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– Si me hubieras querido, si no hubieras sido un simple calzonazos, te habrías enfrentado a ella. Me das lástima. Desearía que no fueras mi padre.

Hope la agarró con fuerza y le clavó las uñas en el brazo.

– No volverás a ver a ese chico! ¡No volverás a hacerlo!

– ¡Hope! -exclamó Philip, intentando que se apartara de su hija-. ¡Por Dios! Tal vez deberíamos escucharla. Hasta ahora, nunca nos había mentido. Tal vez tenga razón cuando dice que ese chico…

– ¡No sabes nada, Philip! Eres ciego en todo lo relativo a Glory. Yo me ocuparé de esto. La enviaré lejos, a una institución donde no toleren esa clase de comportamiento.

– ¡No iré! ¡No puedes obligarme! -gritó Glory.

Debía escapar de allí. Rápidamente, golpeó a su madre en el cuello. Hope gritó de dolor y Glory aprovechó su desconcierto para salir corriendo del despacho. Bajó las escaleras a toda velocidad, sin detenerse ante los gritos de su padre. Oyó que la secretaria llamaba a seguridad.

Una vez en el vestíbulo, dudó un momento antes de salir del hotel. Ya se había hecho de noche, y llovía tanto que al cruzar la calle ya estaba empapada de pies a cabeza. Entonces, miró hacia atrás y vio a su padre. Estaba a punto de alcanzarla.

– ¡Glory, espera! Te escucharé. Encontraremos alguna forma de solucionarlo. Lo prometo.

Glory dudó de nuevo, llorando. Pero sabía que las promesas de su padre no valían nada. Hope se aseguraría de que la encerraran y de que no volviera a ver a Santos.

Entonces sucedió lo inesperado. En aquel instante oyó el sonido de un claxon, seguido por un frenazo seco. Se dio la vuelta de inmediato y vio que un vehículo había atropellado a su padre, lanzándolo por los aires.

Pudo oír sus propios gritos, los gritos del portero del hotel y los del conductor que lo había atropellado. Corrió hacia Philip y se arrodilló junto a él. Había sangre por todas partes, pero tenía los ojos abiertos. Gritó de nuevo horrorizada.

– Papá… ¿te encuentras bien? No lo decía en serio. No lo decía en serio, papá. Te quiero.

Las primeras sirenas se oyeron a lo lejos. Glory se abrazó al cuerpo inerte de Philip, sollozando.

– Por favor, papá, ponte bien. Te quiero tanto… No me dejes, papá, por favor. No te mueras.

Su madre llegó a su altura y la miró con frialdad. Todo aquello no la afectaba en lo más mínimo.

– ¿Estás contenta ahora, Glory Alexandra? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Es culpa tuya.

– No, mamá, no…

– Sí. No habría salido corriendo en tu búsqueda si no te hubieras escapado. No vio el coche por tu culpa.

– No, mamá, por favor, no…

Su madre se arrodilló a su lado. La tomó por los brazos y la apartó de su padre. Después, la obligó a mirar la sangre. Glory se dobló hacia delante, enferma.

– Sí. Has matado a tu padre.

Capítulo 37

A pesar de la intensa lluvia, toda una multitud había asistido al entierro del padre de Glory. Amigos, familiares, empleados del hotel y antiguos clientes, todos dispuestos a presentar sus condolencias. Philip Saint Germaine había sido un hombre amado y respetado.

Glory saludó a todos los presentes, aunque se sentía muy lejos de todo. De todo, salvo de sus propios sentimientos y del sentimiento de culpa que la devoraba por dentro.

Lo había querido con todo su corazón. Había sido la única persona que la había amado incondicionalmente. Y por desgracia, había muerto pensando que lo odiaba, recordando las horribles palabras que había dicho.

Glory respiró profundamente. Quería que su padre volviera a vivir. Le habría gustado poder retirar aquellas palabras, volver al pasado para comportarse de otro modo. Le habría gustado dar marcha atrás al reloj para regresar a su octavo cumpleaños, el momento en que todo empezó a cambiar.

Y de haber podido, se habría cambiado por él. Habría preferido que el coche la atropellara a ella, aunque en cierto modo ya estaba muerta.

Miró el ataúd cerrado. Su madre había conseguido convencerla de que era culpable de la muerte de Philip. Hope siempre decía que algún día haría mucho daño a los demás con su actitud. Su padre había muerto, y Liz había dejado de ser su amiga.

Pensó en Santos y empezó a llorar de nuevo. Llevaba dos días llorando, pero a pesar de todo aún tenía lágrimas.

Cerró los ojos. Estaba tan traumatizada y se sentía tan débil que en tales circunstancias no resultaba extraño que prestara oídos a las insidias de su madre. Creía que aquella tragedia no habría sucedido nunca si no se hubiera enamorado de Santos.

En aquel momento oyó que algo caía en el vestíbulo. Tal vez un jarrón.

Glory se dio la vuelta, y lo que vio la sorprendió. Santos intentaba entrar en la casa, pero dos hombres intentaban impedírselo.

– ¡Glory! -exclamó él.

Glory empezó a temblar. Abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo.

Santos no tuvo más remedio que golpear a uno de los hombres para que lo soltara. Una mujer gritó, y el encargado de la ceremonia amenazó con llamar a la policía. Pero Santos hizo caso omiso de ellos y se dirigió hacia su amada.

Entre tantos trajes oscuros y vestidos de seda estaba completamente fuera de lugar. No se había afeitado, y estaba empapado de los pies a la cabeza.

Todo el mundo miró a la joven, murmurando. Todos lo sabían, y todos parecían culparla de la muerte de Philip.

Apenas pudo contener el deseo de gritar. Necesitaba esconderse en alguna parte, pero no podía hacerlo. Su corazón latía desenfrenado.

Su madre apareció de repente. Pasó un brazo por encima de los hombros de Glory y la ingenua niña se apoyó en ella, buscando un poco de calor.

Santos se detuvo ante ellas. Glory estaba a punto de demostrar que sólo era una niña rica, una niña mimada. En parte deseó arrojarse en los brazos del chico al que supuestamente amaba, pero no lo hizo. Cuando lo miró, recordó la muerte de su padre. Una muerte que, en opinión de su madre, era consecuencia de su irresponsable actitud y de su amor por Santos.

– ¿Pensaste que no vendría? -preguntó él, con suavidad-. ¿Es que no sabías que haría cualquier cosa por estar contigo? Lo siento mucho, amor. Sé cuánto lo amabas.

– Márchate de aquí -intervino Hope, abrazando con más fuerza a su hija-. ¿No me has oído? Glory quiere que te marches.

Santos no hizo ningún caso. Siguió mirando a la joven.

– Cariño, díselo. Dile lo que sientes. Dile lo que sentimos el uno por el otro.

– ¡Maldito canalla! -exclamó su madre, casi histérica-. ¡Es culpa tuya! Glory se comportó así por tu culpa. ¡Eres el culpable de la muerte de su padre!

Glory empezó a sollozar. Santos dio un paso hacia ella.

– No hagas caso, Glory. Sabes muy bien que tu madre es una manipuladora. Nosotros no lo matamos. Fue un accidente -declaró con suavidad-. Toma mi mano. Ahora, aquí mismo. Demuéstrales a todos lo que sentimos el uno por el otro. Después me marcharé, pero al menos todos lo sabrán.

Santos alargó una mano. Glory la miró y nuevamente pensó en su madre, en las terribles palabras que le había dicho poco antes de que muriera.

– Si me amas, toma mi mano -susurró-. Cree en mí, Glory. Sólo tienes que tomar mi mano.

Glory no sabía qué hacer. De repente recordó la voz de Philip. Una voz suave y paciente, llena de amor. En cierta ocasión había insistido en que prometiera que no olvidaría nunca que la familia lo era todo, todo lo que era y todo lo que llegaría a ser.

Glory pensó que había cometido el error de olvidarlo, y estaba decidida a no hacerlo otra vez. Debía permanecer allí, con su madre, con su familia.

La joven movió la cabeza en gesto negativo, sin dejar de llorar. Después se apartó de Santos, volvió con su madre y apoyó la cara en su hombro.

Un segundo más tarde, Santos se marchó.

LIBRO 6

FRUTA PROHIBIDA

Capítulo 38

Nueva Orleans 1995

El asesino de Blancanieves había vuelto a actuar. Santos lo supo a las tres de la madrugada. Veintiséis minutos más tarde aparcaba su coche frente a la catedral de San Luis. Los primeros agentes de policía ya habían acordonado la zona. La médico forense había llegado, al igual que el grupo de investigación de criminología, una furgoneta del Canal de televisión y varios periodistas.

Santos esperó a que se apartaran los periodistas antes de bajar del coche. Miró a su alrededor. La catedral estaba iluminada como un árbol de navidad. Una pequeña multitud se había reunido en el lugar, compuesta por residentes, noctámbulos y personas que trabajaban en la zona. Al menos había media docena de policías controlando la situación.

Respiró profundamente. En diez años en el cuerpo había visto multitud de situaciones semejantes. No le afectaban demasiado, pero aquello era distinto. Era su caso. Era un asunto personal.

Quería detener a aquel canalla y hacer que pagara por todos sus crímenes. Pero no había llegado a ninguna parte. Era un individuo muy inteligente y organizado. Todo un depredador.

Cruzó la línea de seguridad. Dos turistas le sacaron una fotografía, cegándolo con el flash.

– Cómo son estos turistas -comentó a un compañero-. Sacan fotografías de cualquier cosa.

El agente se encogió de hombros.

– Tal y como están las cosas en este país, visitar una ciudad sin sacar una fotografía de un crimen es como no haber estado.

– Sí, supongo que tienes razón.

– ¿Detective Santos?

Santos se dio la vuelta. Otro agente uniformado se dirigió a él.

– Hola, Grady, ¿qué tenernos aquí?

– Otro asesinato. Aún no hay confirmación, pero parece evidente que se trata del mismo tipo. Actúa cada cuatro meses.

– Lo sé. Sigue.

– Una pareja de turistas borrachos la encontraron. Se tropezaron con el cuerpo.

– Otra vez esos turistas… Al alcalde no va a gustarle nada.

– He oído que está de camino.

– ¿Dónde están esos turistas? Quiero hablar con ellos.