Liz se estremeció y se apretó contra su asiento, aterrorizada. Sintió lástima por su amiga. Vivir con aquella mujer debía ser un verdadero infierno.
Hope miró entonces a la monja.
– No creo necesario expresar lo molesta que estoy con esta situación. Glory asiste a su academia para librarse de las malas influencias. Philip y yo donamos una suma más que generosa a la institución, y espero que arregle la situación de inmediato. ¿Está claro?
– Tendremos que considerar todas las posibles soluciones. No me gustaría actuar de forma apresurada.
– ¿Apresurada? Si lo prefiere, seré yo quien actúe de forma apresurada.
– Me encargaré de todo, señora Saint Germaine.
Liz contuvo la respiración, casi histérica. La madre de Glory había prometido que haría lo posible para que la directora fuera indulgente con ella. Pero en lugar de eso, estaba haciendo todo lo posible para que la expulsaran. Era una mentirosa y una bruja que se las había arreglado para que traicionara a su mejor amiga.
Se levantó, con el corazón en un puño, y miró a la madre de Glory.
– Por favor, señora, no lo haga. Glory es mi mejor amiga. Sólo intentaba ayudarla. Nunca haría nada que pudiera dañarla.
– Ahora ya es demasiado tarde para disculpas. Ya le has hecho demasiado daño. Has arruinado su vida.
– Necesito mi beca -rogó, a punto de llorar, desesperada-. Por favor. Se lo ruego, no haga que me expulsen.
– Deberías haberlo pensado antes.
Hope se despidió de la monja y se marchó del despacho. Acto seguido, Liz se dirigió a la directora.
– Por favor, hermana, necesito la beca. Le prometo que no volveré a meterme en problemas. Trabajaré más horas en la secretaría, y el resto del tiempo lo pasaré concentrada en mis estudios.
– Basta, Elizabeth. Lo siento. No puedo hacer nada.
– Tiene que hacer algo, hermana! Usted es la directora. Estoy segura de que se da cuenta de que…
– Las condiciones de tu beca eran bastante claras.
– Pero…
– Lo siento. Ya no eres bienvenida aquí. Llamaré a tus padres.
Liz se cubrió la cara con las manos. Lo había perdido todo. Había perdido su beca, y con ella la posibilidad de estudiar en las mejores universidades. Había perdido su futuro.
– Lo siento, Liz. Eres una chica inteligente, y sabes que tienes un futuro brillante de todas formas. Espero que hayas aprendido algo de todo esto.
– ¿Y qué hay de Glory?
– Eso no es asunto tuyo.
– ¿Pero qué le pasará? ¿También la expulsarán?
La hermana tardó unos segundos en contestar. Y cuando lo hizo, su voz sonó en un murmullo.
– Su madre se encargará de castigar su comportamiento. Liz miró a la monja, asombrada. No podía creerlo. La expulsaban por ayudar a una amiga, pero no pensaban tomar ninguna medida contra Glory.
Si su familia hubiera sido tan poderosa como la familia Saint Germaine, no le habría sucedido nada. Pero no era así.
La querían lejos de aquel lugar porque vivían de su dinero. La actitud de la directora resultaba, a todas luces, repugnante. Especialmente viniendo de alguien que se declaraba cristiana, de alguien que se pasaba la vida intentando dar lecciones de moralidad. Miró a la monja de forma acusadora, y la mujer se revolvió en su asiento.
– Lo siento, Elizabeth, pero tienes que comprenderlo. Debo dirigir este colegio. Tengo que hacer lo necesario para asegurar el bienestar de la institución.
– Oh, ya veo. Poderoso caballero es don dinero, ¿verdad?
– Veré lo que puedo hacer para que este asunto no manche tu expediente.
Liz apretó los puños, haciendo un esfuerzo para no llorar. Acababa de aprender una dura lección. Una lección que su padre, aun siendo un simple trabajador sin estudios, conocía desde muy pequeño.
La igualdad de oportunidades era un fraude. Una mentira. El dinero podía comprarlo todo. Hasta las buenas intenciones de una monja.
Capítulo 33
Santos esperó a que llegara el ascensor del hotel Saint Charles. Deseaba abrir el sobre que le había dado Lily. Apenas podía resistirse al impulso; tenía que saber qué había entre Lily y Hope Saint Germaine, qué se traían entre manos.
Sólo entonces, podría actuar.
Cuando llegó el ascensor, entró. Pulsó el botón del tercer piso y guardó el sobre en el bolsillo. Aquella mañana había interrogado a Lily, pero se había negado a hablar. Se limitó a decir que sería la última vez que tendría que ir a ver a Hope Saint Germaine.
Había algo en todo aquello que lo inquietaba. Algo extraño que estaba dispuesto a averiguar de inmediato.
Le había prometido a Glory que no hablaría con sus padres hasta pasado cierto tiempo. Pero después de lo que había sucedido entre ellos dos noches atrás pensaba que debía hacerlo. Para bien o para mal, eran sus padres. Y Santos amaba a su hija.
El ascensor se detuvo al llegar al piso. Salió y se dijo que era un egoísta. En el fondo, sólo quería hablar con ellos para disipar las dudas hacia Glory.
Su corazón empezó a latir más deprisa. Reconoció el síntoma sin ningún problema. Tenía miedo. Pero no de Hope, sino del poder que tenía sobre su hija. No quería perderla. La amaba demasiado.
Avanzó por el pasillo, en dirección a su despacho. Sentía un terrible vacío en el estómago, pero intentó hacer caso omiso. Se había enfrentado a personas peores que aquella bruja, y podía derrotarla sin demasiado esfuerzo.
Como siempre, la mujer lo esperaba. Pero algo había cambiado. Lo miraba con expresión triunfante. Al parecer, no contaría con el elemento sorpresa.
– ¿Tienes el sobre?
– Lo tengo.
Santos sacó el sobre del bolsillo y se lo dio. La tocó accidentalmente y entrecerró los ojos, asqueado.
Como de costumbre, la mujer comprobó el contenido antes de darle un sobre similar para Lily.
Santos lo miró, indeciso. No sabía si romper la promesa que le había hecho a Glory. Pensó en lo que le había contado sobre su madre, en los abusos a los que había sido sometida a lo largo de los años. Y comprendía su miedo.
De momento, no diría nada.
– ¿Tienes algo que decirme? -preguntó la mujer, sonriendo con malicia-. No, supongo que no.
Santos la miró, guardó el sobre en el bolsillo y se dirigió a la puerta.
– Lo sé todo.
Víctor se quedó helado.
– Lo sé todo -repitió ella, riendo.
Santos se dio la vuelta, sin saber muy bien si la había comprendido.
– ¿Cómo dice?
– Estoy informada sobre la relación que mantienes con mi hija. Y no me divierte lo más mínimo. Tengo pruebas, de modo que no intentes negarlo.
– No lo negaría. Me alegra que lo sepa.
– ¿De verdad? ¿Por qué? Pobrecillo… Ha hecho un gran trabajo contigo, ¿no es cierto? No me sorprende en absoluto.
El joven apretó los puños. No quería interesarse por lo que había querido decir, por mucho que lo deseara. Sabía que, de hacerlo, estaría en sus manos.
– ¿Cómo lo ha descubierto?
– Por Glory, claro está. Siempre me lo cuenta todo. No puede evitarlo. Suele hacer este tipo de cosas sólo para molestarme, pero al final siempre se arrepiente.
Santos tuvo la impresión de que lo había golpeado en el estómago. Pero hizo un esfuerzo para no demostrar sus sentimientos.
– No la creo. Glory y yo…
– ¿Os queréis?
– Sí. De hecho, sí.
– No significas nada para mi hija -sonrió-. ¡Nada en absoluto! Sólo se estaba divirtiendo un poco. Y has caído en su trampa. Aunque lo sabes muy bien.
Santos dio un paso hacia delante, furioso. Si no podía estar con Glory, no tenía nada que perder.
– Eso le gustaría creer, ¿verdad? Le gustaría creer que no nos amamos. Pues lo siento, pero se equivoca. Y vamos a estar juntos. para siempre. Le guste o no.
La mujer entrecerró los ojos, irritada.
– ¿De verdad? Pobre idiota. No eres nada para ella. Sólo eres un instrumento para molestarnos a mi esposo y a mí. ¿Y todo por qué? Porque la hemos mimado demasiado, porque lo tiene todo. Así que ha corrido a los brazos de un chico totalmente inadecuado para ella, sólo porque sabe que nunca permitiremos esa relación. Es una malcriada, una mentirosa que utiliza a sus amigas como coartada. Siempre ha sido así. Una completa egoísta. No le importa herir a nadie con tal de salirse con la suya.
Las palabras de la mujer lo hirieron. No en vano, eran las mismas palabras que él mismo había dicho a Glory varios meses atrás. Pero no era ningún cretino. Confiaba en Glory.
– Es usted la que hiere a todo el mundo, no ella. Se queda ahí, de pie, creyendo que es mejor que todos los demás, creyendo que es perfecta. Glory me lo ha contado todo sobre usted. Me ha contado todo lo que le ha hecho. Cuando pienso en ello me pongo enfermo. Está loca.
Hope no dijo nada durante unos segundos. Estaba muy sorprendida, y Santos sabía que su reacción no se debía a lo que había dicho Glory, sino al hecho de que se lo había contado a él.
– ¿Eso te dijo? -preguntó, una vez repuesta-. Y supongo que tú lo creíste. Por desgracia para ti, sólo es otro de sus juegos. Una manera como otra cualquiera de conseguir que no hicieras preguntas, de lograr que no hablaras con nosotros. Seguro que hasta se puso a llorar para que creyeras que soy una especie de monstruo.
– Glory dijo la verdad. Creo en ella.
Hope entrecerró los ojos y dio un paso hacia él.
– ¿De verdad crees que mi hija se enamoraría de alguien como tú? No digas tonterías. Es una Saint Germaine. ¿Y tú, quién eres? Nadie.
En el fondo, Santos empezaba a dudar de Glory. Pero mantuvo la compostura de todas formas. No estaba dispuesto a permitir que aquella bruja a arrogante lo supiera.
– Nos amamos -declaró con suavidad-, y estaremos siempre juntos. Espere y verá.
Santos se dio la vuelta para marcharse.
– Si vuelves a verla de nuevo, me encargaré de que te arresten.
El joven la miró.
– Te acusaré de haberla violado.