A Glory se le rompió el corazón. Maldijo a su madre y apretó la mano de Lily.
– Pero yo he venido, abuela. Yo he querido venir -la miró, sonriendo-. Quiero que lleguemos a conocernos. Quiero que recobremos todo el tiempo perdido.
Lily abrió los ojos de nuevo y la miró con tal agradecimiento que Glory se estremeció.
– Te quiero -susurró su nieta-. Estoy tan contenta de que por fin estemos juntas…
Glory se sentó en la cama y empezó a hablar con suavidad sobre cosas sin demasiada importancia. De vez en cuando Lily preguntaba cosas sobre su vida y la escuchaba con tanto interés como si sus respuestas fueran oro.
Santos no dejó de pasear de un lado a otro mientras tanto, como un depredador acorralado. Glory notaba su presencia de un modo tan intenso que se sentía agotada.
No pasó mucho tiempo antes de que apareciera una enfermera. Lily debía descansar.
Glory y Santos salieron de la habitación y caminaron hacia el ascensor. Santos pulsó el botón y la miró de forma beligerante.
– ¿Vendrás a verla de nuevo? -preguntó-. ¿O ya has cumplido tu deber?
Glory se sintió profundamente herida por su desprecio. Hasta entonces había pensado que habían conseguido tender un puente entre ellos, aunque fuera débil. Pero no era así. Tardó un momento en comprenderlo, suficiente, empero, para recobrar la compostura y mirarlo con frialdad.
– ¿Cómo puedes preguntar algo así? ¿Crees que esto es un juego para mí? ¿De verdad crees que haría daño a mi propia abuela, que le diría que la quiero para dejarla después abandonada?
– Es una posibilidad.
– Eres un canalla. Pienses lo que pienses, no soy como mi madre. Volveré.
– Me alegro. Significaría mucho para ella. No quiero que vuelvan a romperle el corazón.
Glory se cruzó de brazos y alzo la barbilla, desafiante.
– Para mí también significa mucho. De hecho, antes de que empezaras a insultarme había decidido darte las gracias.
– ¿De verdad? ¿Por qué?
Santos arqueó las cejas de forma exagerada. Glory deseó estrangularlo, pero se contuvo.
– Por Lily, por supuesto -apretó los dientes-. Me siento como si me hubieras hecho un gran regalo.
– Conocer a Lily es un regalo para cualquiera -puntualizó Santos, observándola con furia-. Pero no lo he hecho por ti, sino por ella.
Acto seguido, Santos se dio la vuelta y se marchó.
Capítulo 47
Hope estaba sentada en una silla, con una Biblia abierta en su regazo. Los sonidos de la cálida noche de verano se colaban a través de las persianas de la casa. Oía algún insecto, el croar de una rana, niños jugando, un perro que ladraba en algún lugar del barrio y el zumbido del ventilador de techo que se movía sobre su cabeza, refrescando el ambiente.
Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y cerró los ojos. Creía que, con los años, ese confuso concepto de la «oscuridad» había ido creciendo en su interior, haciéndose más fuerte. Luchaba contra sus fantasmas con más furia, pero se rendía ante ellos con más frecuencia. Y la batalla interior agotaba su energía.
No encontraba ninguna paz, salvo después de sucumbir a los ataques. Y sólo durante un corto periodo de tiempo.
Había pasado una semana completamente tranquila. Sonrió para sus adentros. En aquellas ocasiones se encontraba muy bien. Hasta llegaba a pensar que todo había sido una pesadilla, que había vencido por fin a la bestia que llevaba en su interior.
Pero la calma se rompió pronto. Glory entró, cerró la puerta de golpe y caminó hacia ella.
– ¡Me pones enferma, madre! ¿Cómo has podido?
Hope miró a su hija, sorprendida. No la había visto nunca en aquel estado. Sus ojos brillaban con una furia que había contemplado más de una vez en sus pesadillas, y en su propia imagen cuando la dominaba aquella bestia interior.
Fiel a su visión del mundo, pensó que la «oscuridad» se las había arreglado para atacarla ahora a través de su hija.
Las manos de Hope empezaron a temblar, pero las cerró con fuerza sobre su regazo.
– Glory Alexandra -dijo, ocultando su temor-, sabes de sobra que no me gusta que me molesten cuando leo la Biblia.
– ¿Cuando lees la Biblia? Qué buena eres. Qué gran cristiana. Eres un ejemplo para todos nosotros, ¿no es cierto? Al menos es lo que siempre has querido que creyéramos.
El corazón de Hope empezó a latir más deprisa. Había sucedido algo terrible. Una de sus pesadillas se había hecho realidad.
Miró el libro abierto, leyó un salmo para tranquilizarse y lo cerró. Después, miró a su hija con suprema frialdad.
– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Estás molesta por algo?
– ¿Molesta? Podría decirse así -contestó, apretando los puños-. Dime una cosa, madre, ¿dice algo la Biblia sobre el perdón? ¿Dice algo sobre el pecado de juzgar a los otros?
Hope sintió un intenso frío.
– Por supuesto que sí, como sabes. Me aseguré de que conocieras a fondo la Biblia.
– Sí, claro, desde luego. Me obligaste a aprendérmela de memoria, te aseguraste de que fuera un pequeño angelito como tú. Y cuando fallaba por alguna razón te las arreglabas para castigarme por mis supuestos pecados.
– Soy tu madre. He hecho lo que he creído mejor para ti.
