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– Ya veo. Y desde que sufrió el infarto, ¿has estado aquí con Glory?

– ¿Con Glory? No. Digamos que hemos compartido el mismo espacio. Apenas nos hablamos.

– Pero no me lo dijiste. ¿Por qué?

– Porque sabía que reaccionarías así.

– ¿Quieres decir que me pondría celosa, que empezaría a sospechar, que me excedería?

– ¿Es que puedes culparme por ello? No decir la verdad es igual que mentir. Y mentir es una manera como otra cualquiera de decir que uno se siente culpable por algo. Pero supongo que ya deberías saberlo, siendo policía.

– No es así, Liz.

Sin embargo, Santos sabía que Liz estaba en lo cierto.

– Dime una cosa, Santos. ¿Tengo razón para sentirme celos?

– No.

– Tus palabras dicen una cosa, pero tus ojos, otra, Te amo, y lo sabes. No quiero perderte. Pero no estoy dispuesta a aceptar ciertas cosas.

– ¿Qué estás diciendo?

– Quiero que te comprometas conmigo. Quiero saber que tenemos un futuro -dio un paso hacia él-. Algún día, hasta me gustaría tener hijos, una familia. Y me gustaría que fuera contigo.

A Santos le habría gustado poder tranquilizarla. Se sentía muy cómodo a su lado, pero no estaba enamorado de ella, y no quería hacerle daño.

– Liz, no sé muy bien lo que quiero. No estoy seguro de querer lo mismo que tú.

Los ojos de Liz se llenaron de lágrimas. Pero no derramó ni una sola.

– Tendrás que tomar una decisión. Pero no ahora. Comprendo que no es buen momento para ti. Sin embargo, tendrás que pensarlo. Yo creo que hacemos una buena pareja.

Dio un paso hacia él, puso las manos en su pecho y alzó la cabeza para mirarlo.

– Creo que podríamos ser felices -continuó-. Ni siquiera necesito saber que será algo inmediato. Pero tampoco puedo aceptar una incertidumbre constante, Te amo, Santos. Sé que no sientes lo mismo por mí, pero también sé que podrías llegar a sentirlo. Te prometo que no haría nada que pudiera herirte. Siempre estaré a tu lado. Podríamos tener una familia feliz.

Santos tomó sus manos y dijo:

– Sí.

– Me gustaría poder decirte lo que esperas que diga. Pero no puedo. Al menos, ahora.

– Lo comprendo. No obstante, debes comprender que no puedo seguir así. La pelota está en tu tejado, detective.

– De acuerdo, Liz, lo pensaré.

Liz le dio un beso, se dio la vuelta y se marchó.

Santos la miró mientras se alejaba. Pero no pensaba en ella, sino en Glory, en lo que se sentía al estar enamorado.

Frunció el ceño y regresó a la habitación de Lily. Glory estaba en la ventana, mirando hacia la calle. No podía ver su rostro, pero su inquietud y su palidez eran evidentes.

– ¿Cuánto tiempo ha estado despierta?

– Sólo unos minutos. Preguntó por ti. Le dije que regresarías enseguida.

– Gracias.

– Santos, siento mucho lo ocurrido. No quería interferir.

– Lo sé. Olvídalo.

Glory se aclaró la garganta.

– Entonces, ¿sales con Liz?

Santos la observó con curiosidad. Se preguntó si sentiría lo mismo que él. El triángulo que formaban había cambiado sustancialmente con los años.

– Sí.

– Tiene muy buen aspecto. Ha crecido bastante.

– Como todos.

– No quería herirla -confesó, con ojos llenos de lágrimas-. No quise herir.., a nadie.

Santos se encontró paralizado entre el rencor y el dolor que le producía su tristeza. Pero pensó que era una simple estratagema. En Glory Saint Germaine no había nada dulce, ni vulnerable.

– Seguro que no. Pero eso no cambia el hecho de que hiciste mucho daño a ciertas personas.

– ¿Como a ti?

– Sí, como a mí -respondió, mientras avanzaba hacia ella, furioso-. ¿Es lo que querías oír? ¿Querías oír que me hiciste daño, que me rompiste el corazón? ¿Te sientes mejor ahora, Glory?

– No -acertó a contestar-. Me siento muy mal.

– Me alegro.

Santos quiso alejarse de ella, pero Glory lo tomó del brazo.

– Yo también perdí muchas cosas. Pagué un precio que ni siquiera puedes imaginar.

Santos apartó su mano.

– Todos estos años no te han servido para nada. Aún eres la misma niña rica y mimada que sólo piensa en sí misma. Pobrecilla, has sufrido tanto…

– Eres un cerdo.

– No es la primera vez que me lo dicen.

Santos caminó hacia la puerta y se detuvo un instante para mirarla.

– ¿Sabes una cosa, Glory? Puedo imaginar perfectamente el precio que pagaste. Porque yo también lo pagué. Y por tu culpa.

Capítulo 49

Una vez más los pájaros despertaron con sus cantos a Lily. Y una vez más, la llamaron. Lily abrió los ojos y sonrió. Su querida Glory se había quedado dormida en la silla que había junto a la cama. La luz de la lamparita iluminaba su encantador rostro. Las dos semanas pasadas en su compañía habían sido las mejores de su vida. Deseaba que su hija llegara a perdonarla, pero entendía sus motivos.

