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– No -se puso en pie para mirar por la ventana-. Como sabrás, la gerencia de un hotel es una ocupación que consume mucho tiempo.

– Sí, más que una jornada de trabajo normal.

– Exactamente. Y hay otra cosa a la que me apetece dedicarme. Otra propiedad, mucho más pequeña, con un enorme potencial de crecimiento.

El agente arqueó una ceja.

– A juzgar por tu mirada, esa propiedad es algo especial.

Glory sonrió.

– Mucho. Pero me va a llevar mucho tiempo. Y necesito un capital considerable para sacarla a flote.

– Hay alguna posibilidad de que te apetezca tener un socio en esa empresa?

Glory volvió a reír. Le caía bien aquel hombre.

– No te sentirías muy cómodo, créeme. Pero me lo tomo tan en serio como el Saint Charles. También es una propiedad familiar. Por parte de madre -caminó hacia la mesa y se apoyó en ella-. Ya hemos hablado de mí y de los motivos por los que quiero un socio. ¿Qué hay de ti? Sé que has llevado a cabo una investigación. No habrías llegado tan lejos en el negocio si no te informaras bien sobre tus inversiones. Sabiendo lo que sabes de este hotel, ¿cómo es que te interesa adquirir la mayor parte del capital?

– Muy sencillo. Porque el Saint Charles es una joya. Porque es el complemento perfecto para mis demás hoteles. Y porque creo que esta zona de Nueva Orleans se pondrá de moda dentro de unos años. También estoy convencido de que, si pueden elegir, los visitantes más exigentes preferirán un antiguo hotel del centro antes que un hotel moderno de las afueras. Lo más importante es la publicidad. Hay que correr la voz de que este hotel es muy especial. Lo incluiremos en el circuito de los viajes organizados, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos. Mi empresa de gestión tiene mucho éxito con los mayoristas europeos. Ya verás como dentro de seis meses lo tienes ocupado al noventa por ciento.

Glory se esforzó por ocultar su alegría. El hotel no había estado nunca tan ocupado, ni siquiera en vida de su padre.

– ¿No crees que apuntas demasiado alto?

– Lo he hecho antes.

Era cierto. También ella había estado investigando. Jonathan Michaels tenía una excelente reputación. A nivel financiero era muy estable, y el historial de su éxito se consideraba fuerte y honrado.

Jonathan se levantó y observó la calle desde la ventana.

– También tengo intención de comprar varios comercios en las inmediaciones del hotel.

Glory arqueó las cejas.

– Ésa sería una inversión considerable en una zona que casi todo el mundo considera muerta.

– Tengo el capital suficiente, y me encanta esta ciudad. Creo en ella. ¿Sabes que nací aquí?

Glory asintió.

– Tu padre trabajó en este hotel durante una temporada.

– De portero -rió y sacudió la cabeza-. Recuerdo que venía a verlo aquí, con mi madre. Este edificio me impresionaba.

Glory rió.

– A veces me impresiona a mí también.

– Un día conocí a tu padre. Fue muy amable con nosotros. Más adelante lo conocí por motivos de negocios.

Glory lo examinó detenidamente. Jonathan Michaels parecía estar cerca de los cincuenta años. Si su padre viviera, tendría sesenta y cuatro años.

– ¿De verdad?

– Yo estaba empezando en el negocio, y él estaba en la cima. Lo admiraba muchísimo.

– Yo también. Gracias -miró el reloj-. Sé que tienes que tomar un avión, así que no te entretendré más.

Jonathan asintió y caminaron hacia la puerta.

– ¿Qué opinas? -le preguntó-. ¿Te interesa?

– Mucho.

– Tendré que hablar con mis asesores financieros. El abogado y el contable del hotel. Y con mi madre. Como probablemente sabrás, es la propietaria del cincuenta por ciento del hotel.

– ¿Crees que querrá vender su parte?

Glory abrió la puerta y se dirigieron a los ascensores.

– No tiene tanto cariño al hotel como yo, pero le gusta el prestigio de ser la propietaria.

– Muchos de esos detalles se pueden arreglar -llegó el ascensor, y se introdujo en él-. Te llamaré.

– Muy bien. Una asociación entre nuestros hoteles resultaría rentable para los dos. Y buena para el Saint Charles.

– Si no lo creyera no me habría reunido contigo. Te llamaré -repitió.

Después de que se marchara Jonathan, Glory volvió a su despacho. Se quedó en la puerta, mirando el escritorio de su padre, la ventana y el paisaje. Se sentía a la vez triste y esperanzada.

Su padre no habría querido que el hotel fracasara. No habría permitido que fuera arruinándose poco a poco. Y le habría gustado todo en Jonathan Michaels, desde su reputación en la industria hasta el hecho de que fuera de Nueva Orleans.

Pero a su madre no le caería bien. No pensaría que tenía la categoría suficiente para ser su socio. No querría renunciar a su reputación, ni querría hacer nada que temiera que fuera a despertar habladurías.

Su madre nunca accedería a aquel trato, al menos no de buen grado.

