azotes, ver su rostro horrible, escuchar sus amenazadoras palabras. Hasta veía su propia sangre flotando en el agua de una bañera. No había podido olvidarlo, y tal vez no podría en toda su vida.
Empezó a temblar sin poder evitarlo. Sólo entonces comprendió que estaba llorando, sollozando desconsoladamente como una niña. Santos la abrazó y la llevó al asiento de atrás. Durante un buen rato no hizo nada salvo mecerla con suavidad, susurrando palabras de ánimo.
Glory lloró hasta que no tuvo más lágrimas que derramar, hasta que el horror de aquel día en la bañera se convirtió en un poso amargo y profundo en su ser, hundido en un agujero sin luz ni calidez alguna.
– No se lo había contado a nadie -susurró ella al fin, exhausta-. Ni siquiera a Liz. Ojalá que pudiera olvidarlo.
– Lo siento, cariño. Siento que lo hayas recordado por mi culpa.
– No lo sientas -declaró, mirándolo-. Me alegro de habértelo dicho. Quería que lo supieras.
Glory apoyó la mejilla en su pecho, mucho más tranquila al escuchar los latidos de su corazón.
– Ella me roba todo lo que amo, destruye todo lo que me hace feliz. Siempre ha sido así, y cuando sepa lo nuestro nos destruirá.
– No lo permitiré -murmuró-. Te prometo que no se interpondrá entre nosotros. Ocurra lo que ocurra.
A pesar de sus palabras, Glory se dijo que no conseguiría detenerla. Pero no dijo nada. En cualquier caso, lo descubriría pronto. De momento prefería contentarse con vivir el presente; prefería actuar como si el futuro no existiera.
Entonces, lo besó.
Capítulo 27
La oscuridad la llamaba, claramente. No podía oír nada, salvo sus gritos. Hope colgó el teléfono y se tapó las orejas con las manos. No estaba dispuesta a escuchar su llamada. No podía sucumbir.
Cayó de rodillas y apretó el rostro entre las piernas. Había hecho un trato con la oscuridad y ahora tenía que pagarlo. Tenía que pagarlo definitivamente.
No dejaba de rezar. Rezaba todo lo que sabía, en una mezcla inconexa, obsesionada con alejar lo que ella consideraba el mal.
– No -murmuró.
Apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas. Debía luchar contra la llamada del maligno. Y poco a poco fue consiguiendo que su voz se diluyera, que el rumor del caos se convirtiera en un simple murmullo.