– Con todo lo que sabes sobre ella, con todo lo que sabes sobre su pasado, ¿cómo es posible que…?
– Madre, entiendo lo que hiciste, te perdono por ello e intentaré no juzgarte. Pero todo eso forma del pasado y tampoco tengo intención de juzgarla a ella.
– Sé que fui más estricta contigo que otras madres con sus hijos. Pero tenía miedo por ti. Quería que tuvieras una buena vida. Una vida sin pecado. Tu abuela es peligrosa. Tengo miedo de que caigas bajo su influencia, miedo de que pueda hacerte daño.
– ¿Qué es eso del «pecado», madre? Soy una mujer madura, y te aseguro que no tengo ninguna intención de cambiar de profesión para hacerme prostituta. Lily es una anciana, y está enferma. No ha vivido nunca en ningún «pecado», como dices, y desde luego dudo que pueda influirme en la forma que temes.
Hope pensó que la «oscuridad» no envejecía nunca, que la bestia no tenía edad. Pero no podía decírselo a su hija. Aún poseía la cordura suficiente como para comprender que la habría tomado por loca. De manera que dejó que se marchara.
Pero estaba segura de que al final vencería. No estaba dispuesta a ceder después de haber pasado toda la vida guiando a su hija por el camino correcto.
Al pensar en Santos sintió un profundo odio. Se las arreglaría para que pagara por todo aquello. Algún día encontraría la forma de destruirlo.
Horas más tarde, Hope despertó en mitad de la noche, sudorosa. La bestia la había despertado. Esta vez no sólo la quería a ella, sino también a su hija.
Apretó los dedos con tanta fuerza que se clavó las uñas en las manos. Para ganar aquella batalla necesitaría toda su fuerza. La oscuridad se cernía sobre Glory, utilizando como instrumento a Santos. Iba a ser una guerra muy difícil, tal vez la más difícil de toda su vida.
Capítulo 48
Los días fueron avanzando poco a poco. Lily estaba cada vez más fuerte, y Santos tenía la impresión de que su recuperación se debía a la presencia de Glory. Siempre estaba a su lado en la cama del hospital, de día o de noche, hablando con ella o simplemente observándola mientras dormía.
La mayor parte de las veces Santos se limitaba a observar la escena mientras Glory hablaba sobre su vida. Su opinión sobre la hija de Hope no había cambiado, pero el cariño que demostraba hacia Lily, y su dulzura, habían bastado para que supiera que no se parecía en nada a Hope Saint Germaine. No era fría, ni se dedicaba a juzgar a los demás. No era cruel.
A veces, mientras la miraba, recordaba la relación que habían mantenido años atrás. Entonces debía hacer un esfuerzo para convencerse de que Glory no le gustaba, que no le agradaba aquella mujer, que no los unía nada salvo la existencia de Lily.
De hecho, apenas habían charlado durante los últimos días. Intercambiaban simples frases de cortesía. Ni siquiera habían compartido su preocupación cuando conocieron la opinión de los médicos. Su corazón ya no funcionaba bien, y las posibilidades de que sufriera otro ataque eran demasiado elevadas.
No se tocaban nunca, y sólo raramente se miraban.
Santos frunció el ceño, aparcó en el primer hueco que vio, salió del vehículo y se dirigió a la entrada del hospital.
Un homicidio lo había mantenido ocupado toda la noche anterior y parte de la mañana. Conforme avanzaba el tiempo lo había ido dominando una extraña inquietud. Temía que Lily se encontrara peor. Había llamado dos veces para informarse; pero la primera vez estaba dormida y la segunda no contestó nadie.
Intentó tranquilizarse pensando que Glory estaba a su lado y que lo habría llamado si hubiera ocurrido cualquier cosa. No tenía razón para temer. No se llevaba bien con ella, pero admitía que era una suerte que estuviera en el hospital mientras trabajaba.
Santos subió en el ascensor. Estaba lleno de gente, y se detuvo en todos los pisos hasta llegar al sexto.
Nervioso, avanzó por el pasillo hacía la habitación de Lily. Cuando abrió la puerta temía lo peor. Temía que hubiera sufrido otro infarto, que hubiera muerto. Pero en lugar de eso la descubrió sentada en la cama, riendo una de las historias de Glory.
Se sintió tan aliviado que casi se mareó. No había visto a Lily tan feliz desde hacía mucho tiempo.
Lily sonrió de oreja a oreja al verlo. Santos se emocionó profundamente. Había pasado muchos años culpándose por no haber sido capaz de ayudar a su difunta madre. Pero al menos ahora había conseguido que Lily fuera feliz.
– Víctor, has llegado a tiempo de escuchar la historia sobre el primer recital de piano de Glory.
Santos caminó hacia ella y tomó su mano.
– Estás preciosa -la besó en la mejilla.
– Me siento muy bien. El médico dice que me dará el alta muy pronto. Tal vez mañana.
– ¿Mañana? ¿Tan pronto? Vaya, eso es magnífico.
– Soy más dura de lo que creía.
– Desde luego -rió-. Nunca pensé lo contrario.
– Bandido… Te asustaste tanto que estuviste a punto de desmayarte varias veces.