Miró a su nieta y se dio cuenta de que no temía la muerte. Su vida había sido más completa que las vidas de muchas personas. Gracias a Santos, y al final gracias también a Glory, había conocido el amor.

Era lo suficientemente vieja como para comprender que todo lo demás carecía de importancia.

Esta vez el dolor fue mucho más intenso. Pero no tardó en desaparecer. Se marchó inesperadamente, dejándola con una extraña sensación, liviana y juvenil. Rió con alegría. Recordó haber reído y haberse sentido de aquel modo en algún momento, aunque no recordaba cuándo ni dónde.

Pero el canto de los pájaros no cesaba. Cada vez era más alto, más alto aún que el sonido de sus propios pensamientos. Lily comprendió entonces que estaba a punto de morir.

Ya no sentía arrepentimiento, ni miedo, ni dolor, ni tristeza. Sólo amor. La envolvía una paz que ni siquiera habría creído posible.

Pero no podía marcharse todavía.

Alargó un brazo para tocar la mano de Glory, que sonrió sin despertarse.

La noche terminaba y el día empezaba de nuevo. La luz de la mañana empezaba a entrar por la ventana de la habitación del hospital, y los pájaros cantaban con insistencia.

Pero debía despedirse de Santos.

Soñó que lo veía y que lo abrazaba, aunque no supo cómo. Siempre le habían disgustado las despedidas. Los adioses siempre implicaban dejar algo detrás o ser rechazado de algún modo. Pero esta vez fue una despedida dulce, más dulce que ninguna otra. Una despedida llena de promesas.

En su sueño le dijo que no llorara, que no estuviera triste. Después sonrió, se apartó de Santos y caminó hacia una luz. Esta vez, cuando la llamaron los pájaros, se dejó llevar.

Capítulo 50

Al funeral sólo asistieron Santos, Glory, Liz, Jackson y unos cuantos vecinos de Lily. Glory rogó a su madre que asistiera, pero Hope se había negado. Aceptó su decisión, no sin gran dolor porque le habría gustado que su madre fuera capaz de vencer sus miedos.

Desgraciadamente no era capaz. Pensaba que debía perdonar a su madre por algo, y no lo hacía. Resultaba evidente que había cosas en Hope que no llegaba a comprender. Una especie de carencia injustificable.

Glory no derramó ni una sola lágrima. Entre otras cosas porque ya las había derramado todas. Se sentía tan derrotada que temía no tener fuerzas para seguir viviendo.

Débilmente, se llevó una mano a la frente. Los días y las horas transcurridas desde la muerte de su abuela habían resultado un verdadero infierno. Tanto Santos como ella se dedicaron a arreglarlo todo, aunque en realidad fue él quien lo hizo. No en vano había vivido con ella muchos años. Había gozado de una oportunidad que Glory no había tenido.

Esta vez sus ojos se llenaron de lágrimas. Hizo un esfuerzo por mantener la calma. Había perdido a Lily, a una mujer que había llegado a ser muy importante para ella en el corto periodo de tiempo en que estuvieron juntas. Su marcha había dejado un terrible vacío en su interior.

No podía soportar el sentimiento de pérdida, ni librarse de los recuerdos. Recordó la muerte de su padre, su funeral, las palabras del párroco. En muchos aspectos sentía lo mismo que entonces: soledad y abandono. Tal vez porque Lily, al igual que Philip, la había amado sin reservas.

Suspiró y miró a Santos. El también había asistido a la ceremonia sin derramar una lágrima, aunque sabía muy bien cómo se sentía, aunque lo comprendía. Los dos habían querido a Lily.

Santos invitó a todo el mundo a la casa tras la ceremonia. Liz se encargó de la comida y de la bebida, y Glory sabía que Santos le estaba muy agradecido por aquel detalle. Su antigua amiga había permanecido a su lado todo el tiempo, agarrada de su brazo. No la miró ni una sola vez, pero notó que estaba al tanto de cada uno de sus movimientos. Podía notar su desagrado, su desconfianza.

Cada vez que la observaba la asaltaba un terrible sentimiento de culpa.

Uno a uno los invitados se fueron marchando. Liz debía regresar al restaurante; Jackson, al trabajo; y los vecinos a sus casas, porque ya era muy tarde.

Glory empezó a recoger los platos y las copas. Lo llevó todo a la cocina para lavarlo.

– Déjalo -dijo Santos a su espalda-. Ya me ocuparé más tarde.

– No me importa hacerlo.

– Pero a mí sí. Déjalo. No necesito tu ayuda.

– No me molesta. Me gustaría ayudar.

– ¿Por qué, Glory? -preguntó mientras caminaba hacia ella.

– Porque la quería.

Santos no dijo nada durante unos segundos. Permaneció a escasos centímetros de ella. Al cabo de un rato la miró con animosidad.

– ¿Y qué tiene eso que ver con ayudarme a limpiar los cacharros? No vives aquí. Apenas la conocías.

– Pero llegó a ser parte de mi existencia, una parte tan importante que necesitaba…

Glory no terminó la frase. Santos no lo comprendía. Porque no quería comprenderlo, porque no quería interesarse por ella. Le había contado toda la verdad sólo porque pensó que podía ayudar a Lily, no por su bienestar. Y ahora la quería fuera de su vida.