Samantha palideció.
– No me hagas esto, por favor. Si alguien descubre que te he dicho algo…
– Busco a una mujer madura. De la alta sociedad. Tiene un montón de dinero.
Samantha se mordió el labio y miró nerviosa a los lados.
– ¿Sabes de quién hablo? -preguntó mirándola a los ojos-. Te debo una, Sam. Esto es muy importante. Es algo personal.
Durante un momento Samantha guardó silencio, pensativa. Después asintió y se acercó un poco.
– Sé de quién hablas -dijo bajando la voz-. Es una verdadera zorra. Dejó malherido a un amigo mío. Se pasó una semana en el hospital.
El corazón de Santos empezó a latir con fuerza. La tenía.
– ¿Qué más?
– Le gustan los chicos jóvenes y musculosos. Hay gente que tiene gustos muy raros.
– ¿Está aquí ahora?
Samantha se humedeció los labios y asintió.
– Acaba de llegar. Nunca habla con nadie. Nunca mira a nadie. Se considera superior a los demás.
– Así que entra en un reservado -dijo Santos impaciente-. ¿Qué hace entonces?
– Empiezan los juegos, evidentemente. Tengo entendido que se hace llamar Violet.
Se había puesto un nombre de flor. Como las demás mujeres Pierron.
– ¿Chop le consigue el material?
La expresión de Samantha se enfrió.
– ¿Cómo quieres que lo sepa?
– Claro que lo sabes -le sujetó la mano con fuerza-. Chop consigue el material a casi todo el mundo. ¿Cuánto le cuesta lo que le gusta?
– Nunca he estado con ella, ¿sabes? Pero según tengo entendido, entre unos cientos y unos miles de dólares. Según lo que le apetezca cada noche.
En ningún caso veinticinco mil. Santos asintió, entrecerrando los ojos. Evidentemente, había invertido el dinero en otra cosa. Algo más peligroso, más fuera de lo normal que lo que ocurría arriba.
– Muchas gracias, Samantha -dijo soltándole la mano-. No olvidaré esto, Te debo una.
Cuando se volvió para marcharse, Samantha lo retuvo por el brazo y lo miró detenidamente.
– ¿Por qué no saldas tu cuenta ahora? Quédate un rato, podríamos pasarlo bien -se acercó un poco-. Estoy segura de que puedo enseñarte unos cuantos trucos nuevos.
Santos le apartó la mano, pero respondió con tono amable.
– Ya conozco todos los trucos que necesito. Cuídate, Sam. -Santos se alejó, dejando atrás el Rack.
Capítulo 65
Siete horas después, Santos y Jackson se detuvieron frente al club de Chop Robichaux, en Bourbon. Aún no eran las diez de la mañana, y la calle estaba casi desierta. Estaban convencidos de que Chop no tendría demasiada compañía en aquel momento. Justo lo que querían. El juego al que estaban a punto de jugar no se ajustaba demasiado a los reglamentos, y no querían testigos.
Jackson se volvió hacia Santos.
– Bueno, ya sabes. Hay que convencerlo de que Hope Saint Germaine lo ha delatado, y de que eso le va a costar muchos años de cárcel.
– Pan comido -Jackson sonrió incómodo-. Tenemos que apelar a su vertiente criminal y paranoide.
Santos miró la entrada del club, inquieto. Jackson y él habían hecho cosas parecidas anteriormente. Miles de veces. Pero nunca se había jugado tanto como en aquella ocasión. Su vida era lo que estaba en juego. Miró a su amigo.
– Es posible que no funcione. Puede que no muerda el anzuelo.
– Funcionará. Confía en mí, compañero. Cuando lo acorralemos cantará todo lo que sepa. Y si no lo hace, se lo sacaré a golpes.
– Se supone que eso tengo que decirlo yo -murmuró Santos, intentando bromear-. Si sigues así acabarás por pedir un filete.
– Gordo y poco hecho.
Santos rió, aunque la risa le sonó hueca.
– Ya tenemos lo fundamental. Sabemos lo del dinero. Sabemos que se reunió con él y que le entregó un sobre. Conocemos las actividades secretas de Hope. Lo único que tenemos que hacer es rellenar los espacios en blanco. Lo hacemos todo el tiempo.
– Y debo añadir que muy bien.
– Me gustaría que tuviéramos algo más -dijo Santos-. Me gustaría que esta visita fuera reglamentaria. Es curioso, pero no me parece tan divertido el juego de sacar una verdad de una mentira cuando se trata de salvarme a mí.
– En serio -dijo Jackson frustrado-. No van a conseguir acabar contigo. No vamos a permitir que eso ocurra.
– Entonces, hagámoslo.
Se bajaron del coche, caminaron hasta la puerta del bar y entraron. Chop estaba en la barra, comiendo y fumando. Tenía la televisión encendida. En la pantalla, el Coyote perseguía al Correcaminos.
– Está cerrado -dijo con la boca llena, sin girarse-. Vuelvan a las once.
– Me temo que no puede ser -dijo Santos, acercándose-. Tenemos un asunto del que hay que ocuparse ahora.
Chop se dio la vuelta para mirarlos, maldijo y volvió a su desayuno.
– Cerdos. ¿Qué pasa ahora?
– Eso, ¿qué pasa? -dijo Jackson, colocándose a su izquierda y mirando la comida-. Nadie te ha prevenido contra las grasas animales, ¿verdad?