Y Glory no sabía muy bien cómo iba a resolver el problema.

Capítulo 64

El club se llamaba Rack. Se encontraba en un extremo del barrio francés, alejado del centro del bullicio turístico. Abría a las doce de la noche y cerraba al amanecer, para acoger a una clientela cuyos apetitos sexuales giraban en torno a dar y recibir dolor.

Y Hope Saint Germaine acababa de entrar.

Santos silbó para sus adentros. Después de seguirla durante cinco días había encontrado algo interesante. Pero aquello era lo último que esperaba. Si no la hubiera visto personalmente, si no la hubiera seguido desde su casa hasta el local, si no la hubiera visto salir de su coche, vestida de negro y con la cara tapada por una bufanda, para entrar en el club, no se lo habría creído.

Casi la tenía.

Se bajó un poco la gorra y salió del coche. Jackson había descubierto recientemente que Hope había retirado de su cuenta veinticinco mil dólares. También había averiguado que no había colocado el dinero en otra de sus cuentas, al menos, en ninguna a la que tuvieran acceso las fuentes de Jackson.

Desgraciadamente, sacar dinero de una cuenta no era ningún delito. Y dado que Jackson y él se habían enterado por vías ilegales, la información no se podía utilizar en un juzgado ni en ningún otro sitio. Necesitaba más. Tenía que conseguir alguna prueba de que le había preparado una encerrona.

Santos entró en el Rack, con la cabeza baja. Alguien podía reconocerlo, aunque hacía muchos años que no iba a aquel sitio en una redada rutinaria. Si no le fallaba la memoria, después de una de las redadas el local estuvo cerrado durante tres días.

La vida seguía su curso. La policía no tenía dinero ni personal para actuar contra todas las infracciones de la ley, y además no estaba seguro de que hubiera algo de malo en una relación consensuada entre adultos, por repugnante que le pareciera.

Todo el mundo tenía algún entretenimiento.

Examinó la estancia. Era muy elegante. No se trataba en absoluto del interior que cabría esperar de un local en el que se reunían los sadomasoquistas. Pero la clientela del Rack era de clase alta. Estaban acostumbrados a lo mejor y no se conformaban con menos, ni siquiera para dar rienda suelta a sus aficiones más inconfesables. Además, si algún cliente deseaba la cámara de los horrores tradicional, podía encontrarla en los reservados de la parte trasera.

Santos avanzó dentro del club, entre una multitud ataviada con una cantidad increíble de cuero negro y cadenas. Se detuvo para ceder el paso a un hombre que llevaba a su amigo con una cadena de perro. En la barra, una mujer con botas de tacón de aguja utilizaba la espalda desnuda de su acompañante como reposapiés. Santos contuvo la respiración cuando vio que se inclinaba hacia delante, hundiendo el tacón en la carne del hombre.

También había muchas personas que tenían un aspecto completamente normal, tan bien vestidos y conservadores como cualquier otro banquero, economista o abogado.

Pero no veía a Hope Saint Germaine.

Debía estar en una fiesta privada, en uno de los reservados. Maldijo y miró de nuevo a su alrededor. No podía entrar en un reservado si no ocurría un milagro, ya que ni siquiera podía enseñar su placa de policía. No sabía qué hacer.

– Hola, guapísimo.

Una mujer alta, de constitución fuerte, que tal vez había sido un hombre en el pasado, entrelazó un brazo con el suyo, pasándole las larguísimas uñas rojas por la piel en ademán seductor.

– Tienes pinta de ser precisamente el hombre que podría hacerme gritar -le dijo.

Santos miró sus ojos cargados de pintura y reconoció a Samantha. Sus caminos se habían cruzado en varias ocasiones. Era un conocido travesti.

Y tal vez pudiera ayudarlo.

– Hola, Sam -dijo sonriendo-. ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?

Samantha intentó apartarse al reconocerlo, pero Santos le cubrió la mano con la suya para retenerla en el sitio.

– No irás a montar una escena, ¿verdad? No me gustaría nada.

Samantha negó con la cabeza.

– No voy a hacer nada. Venga, detective, sólo me estaba divirtiendo un poco.

– ¿Ya te has divertido? Pues ven conmigo. Tenemos que hablar.

La condujo a una esquina y se colocó de espaldas a la pared, para seguir controlando todo el local.

– Necesito saber qué pasa hoy -le dijo.

Samantha volvió a negar con la cabeza, algo nerviosa.

– Ya te lo he dicho, detective. No pasa nada.

– Las fiestas privadas, Sam. Necesito saber qué fiestas se celebran esta noche.

Samantha se alisó con una mano el vestido negro de satén. Tenía una abertura a un lado, sujeta con cadenas plateadas.

– No sé nada. De verdad.

Santos se dio cuenta de que le temblaba la mano.

– ¿Estás nerviosa por algo?

– No, en absoluto.

– Entonces, ¿por qué tiemblas? Parece como si te sintieras culpable, o algo así -se acercó-. Podría arrestarte por varios motivos. Nunca te ha gustado demasiado la cárcel, ¿verdad?