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– Le odio.

Conner asintió.

– Yo también le odio. Pero eso no nos la devolverá. Ella nos dejó el uno al otro, Mateo. Cuando te miro, la veo en ti. Espero que cuando tú me mires puedas verla también. Haremos que esté orgullosa de nosotros. Cuando tenga problemas, cuando esté tan enfadado que quiera herir alguien, hablaré contigo acerca de ello y tú me recordarás lo que ella desearía. Cuando tú te sientas enfadado, habla conmigo y yo te lo recordaré. Podemos pasar por esto juntos.

Mateo le miró a los ojos y Conner pudo ver el leopardo allí, juzgando, sopesándole, queriendo creer que podía confiar el niño al hombre. Conner abrió los brazos. Los ojos de Mateo se volvieron líquidos, empapados en lágrimas y dio un paso a los brazos de Conner.

Conner le envolvió apretadamente y sostuvo al chico que sollozaba. Había tanto dolor en esa pequeña forma que Conner sintió la misma emoción en su interior.

– Tenemos un vínculo que nadie jamás nos puede quitar, Mateo. Nuestra madre. Ella nos atará siempre juntos, nuestro amor a ella, nuestras recuerdos de ella. Siempre será nuestro, tuyo, mío y de Isabeau.

Mateo sollozó fuera su ira y su pena, ocultando la cara contra el pecho de Conner. Conner le sostuvo cerca y recordó todas las veces que su madre había hecho lo mismo por él. Finalmente acarició el pelo del chico, esperando los hipos que señalaban el final de la tormenta.

– Isabeau me ha dicho que Doc rescató algunos gatitos de un cazador furtivo. ¿Te gustaría enseñárnoslos?

Mateo cabeceó y olió.

– Dijo que estaban en un buque de carga, apretados en una caja con serrín y tienen los pulmones sucios.

– Doc no los puede mantener a todos -dijo Isabeau amablemente.

El chico le miró con un rayo de esperanza en los ojos.

– Alguien tiene que ayudarle.

La ceja de Conner se disparó hacia arriba. Ahora sabía lo qué los padres sentían cuando su hijo les daba esa mirada. El corazón se le fundió de alguna manera graciosa y se encontró mirando un poco impotente a Isabeau. Ella se rió suavemente y tomó la mano libre.

– Vamos. Estos gatitos son bastante grandes, Mateo. Tendrías que ayudarnos con el cuidado, la alimentación y el ejercicio.

– Lo haría. De verdad, lo haría. -Mateo saltó delante de ellos al rincón del granero donde cuatro pequeños leopardos nublados gruñían y escupían.

Conner cojeó detrás del chico, Isabeau a su lado.

– Gracioso lo que ya estoy sintiendo por él.

– Yo también -reconoció Isabeau.

– Comprobé a Teresa, esa criada por la que estabas preocupada -dijo Conner-. Es una madre soltera y estaba desesperada por dinero, así que fue a trabajar para Sobre a pesar de los rumores. Enviaba el dinero a casa a su madre, quien cuidaba de su hijo. Está feliz de haberse reunido con ellos. Adán le encontró un trabajo.

Ella le sonrió.

– Gracias. No podía sacármela de la cabeza. -La mirada siguió a Mateo cuando él se hundió cerca de los cuerpos de los pequeños leopardos que se retorcían y caían, mirando sus bufonadas con enormes ojos-. Puedo ver porqué ella haría cualquier cosa por su hijo. Mateo ya me ha llegado y ni siquiera le di a luz.

Él bajó la cabeza a la tentación de la boca. Una vez que tocó los labios con los suyos, fue el mismo estallido de calor, encendiendo una cerilla a un explosivo. Los dedos se curvaron en torno a la nuca para anclarla a él mientras él se perdía en el sabor exquisito de ella.

– Ahjjj. Eso es asqueroso -dijo Mateo-. ¿Vais a estar haciendo eso todo el tiempo?

Conner le sonrió.

– Todo el tiempo -confirmó.

La sonrisa de respuesta de Mateo tardó en llegar pero cuando lo hizo, le alcanzó los ojos.

– Adivino que puedo vivir con eso.

– Adivino que puedo vivir con uno de esos gatitos entonces -concedió Conner y vio como explotaba la alegría por la cara del chico-. Pero no sé qué dice Isabeau. Es una decisión familiar. ¿Correcto?

Mateo giró su atención a Isabeau y allí había alegría, como si él ya supiera que la tenía envuelta alrededor del dedo.

Isabeau le guiñó un ojo y giró la cara para mirar la de Conner. Había amor brillando en los ojos de ella.

– Creo que toda la familia está de acuerdo. Definitivamente necesitamos uno de esos gatitos.

Mateo lanzó el brazo alrededor de su pierna y alrededor de una de las de Conner. Conner dejó caer la mano sobre la cabeza del chico mientras besaba a Isabeau otra vez. De algún modo sentía como si Marisa estuviera justo allí, en el granero con él, compartiendo su felicidad.

Christine Feehan

***