– Vete a la mierda.
Santos rió y se apoyó en la barra, a la derecha de Chop. Miró a Jackson a los ojos.
– Me parece que esta mañana alguien se ha levantado con el pie izquierdo.
Chop miró a Santos con los ojos entrecerrados y se metió otro tenedor en la boca.
– No puedes estar aquí en misión policial. Ya no eres policía.
– ¿Ah, no? -sacó la placa, o lo que esperaba que Chop tomara por una placa, y se la puso ante los ojos-. Es curioso cómo pueden cambiar las cosas de la noche a la mañana. Se descubre cierta información, y al amanecer todo ha cambiado.
Chop parecía más divertido que nervioso.
– ¿Quién es tu amigo?
– Detective Jackson -le enseñó la placa y se la metió en el bolsillo-. Queremos hablar contigo sobre una interesante charla que hemos mantenido con una amiga tuya.
– ¿Una amiga mía? -rió-. No sabía que tuviera amigos.
– Se llama Hope Saint Germaine. A veces se hace llamar Violet. ¿Te suena de algo?
La sonrisa de Chop se desvaneció, y apartó el plato.
– No. Tal vez deberíais refrescarme la memoria.
– Con mucho gusto -Santos levantó el encendedor de Chop y lo examinó con despreocupación-. Pesa mucho. Debe ser de oro -lo abrió, lo encendió, y dejó caer la tapa-. ¿Cuánto cuesta este mechero, Chop? No creo que cueste veinticinco mil dólares. No debe ser tan caro. ¿Qué piensas tú, Jackson?
Lanzó el encendedor a su compañero, que lo atrapó en el aire y lo examinó.
– Estoy seguro de que por veinticinco mil dólares se podrían comprar muchos como éste. Tal vez una maleta llena.
Chop le arrebató el encendedor y se lo metió en el bolsillo de la camisa.
– ¿Queréis llegar a algún sitio con eso?
– Sí, claro que queremos llegar a algún sitio -Santos se inclinó hacia él, taladrándolo con la mirada-. Esa amiga tuya dice que le hiciste chantaje. Dice que amenazaste con revelar sus… preferencias sexuales. Asegura que te oyó planear la trampa que me tendiste, También va a testificar. Ya sabes que a las damas de la alta sociedad no les gusta ir a la cárcel -sonrió y le hundió el dedo en el pecho-. Y te tenemos, amigo. Te vamos a arrestar por conspiración y chantaje. ¿Qué te parece?
Chop apartó la mano de Santos de un manotazo y bostezó.
– Una tontería. No tenéis nada.
– Tenemos todo lo que necesitamos.
– Seguro que sí -rió y se puso en pie-. Creo que voy a llamar a mi amigo el fiscal del distrito. Seguro que este incidente le parece muy interesante.
Jackson lo retuvo por el brazo.
– No creo que quieras hacer eso. Sobre todo porque tenemos un testigo. Alguien que vio cómo te entregaba el dinero. El chantaje es un delito muy feo. Sobre todo cuando se chantajea a una mujer con tantas influencias.
Chop tragó saliva y empezó a sudar.
– Mira -Santos se acercó a él-. Creo que está implicada. No me llevo muy bien con ella, pero tampoco me importará demasiado que cargues tú con toda la culpa. Me alegraré de tenerte fuera de la circulación, y en cualquier caso, he recuperado mi placa.
– Fuera de la circulación -repitió Jackson-. Ya era hora de retirar a este tipo de la calle. ¿Cuánto crees que le caerá, Santos?
– Entre quince y treinta años. A fin de cuentas, tenemos dos cargos contra él -sonrió a su compañero, sabiendo que lo tenían en el bote-. ¿Crees que a los presidiarios les gustará? No es demasiado feo, y a algunos les gustan los hombres rellenitos.
– Vete a la mierda -dijo Chop, aunque sin ninguna convicción -Incluso si le aplican la condena mínima -continuó Jackson-, cuando salga será demasiado viejo para volver a salir adelante. Claro que no es nuestro problema.
– ¿Por qué iba a chantajearla? -preguntó Chop, poniéndose en pie-. Con algo así sólo conseguiría destrozar mi reputación. Os aseguro que tengo clientes mucho más ricos y que tienen mucho más que perder que ella.
– Te creo, desde luego -dijo Santos, divertido, mirando a Jackson-. ¿Tú lo crees?
– Sí, desde luego, claro que lo creo. Pero ¿crees que pensarán lo mismo los miembros del jurado? Me lo imagino. Cuando el fiscal termine de describir todos los detalles de tu trabajo… -sacudió la cabeza-. Francamente, la cadena perpetua les parecería poco.
Chop guardó silencio durante un minuto. Se quedó mirando a uno y a otro, mordiéndose el labio inferior, nervioso.
– No voy a pringar por esa bruja pervertida -dijo al fin-. Me da igual lo que me pagara -miró a Santos-. Ella fue la que recurrió a mí. Quería acabar contigo. Fue ella quien lo planeó todo.
– Seguro -dijo Santos con sarcasmo, ocultando su euforia-. Estamos hablando de una mujer que pertenece a una de las mejores familias de la ciudad. Hablamos de una señora que va a misa todos los días. Una persona que dona cantidades enormes a todas las organizaciones caritativas. ¿Y ella lo ha planeado todo? -hizo un gesto a Jackson-. Espósalo.