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– ¡Es verdad! -Chop dio un paso atrás-. Y puedo demostrarlo. Puedo demostrarlo todo. Tengo nombres, fechas, fotografías y grabaciones. Nadie, absolutamente nadie, le toma el pelo a Chop Robichaux.

Jackson y Santos descubrieron poco después que, en efecto, podía demostrarlo todo. Era innegable que Chop era un hombre de negocios muy cuidadoso. Al parecer tenía registros de todo y de todos. No faroleaba cuando dijo que tenía clientes con mucho más que perder que Hope Saint Germaine. Ya estaba con el fiscal, intentando llegar a un acuerdo a cambio de su colaboración, pero no iba a salir impune de aquello.

Santos dio una palmada en la carpeta. En su interior había varias fotografías de Hope Saint Germaine. Fotografias de su otra vida, de la vida que había conseguido guardar en secreto durante tanto tiempo. De la vida que ni siquiera su hija sospechaba que llevaba.

Glory. Se le formó un nudo en la garganta. No sabía cómo iba a decírselo a Glory.

– Oye, compañero.

Santos se volvió.

– ¿Tienes la orden de detención?

– Se está gestionando. La tendremos en menos de una hora. Cuarenta minutos, si todo va bien.

– Quiero ir.

– Es comprensible. Ya he hablado con el capitán. Ha escuchado la grabación de la confesión de Chop. Dadas las circunstancias, no creo que haya problema.

Santos miró el reloj y frunció el ceño.

– Necesito que sea una hora. Tengo que… -se le hizo un nudo en la garganta-. Tengo que decírselo a Glory. No puedo permitir que se entere por las noticias. Y querrá ver a su madre, estoy seguro. Antes de que lleguemos.

– ¿Vas a decírselo a Glory? No podemos arriesgarnos a que su madre se nos escape.

Santos asintió, incómodo ante la perspectiva de lo que tenía que hacer.

– No te preocupes. Si va a ver a su madre, y supongo que lo hará, me quedaré vigilando y te esperaré ahí.

– Muy bien. Me encargaré de tenerlo todo preparado -examinó la expresión de su compañero-. ¿Te encuentras bien?

– Claro que no. ¿Cómo quieres que me encuentre bien? Me alegro de haber recuperado la placa. Otra vez soy policía. Persigo a los malhechores y busco respuestas. Es lo único que sé hacer. Pero ¿cómo puedo mirar a Glory a los ojos y decirle lo que es su madre?

– Tienes razón. Eres un buen policía. Y esto no es culpa tuya. Tú no eres el responsable de esto. Recuérdalo.

– Sí, pero díselo a Glory -respiró profundamente, frustrado-. ¿Qué voy a decirle? ¿Cómo se lo voy a contar sin hacerle daño?

– No lo sé -le puso una mano en el hombro-. No tengo ni idea.

Capítulo 66

Santos encontró a Glory en su despacho del hotel. Pidió a la secretaria que no permitiera interrupciones, y le contó detenidamente toda la historia, empezando por el momento en que Liz había hablado con Jackson y él.

Mientras Santos hablaba, Glory lo miraba inmóvil, mirándolo sin verlo, sin dar crédito a sus oídos.

– No puedes hablar en serio.

– Te aseguro que hablo completamente en serio -se aclaró la garganta-. Lo siento mucho, Glory.

– Pero esto es ridículo. Es una locura. ¿Estás diciendo que seguiste a mi madre? ¿Estás diciendo que descubriste que tenía algo que ver con el tal Chop Robichaux? ¿Que es cliente suya? -subió la voz-. ¿Insinúas que fue ella…?

– Sí. Ella fue la que me tendió la trampa.

Glory volvió a negar con la cabeza, sintiendo que la sangre escapaba de su cerebro. No podía creer que algo así estuviera sucediendo.

– No te creo.

– Lo siento. Me gustaría que no fuera verdad.

Se miró las manos y volvió a subir la vista a Glory. Ella contuvo la respiración al ver su rostro desamparado. Presa del miedo, empezó a temblar violentamente.

– ¡No es verdad! -se puso en pie, con los puños cerrados a los lados-. ¿Por qué me haces esto, Santos? Sé que mi madre no te cae bien. Sé que tienes motivos para odiarla. Pero esto es… es…

Se apartó de él, incapaz de soportar la expresión lastimosa de sus ojos. Se llevó las manos a la cara, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas, que hicieran que terminara esa pesadilla, que despertara y se encontrase con que no estaba sucediendo lo que creía.

Volvió a mirarlo directamente a los ojos.

– Esto va más allá de una simple enemistad, Santos. Lo que has ideado es enfermizo. Necesitas ayuda.

Se levantó y caminó hacia ella. Los ojos de Glory se llenaron de lágrimas. La sujetó por los brazos y la acarició, como si intentara ayudarla a entrar en calor.

– Yo no soy el enfermizo, cariño. Créeme, no me gusta tener que hacerte tanto daño.

Glory apartó las manos.

– No te creo. Todo esto es mentira. ¡Mentira! Es imposible. La mujer de la que hablas no es mi madre.

– Sé que es tu madre. No sabes el miedo que me daba venir a decirte esto. No puedes imaginar…

– Ahórrame la palabrería, detective Santos. Estás disfrutando con esto.

Santos se puso tenso.

– Estás enfadada con la persona que no es. Y por mucho que mates al mensajero no podrás alterar las noticias. Yo no soy el que te ha traicionado. Y los dos lo sabemos.