– ¿De verdad? Yo diría que hiciste lo que era mejor para ti. Hoy he conocido a Lily Pierron. Mi abuela. Vi la casa donde creciste. Y sé lo que has hecho. Lo sé.
Hope sintió que todo su mundo se derrumbaba. Siempre había temido la llegada de aquel día, pero a pesar de todo intentó controlar sus emociones.
– No sé de qué estás hablando. Yo tenía una magnífica relación con mi madre. Me rompió el corazón cuando murió a una edad tan temprana.
– ¡Basta ya! ¡Deja de mentir! Tu madre sigue viva, pero ha estado a punto de morir hoy mismo. ¿Cómo has podido…? No sé qué decirte. No sé quién eres. Has pasado toda la vida mintiendo, mintiéndome. Ni siquiera sé quién soy yo.
– Eres Glory Saint Germaine. Una más entre los Saint Germaine de Nueva Orleans. Y yo soy tu madre.
– ¡Y Lily es la tuya! ¡La abandonaste!
– ¡No sabes lo que dices!
– Santos me llevó a la mansión de River Road. Vi fotografías, y leí las cartas que te enviaba. Te rogó que la perdonaras, aunque no sé muy bien por qué tenías que perdonarla. Y te limitaste a leer las cartas sin contestarlas después.
– Es una prostituta! ¿No lo comprendes? ¡Una sucia prostituta que vendía su cuerpo!
– ¡Basta ya! ¡Es mi abuela! Me da igual lo que hiciera para ganarse la vida. Tenía una profesión, en cualquier caso, no mucho peor ni más indigna que cualquier otra. Es mi abuela y no pienso abandonarla como hiciste tú. ¡No lo haré nunca!
– Qué fácil es para ti. Me acusas de haberla juzgado de forma injusta, pero te atreves a juzgarme a mí. No tienes idea de lo que tuve que sufrir.
– ¿Cómo voy a tenerla? Sólo conocía tus mentiras.
Glory hizo un esfuerzo por contenerse.
– Has estado mintiendo todos estos años -continuó-. Nos has mentido a todos. Santos te llamó. Tu madre estaba muriéndose y su último deseo era verte, pero te negaste. Le negaste hasta ese derecho. No sé quién eres, madre. Cuando pienso en todas las mentiras que dijiste sobre tu supuesto padre siento ganas de vomitar. Ni siquiera lo conociste. Y supongo que no puedes soportar, siendo tan religiosa y estricta, que seas de padre desconocido. Eras hija natural, como todas las Pierron. Todas, menos yo.
– Exacto. Menos tú. Y gracias a mí. Gracias a mí eres una Saint Germaine. Las Pierron ya no existen. No existen.
– ¡Por supuesto que existen! No comprendes nada. No puedes cambiar la realidad declarando por decreto la inexistencia de una cosa. Y no conseguirás robarme a mi propia familia. Las Pierron son mi pasado, te guste o no.
Hope se levantó y la agarró con fuerza.
– ¡Basta ya! ¡Tienes que olvidarlo! ¡Te lo ordeno!
– ¡No! -se soltó-. No lo haré.
Hope estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para evitar que la «oscuridad» dominara a su hija. Estaba convencida de que debía salvarla de algo.
– No puedes imaginar lo que tuve que vivir -declaró, con lágrimas de cocodrilo-. No puedes imaginar lo que fue vivir en aquella casa, ni las cosas que veía. Tenía que vivir con prostitutas, Glory, con prostitutas.
– Lo sé, pero…
– ¡No sabes nada! Todo el mundo se burlaba de mí, y no por lo que era, sino por vivir en aquella casa. No tenía amigos, y nadie se acercaba a mí en el colegio. No me invitaban nunca a ninguna fiesta de cumpleaños, ni a la casa de ningún vecino. Por la noche no podía dormir por los ruidos, por los gemidos casi animales de los clientes. ¿No comprendes que huyera de todo aquello? ¿No entiendes que no quisiera volver? Si me hubiera quedado habría muerto.
– Tu madre te amaba e intentó protegerte lo mejor que pudo. Te sacó de aquel lugar.
– Sí, es cierto, me quería. Y yo a ella. Pero sólo quería escapar. Necesitaba empezar una nueva vida. Y cuando tuve la oportunidad la aproveché. Por favor, intenta comprenderlo. Perdóname. Si me abandonaras no podría soportarlo.
Glory cayó en la trampa y la abrazó.
– No te abandonaré, madre. Comprendo que quisieras huir, pero ¿por qué tuviste que mentir? ¿Por qué mentiste a papá? ¿Por qué abandonaste a tu madre? ¿Por qué tenías que ser tan cruel?
Hope se aferró a Glory y apoyó la cabeza en su hombro.
– Tenía miedo. Por mí y por ti. ¿Crees que tu padre se habría casado conmigo de haberlo sabido? Imagina cómo habría reaccionado su familia. Tenía miedo y aún lo tengo. No quiero que nadie lo sepa. Si llegaran a averiguarlo lo perdería todo. Lo sé.
– Lo comprendo. Si es eso lo que quieres, no es necesario que nadie lo sepa.
– Gracias.
– No se lo diré a nadie, pero no la abandonaré. Me necesita, y yo la necesito a ella. Es mi abuela.
Hope la miró, irritada. Su máscara de sensibilidad desapareció de repente. Apretó sus manos con fuerza y preguntó: