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Pero la bestia seguía pidiendo más. Un gemido de terror escapó de sus labios, y se llevó la mano a la boca para contener el siguiente. Últimamente quería siempre más, por mucho que cediera a su poder.

Por culpa de Santos.

En lo alto, la luz se filtraba entre las contraventanas cerradas. Se envolvió fuertemente en el echarpe. Estaba convencida de que triunfaría el bien. No podía ser de otra forma.

Si no era así, estaría perdida.

Se acercó a la luz. Unos pasos más y estaría fuera de aquel lugar abandonado de Dios, y tal vez la bestia se aplacaría. contó los pasos hasta que llegó a la puerta y salió apresuradamente.

El aire fresco le aclaró la cabeza, aunque no podía dejar de temblar. Respiró profundamente y corrió a su coche, con la esperanza de que nadie la viera. No había sido capaz de esperar a que llegara la noche a esconderla. La bestia no quería esperar, ni siquiera una hora más.

Llegó al coche y se metió dentro. Sólo entonces se permitió un momento de calma. Tal y como esperaba, la luz del sol había vencido sobre la oscuridad, y su cabeza había recuperado el silencio. Se aferró fuertemente al volante y apoyó la cabeza en las manos. Cerró los ojos.

Los días y semanas que habían transcurrido desde que Víctor Santos apareciera en su puerta para amenazarla habían sido una pesadilla. Después de hablar con su abogado había hecho lo que le pidió el policía, siguiendo cada una de sus instrucciones al pie de la letra, aunque era algo que la ponía enferma. A ojos de todo el mundo había desempeñado el papel de pobre víctima, de hija amantísima que, para salvar su vida, había huido de una madre a la que adoraba.

De forma sorprendente, sus amigos y conocidos, ya fueran de negocios o personales, habían estado a su lado, aunque sabía las habladurías que se habrían extendido como la pólvora por la alta sociedad de Nueva Orleans. Delante de ella aplaudían su valor. Delante de ella la comprendían, y afirmaban compartir sus sentimientos.

Pero vio las miradas que intercambiaban cuando creía que ella no los veía; vio el horror y la repugnancia en sus ojos. Toda su vida había cambiado. Hasta el padre Rapier la miraba con otros ojos.

Estaba convencida de que todo el mundo la despreciaba por ser descendiente de una casta de rameras, y que la consideraban marcada por el pecado.

El autodominio del que se enorgullecía en el pasado, en el que siempre había confiado, la abandonaba cada vez más a menudo.

Abrió los ojos. La luz del sol la cegó, pero acogió el dolor de buen grado. Se miró la palma de la mano derecha, enrojecida y magullada por el látigo. Deseaba haber oído el dolor de Víctor Santos rompiéndole los tímpanos. Deseaba haberlo castigado a él. El odio que le profesaba no tenía límite. Ardía en su interior con tanta intensidad que le quemaba la piel.

Santos estaba convencido de que había ganado. Creía que la había vencido. Podía oír su diversión, su risa de victoria. Glory y él se veían. Su hija no la había apoyado en la humillación. Glory no entendía, no veía. La bestia debajo de la bella fachada. Como siempre había ocurrido, consideraba su misión enseñarle la verdad, salvarla.

Se estremeció cuando un escalofrío recorrió su columna. Haría pagar a Víctor Santos. Tenía amigos, gente que la ayudaría a cambio de un precio. Gente que siempre la había ayudado.

Haría que Víctor Santos se arrepintiera de haberse atrevido a acorralar a Hope Saint Germaine.

LIBRO 7

PARAISO

Capítulo 57

Nueva Orleans, Luisiana 1996

Chop Robichaux era una atracción del barrio francés, aunque los turistas no lo veían nunca una nota de colorido local, aunque sus conciudadanos desconocían su existencia. Excepto si formaban parte de los bajos fondos de la ciudad. Excepto si sus preferencias sexuales podían considerarse entre extravagantes y enfermizas. En tal caso conocían a Chop, que tenía fama de hombre de negocios que caía siempre de pie y que podía proporcionar cualquier perversión a cambio de un precio.

Tenía información sobre el asesino de Blancanieves.

Santos colgó el auricular del teléfono y apretó los labios. Chop le había dicho que, si le interesaba capturar al asesino, debería acudir inmediatamente a su club de la calle Bour- Santos se frotó un lado de la nariz con los dedos. No confiaba en Chop Robichaux. Lo despreciaba profundamente. Pero si alguien del bario podía tener información sobre la persona que se dedicaba a asesinar prostitutas, sería él. A fin de cuentas, la prostitución era su valor de cambio.

– ¿Quién era?

Se volvió para mirar a Glory, que estaba tumbada desnuda en la cama, a medio cubrir por la sábana. Sonrió y se estiró. Era tan bella que le cortaba la respiración. Y hacer el amor con ella era algo indescriptible. Cualquier palabra palidecería ante lo que le hacía sentir. Habían pasado las dos últimas semanas en medio de una nube de frenesí sexual.

Se obligó a aplacar su excitación creciente y concentrarse en lo que tenía entre manos: Chop y la información que le pudiera proporcionar sobre el asesino.

– ¿Te apetece dar una vuelta?

– Vale. ¿Adónde vamos?

– Al barrio francés, a ver a un viejo amigo.

Glory lo miró extrañada, como si se diera cuenta de que algo marchaba mal.

– ¿A un viejo amigo? -preguntó sentándose y apartándose de la cara el pelo enredado-. ¿Qué clase de amigo?

Santos se inclinó hacia delante y la besó. Después se apartó con reticencia.

– Ya te lo explicaré en el coche.

– Conozco un sitio en la calle Burgundy que sirve unos margaritas buenísimos.

– ¿Helados o con hielo?

– De las dos formas. Ponen todo el rato música de salsa.

– De acuerdo. Pero tenemos que darnos prisa.

Glory asintió y se ducharon y se vistieron rápidamente, sin perder el tiempo en hablar. A Santos le gustaba que Glory aceptara las limitaciones de tiempo, y que no se sintiera obligada a llenar de charla todos los momentos.

Aunque le gustaba aquello en ella, también hacía que se sintiera incómodo. Porque el silencio nunca parecía vacío, nunca parecía tenso. Y debería ser así. Cuando no estuvieran haciendo el amor debía sentirse a disgusto con ella. Pero le gustaba su compañía en todo momento.

En veinte minutos estaban en el coche, adentrándose en el barrio.

– ¿Quién es ese amigo al que vamos a ver?

– Un gusano. Se llama Chop Robichaux.

– Chop Robichaux -repitió Glory-. Ese nombre me suena.

Santos rió sin humor.

– No me sorprende. Durante cierto tiempo apareció en todos los titulares, hace seis años. ¿Recuerdas el escándalo de los policías corruptos en el barrio francés?

Glory frunció el ceño, pensativa, e inclinó la cabeza.

– Vagamente.

– Entonces te refrescaré la memoria. Cuatro agentes de la brigada antivicio fueron acusados, y después condenados, por aceptar sobornos a cambio de hacer la vista gorda respecto a las actividades de un club del barrio francés, en el que ejercían la prostitución menores de edad. Se llamaba Chop Shop, en honor al propietario, el hombre que vamos a ver.

– ¿Prostitución de menores? Qué desagradable.

– Eso pensó todo el mundo cuando salió la historia a la luz. Por supuesto, peor era que la policía aceptara dinero a cambio de no darse por enterada. Es mi opinión, por lo menos. Por eso lo destapé.

– ¿Que lo destapaste? ¿Qué quieres decir?

– En aquella época yo era un simple agente de la brigada antivicio. Me di cuenta de que algunos de mis compañeros estaban en nómina. Hablé con Chop y después lo denuncié todo en Asuntos Internos.

– Supongo que eso no te haría demasiado popular.

– Por decirlo de forma suave. Afortunadamente, poco después me trasladaron a homicidios -torció por la calle Bourbon-. A los de Asuntos Internos les interesaron mucho más los policías corruptos que las actividades de Chop, que proporcionó pruebas a cambio de que no lo procesaran.

– ¿Así que no cumplió ninguna condena?

– Así funcionan las cosas. Por supuesto, le cerraron el local. Aunque abrió uno nuevo en la siguiente manzana. Se supone que en el local actual no se transgrede la ley, aunque estoy seguro de que la gente como él se salta las normas siempre que puede. En todo caso, ya no pertenece a mi departamento.

– ¿Y eso fue todo? ¿No hay nada más?

– Claro que hay algo más. Uno de los cuatro policías declaró que yo estaba implicado. Dijo que me había enterado de que los de Asuntos Internos estaban sobre la pista y los sacrifiqué para salvarnos. Al parecer, era cierto que habían empezado a sospechar algo raro cuando yo hablé, así que me investigaron, pero no pudieron encontrar nada.

– ¿Aceptaron su palabra contra la tuya?

– Es lógico -apagó el contacto-. Cuando empecé a sospechar debí poner en conocimiento de mis superiores lo que ocurría y lavarme las manos. Pero quería pruebas. Y quería saber que Chop me respaldaría.

– Así que como le ofreciste el trato que le permitió salir impune considera que está en deuda contigo.

Santos rió.

– Todo lo contrario. Me odia a muerte. A fin de cuentas, yo fui el que le descabaló todo el negocio.

Se hizo el silencio. Santos miró a Glory.

– ¿Qué piensas?

No habló inmediatamente. Sacudió la cabeza durante unos segundos.

– Hay algo que no entiendo. Si el tal Chop te odia, ¿por qué te ha llamado para proporcionarte información?

– Buena pregunta. Eso mismo me pregunto yo. Pero por otro lado, tiene sentido. Yo soy el detective encargado del caso, y me conoce. Es posible que esté implicado en cierto modo y quiera llegar a un acuerdo. Es posible que quiera tantearme para ver qué le puede pasar.

– Tal vez deberías llamar a Jackson, o pedir refuerzos.

– ¿Refuerzos? -repitió riendo-. Has visto demasiadas series policíacas por televisión. Hay una gran diferencia entre hablar con un informador y meterse en una situación que suponga una amenaza.