Glory se llevó la mano a los ojos, para cubrirlos y combatir contra las lágrimas. Seguía pensando que no era verdad. No podía ser verdad.

– He traído pruebas. Tengo fotografías, pero no quiero que las veas -la sujetó por el brazo y la obligó a mirarlo-. Créeme, Glory Nunca te mentiría. Ni con respecto a esto, ni con respecto a ninguna otra cosa.

– ¿Fotografias? -repitió Glory, con la vista empañada por las lágrimas-. ¿Qué quieres decir?

Santos señaló con la mirada el gran sobre que llevaba consigo, y que había dejado en la silla.

– Robichaux tiene registros de todos sus clientes. Guarda todas las transacciones, con la fecha, el tipo de servicio prestado y el precio. Los archivos de tu madre se remontan a 1970.

En aquella época Glory tenía tres años. Su padre aún estaba vivo. Completamente vivo.

Sintió que se le hacía un nudo en el estómago. No era verdad. No podía ser verdad.

Se acercó a la carpeta, la levantó, y la abrió con aire desafiante.

– ¡Glory! -Santos dio un paso hacia ella-. Créeme, por favor, cariño. Cuando hayas visto esas fotografías no habrá vuelta atrás. ¿No lo entiendes? Cuando la hayas visto así, nunca…

– No digas nada más -respiró profundamente, advirtiendo por primera vez que estaba al borde de la histeria-. No me hables. No me vuelvas a hablar nunca más.

– Yo no lo he hecho, Glory. Sólo lo he descubierto -dio otro paso al frente-. Si miras esas fotografías, nunca serás capaz de olvidarlas. No te hagas eso. No es necesario. Créeme, por favor.

Glory aferró los papeles que contenía el sobre, sintiendo en los dedos el contacto del papel fotográfico. Sacó una de las instantáneas, mirando a Santos y no la fotografía.

Le empezó a temblar la mano. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Dejó caer el sobre y empezó a sollozar. Santos se apresuró a tomarla entre sus brazos.

– Glory, cariño, todo se arreglará.

– Nada se arreglará -acertó a decir entre lágrimas-. ¿Cómo pueden arreglarse las cosas después de esto? Mi madre es… Mi madre…

Lloró durante largo rato. El dolor que sentía era demasiado intenso para soportarlo. Mientras tanto, Santos la abrazaba, murmurándole palabras de consuelo y acariciándole el pelo.

Al final, agotada, levantó la vista para mirarlo.

– ¿Qué voy a hacer ahora, Santos? ¿Qué puedo hacer para seguir viviendo?

– Saldrás adelante -murmuró, secándole las lágrimas con los pulgares-. Pero antes tendrás que ir a hablar con ella. No tienes demasiado tiempo.

Glory se limpió la nariz con la palma de la mano.

– ¿Qué quieres decir?

– Hay una orden de arresto contra ella.

– ¿Una orden de arresto? -repitió, perdiendo las fuerzas-. ¿Cuáles son los cargos?

– Conspiración. He conseguido que esperen un poco. Sabía que querrías verla antes de…

Antes de que la detuvieran. Antes de que la historia saliera a la luz y los medios de comunicación se cebaran en ella.

Su frase sin terminar quedó colgada del aire, entre ellos. El corazón de Glory se detuvo, y después empezó a latir de nuevo a toda velocidad.

– ¿Cuánto tiempo hace que lo sabías? ¿Cuánto tiempo has pasado siguiéndola?

Apenas podía pronunciar las palabras. Le sonaban demasiado raras.

Cinco días.

– Cinco.., días.

Contó hacia atrás, pensando en las veces que había visto a su madre. Se dio cuenta de lo que significaba el silencio de Santos.

Se apartó de él, sintiendo una cólera tan intensa que apenas podía respirar.

– Te enteraste de esto hace cinco días, pero no me dijiste nada. Durante cinco días estuviste sospechando y…

– Y hasta hoy no tenía nada más que sospechas. ¿Qué habría podido decirte?

– Podrías haberme dicho la verdad. Somos amantes. Dormimos juntos. Pero me has ocultado esto -sacudió la cabeza, destrozada-. No viste nada de malo en eso, ¿verdad?

– No. Sin tener pruebas, ¿qué podría haberte dicho? ¿Que creía que tu madre había preparado la trampa que me tendieron? ¿Que tenía algo que ver con un delincuente habitual? ¡Por favor, Glory! Es tu madre.

– Exactamente -se apartó el pelo de la cara con una mano temblorosa-. Es mi madre. Deberías haberme dicho la verdad. Deberías haberme dicho lo que ocurría. Me merecía eso, por lo menos.

– Si te lo hubiera dicho habría puesto en peligro la investigación.

– Ya veo -cerró los puños, furiosa-. Tenías miedo de que pusiera a mi madre sobre aviso y se escabullera. Tenias miedo de que encontrara la forma de detenerte. De que advirtiera a tu capitán lo que estabas haciendo.

Santos no dijo nada durante un momento. Después dejó escapar la respiración, frustrado.

– Sabía que no me creerías. Quería ser capaz de demostrarte que era cierto. ¿Qué tiene eso de malo?

Glory se dio cuenta de que Santos no la amaba. Nunca la amaría. La traición que había cometido en el pasado seguía pesando sobre él. No confiaba en ella. Nunca podría confiar.