Hasta que al final, sólo hubo silencio.
Permaneció de rodillas varios minutos, cansada por el esfuerzo de la batalla. Su corazón empezó a latir más despacio y la dominó una profunda sensación de triunfo. Creía haber vencido a la bestia de nuevo, cuando apenas había logrado detener un evidente síntoma de esquizofrenia.
Se levantó a duras penas. Caminó hacia la cómoda y se sentó frente al espejo. Buscó en su reflejo un signo de la oscuridad, pero no vio nada. Sonrió, se quitó las horquillas del pelo y empezó a cepillarlo. Doscientas veces, tal y como hacía de pequeña.
Entonces recordó lo sucedido antes de la llamada de la oscuridad. Su madre había llamado porque tenía problemas para conseguir el resto del dinero, y quería saber si necesitaba medio millón de dólares o si podía arreglárselas con algo menos. Al parecer, su contable le había aconsejado que no vendiera todas sus propiedades.
Hope entrecerró los ojos. En su locura creía haber pasado toda la vida pagando unos supuestos pecados de su madre. Y en su locura encontraba indignante que ahora dudara en hacerle un favor. No podía creer que fuera tan estúpida como para pensar que se habría rebajado a pedirle dinero de no haber sido porque no tenía más remedio.
No, necesitaba la suma completa. Y así se lo había expresado, con un falso tono de desesperación que a ella misma la asqueaba.
Pensó en su marido y en la historia que le había contado. Philip estaba convencido de que el dinero se lo había prestado un primo suyo. Agradecido con la posibilidad de salvar al hotel, no había hecho preguntas. Aunque sentía curiosidad. Hope lo notaba en sus ojos.
Sonrió a su reflejo. Philip era un completo idiota.
Mientras se miraba en el espejo vio que Glory se dirigía a su dormitorio caminando de puntillas.
– Glory Alexandra, ¿eres tú?
Hope sonrió al oír cómo suspiraba. Su hija andaba en algo raro, aunque no supiera en qué. Pero lo descubriría. Resultaba tan fácil de manipular como su marido.
– Sí, madre.
– Ven aquí, por favor.
Glory se quedó en el umbral, sin entrar, con los brazos cruzados.
– ¿Qué quieres?
– ¿Qué tal estuvo La máscara? -preguntó, para confusión de la joven-.. Me refiero a la película.
– Oh. bien. A Liz le gustó más que a mí.
– ¿De verdad? -arqueó una ceja-. ¿Y eso?
– No sé, pero le gustó más. ¿Dónde está papá?
– En el hotel -contestó-. Ocupado en una de sus pequeñas emergencias.
– ¡Mamá! ¡Tienes sangre en la muñeca!
Hope bajó la mirada y vio que del cepillo resbalaba un hilo de sangre, hacia su muñeca. Su bata blanca se había manchado. Aquello la confundió momentáneamente.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó la chica.
– No es nada -murmuró-. Sólo un pequeño corte.
Hope tomó un pañuelo y se limpió.
– No habrás olvidado los eventos sociales de la próxima semana, ¿verdad? -preguntó, mirándola a los ojos-. Empezando con el banquete de los Krewe.
– No, madre, no lo he olvidado.
– Me temo que no podrás ver a cierta persona durante varias semanas.
Glory palideció.
– ¿A quién te refieres?
– A Liz, por supuesto. ¿A quién si no?
– No, a nadie. Pero tu manera de decirlo parece un tanto extraña.
Hope la observó con intensidad durante unos segundos, antes de decir:
– Glory, si llego a saber que has estado mintiéndome te castigaré. Pero si descubro que has pecado contra Dios, te aseguro que lo pagarás con creces.
– No estoy haciendo nada malo, madre.
– Podría enviarte lejos de aquí, a donde no pudieras verte rodeada por tentaciones constantes, a lugares donde saben cómo controlar a chicas difíciles.
– ¿Me enviarías lejos de aquí? -preguntó, asustada.
– No me gustaría tener que hacerlo. Sé que echarías de menos a tus amigas, y tu casa. Pero lo haré en su caso. ¿Entendido?
– Sí.
– Muy bien -sonrió-. Pareces cansada. Mañana tenemos que ir a misa, muy temprano. Vete a la cama.
– Dale las buenas noches a papá, de mi parte. Y dile que tengo que… Olvídalo.
Hope apartó la mirada de su hija y volvió a mirarse al espejo.
– Cierra la puerta cuando salgas.
Cuando se marchó, Hope. fue a dejar el cepillo sobre la cómoda y tiró varios frasquitos de perfume. Después, abrió las manos y vio que sus palmas estaban llenas de sangre.
Pensó que eran la sangre de un sacrificio, como la sangre de Cristo en la cruz. Pensó que la oscuridad estaba decidida a conseguir su cordero.
Se llevó las manos a la cara. El olor de la sangre se mezcló con el olor del perfume. Casi de inmediato sintió una punzada en el estómago y tuvo que salir corriendo al cuarto de baño para vomitar.
Capítulo 28
Liz cada vez estaba más inquieta. Miró su reloj y frunció el ceño. Glory había quedado en encontrarse con ella a las nueve y cuarto en el servicio del hotel Fairmont. Pero ya habían pasado diez minutos y no llegaba.
Empezó a caminar de un lado a otro, nerviosa. Había cometido un error al prestarse a aquel juego. Era una locura. Pretender pasarse por Glory ante cuatrocientas personas era una auténtica locura.
Caminó hacia uno de los espejos y se miró. Estaba pálida. Al principio, cuando su amiga le propuso la absurda treta, le pareció divertida. No se había parado a pensar que pudiera ser tan peligrosa. Las dos chicas eran más o menos de la misma altura y poseían más o menos la misma figura. Hasta usaban el mismo número de zapatos. Todo estaría lleno de gente, y mal iluminado. Su madre no se preocupaba nunca por ella, y su padre se pasaba las fiestas en el bar. Si no hacía nada que llamara la atención, el plan funcionaría sin problemas.
En su momento lo había encontrado muy gracioso. Siempre había soñado con ir a un baile de máscaras como los que salían en las novelas. Además, sentía curiosidad por saber cómo vivían los ricos. Se había engañado a sí misma pensando que era la Cenicienta y que encontraría al príncipe azul.
Caminó hacia la puerta del cuarto de baño, la abrió y miró a ambos lados del pasillo; pero Glory no aparecía por ninguna parte. Volvió a cerrar, suspiró y pasó a la salita donde las damas se empolvaban la nariz.
No le sorprendía que Glory llegara tarde. Lo hacía muy a menudo desde que se prestaba a servirle de coartada para poder ver a Santos. Era su mejor amiga y habría hecho cualquier cosa por ella, pero empezaba a estar cansada y a sentir cierto resentimiento.
Antes de que conociera a Santos siempre iban juntas a todas partes. Iban al cine, o a la biblioteca, o a dar un paseo por Audubon Park. Pero ya no se veían nunca. Algo a todas luces normal cuando la mejor amiga de una persona se enamoraba.
Tenía miedo de que las descubrieran al final, y la despreocupación de Glory sólo servía para incrementar su pánico. No había imaginado que pudiera ser tan descuidada con su madre. Más tarde o más temprano, aquella bruja notaría el cambio que se había producido en su hija.
Si no lo había hecho ya.
Al pensarlo, se estremeció. Hope Saint Germaine la asustaba, aunque siempre había sido cordial con ella.
Liz no era tan tonta como para creer que su supuesta simpatía fuera sincera. Sólo había decidido que su amistad con Glory era conveniente para su hija y actuaba en consecuencia. Pero su opinión podía cambiar, y entonces intentaría destruir su relación. Hope Saint Germaine era una mujer muy poderosa y fría. Cuando pensaba en la posibilidad de que utilizara todo aquel poder en su contra, se estremecía.
Por otra parte, era consciente de que su posición en el colegio resultaba muy vulnerable. Como alumna becada en una institución para niñas ricas debía mantener un comportamiento intachable en todo momento si no quería arriesgarse a que la echaran.
En aquel momento entró una madre con sus dos hijos, con aspecto de estar cansados. Liz los miró sin dejar de pensar en todo aquel asunto. Glory había insistido en que nadie los descubriría. Había repetido hasta la saciedad que en el caso de que se equivocara a ella no le sucedería nada malo. Y poco tiempo atrás, le había confesado que pensaba hablar con su padre acerca de la relación que mantenía con el joven. Sabía que su amiga estaba asustada, pero no lo suficiente como para no arriesgarse.
Empero, comprendía muy bien sus sentimientos. Más de lo que Glory imaginaba. Había pasado buenos ratos con la joven pareja, y pensaba que Santos era el chico más interesante que había conocido en toda su vida. Era inteligente, divertido, y atractivo en extremo. La hacía reír, pensar, y conseguía que se sintiera más bella. Y por si fuera poco no consideraba detestables a las chicas inteligentes. Bien al contrario, la admiraba por su inteligencia. Se llevaban muy bien, y se comprendían. En cierto modo, Glory nunca llegaría a comprenderlo como ella. Liz y Santos procedían de la misma clase social, y ambos se habían visto obligados a luchar duro por conseguir lo que tenían.
En realidad, estaba enamorada de él.
Se mordió el labio. No le agradaba sentirse de aquel modo. Se despreciaba a sí misma por desear que Glory y Santos se separaran. Era algo desleal, deshonesto. Pero de todas formas, su amistad hacia Glory era mucho más importante para ella que sus sentimientos. No la traicionaría nunca. Nunca.
En cualquier caso, estaba convencida de que Santos no se fijaría nunca en ella. Estaba lejos de su alcance. Era demasiado atractivo e interesante.
Frunció el ceño y pensó en el futuro, en su futuro. Algún día llegaría a ser una mujer rica y respetada. Encontraría una cura contra el cáncer o inventaría algo que cambiara el mundo. Entonces carecería de importancia que no fuera particularmente bella.
Aquel colegio sólo era el principio. Cuando terminara los estudios en la academia podría obtener una beca en la institución que deseara. Tendría todo lo que siempre había soñado.