Lily se volvió entonces a Glory y le contó que en cierta ocasión, después de averiguar que Santos se escapaba por la noche para ver a una chica, había cerrado a cal y canto toda la casa. A las tres de la madrugada había tenido que llamar a la puerta para que lo abriera.
– Se sorprendió tanto -rió Lily-. Empezó a dar la vuelta a la casa, buscando una ventana que estuviera abierta. Pero al final no tuvo más remedio que llamar al timbre de la entrada principal.
– No pensé que lo supiera -confesó Santos-. Di la vuelta a toda la maldita casa porque ya no estaba seguro de cuál era la ventana que había dejado abierta.
La anécdota llevó a otra anécdota y al cabo de un rato todos reían alegremente. Pero al cabo de un rato, Lily se durmió.
– Si quieres marcharte -dijo entonces Santos-, yo me quedaré aquí.
– No, me quedaré un rato. El hotel va bien. Si ocurre algo me llamará mi ayudante.
– Ojalá pudiera decir lo mismo del departamento de policía.
Habían pasado nueve semanas desde el último asesinato y Santos temía que el criminal actuara de nuevo. Hasta los medios de comunicación lo sospechaban.
Debía encontrarlo. Debía averiguar si era el mismo canalla que había matado a su madre.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Glory-. ¿Ha ocurrido algo?
– No. Ese es el problema.
– Si necesitas marcharte le diré a Lily que…
– No, estaré un rato más. Voy a llamar a Jackson y a tomar un café. ¿Quieres algo?
– No, gracias.
– Si se despierta llámame.
– Lo haré.
Al salir al pasillo, Santos se detuvo. Durante unos minutos había olvidado quién era Glory. Había reído con ella y se habían divertido juntos. Pero no podía confiar en una mujer así. Era el enemigo.
– ¡Santos!
Santos levantó la mirada, sorprendido. Liz se dirigía hacia él, con un tiesto en las manos.
– Liz, ¿qué estás haciendo aquí?
– He venido a ver a Lily. ¿Es mala hora?
– No, por supuesto que no. Pero está durmiendo.
Santos no le había contado a Glory que mantenía una relación con Liz. No era asunto suyo. Pero por desgracia tampoco le había contado a Liz que Glory pasaba a menudo por el hospital.
– Vaya… Últimamente no te veo demasiado.
– Entre el infarto de Lily y el trabajo he pasado unas semanas horribles.
Santos sabía que sólo era una excusa. Por alguna razón no había deseado verla desde el infarto de Lily.
– Lo comprendo. Recuerdo lo que viví cuando mi padre estuvo en el hospital -dijo ella-. Pero te echaba de menos.
– Cuando se ponga bien todo volverá a la normalidad.
– ¿Qué tal está?
– Mejor. Mucho mejor, de hecho. Es posible que le den el alta mañana.
– ¿Bromeas? Es maravilloso.
– Es increíble. Pensé que iba a perderla.
– Me alegro por ti. Si quieres, le enviaré algo de comida del restaurante para que no tenga que cocinar. Házmelo saber.
– Lo haré, gracias.
– Si puedo hacer cualquier otra cosa, dímelo. En fin, tengo que volver. El negocio me llama.
– ¿Qué tal van las ventas de hamburguesas? -preguntó, bromeando.
– Bien, por desgracia. Temo por la salud de nuestros ciudadanos.
Santos rió encantado.
– Me alegra que hayas venido, Liz. Le diré a Lily que viniste.
Se inclinó sobre ella y la besó durante unos segundos.
En aquel momento sucedió lo inesperado. La puerta de la habitación se abrió. Glory se asomó y dijo:
– Santos, se ha despertado…
Al contemplar la escena, se ruborizó.
– Oh, lo siento, no sabía que estuvieras acompañado.
– ¿Se ha despertado? -preguntó Santos, apartándose de Liz.
– Sí, pensé que te gustaría saberlo. ¿Liz? ¿Liz Sweeney? Oh, Dios mío, ¿eres tú? -preguntó al reconocerla.
– Hola, Glory.
– No puedo creer que seas tú. ¿Qué tal te han ido las cosas?
– Bien -respondió, irritada-. Pero no gracias a ti.
Glory palideció. Abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo. Santos casi lo sintió por ella, pero de inmediato recordó lo que había sucedido en el pasado. Glory había utilizado a Liz y había destrozado su existencia.
– Yo… le diré a Lily que… perdonadme.
Segundos después, regresaba a la habitación.
– ¿Cómo has podido, Santos? Pensé que no aparecías por el estado de salud de Lily. Pero no era por ella, ¿verdad?
– No es lo que crees, Liz.
– Dijiste que no te interesaba.
– Y no me interesa. Ha venido a ver a Lily, nada más.
– Ya. Lástima que no conociera a Lily.
– No la conocía hasta hace una semana. Es la abuela de Glory.
Liz lo miró con incredulidad.
– No puedes estar hablando en serio.
– Completamente. Es la abuela de Glory. Nadie lo sabía, menos yo. Hope Saint Germaine se encargó de que nadie lo supiera.
– No lo comprendo.
Santos le explicó toda la historia. Al final, Liz lo miró y dijo: