Un gruñido bajo retumbó en su garganta cuando trató de cortar los recuerdos. Ardía por ella. Noche y día. No importaba que hubiera puesto un océano entre ellos. La distancia nunca importaría, ahora que sabía que estaba viva y la había reconocido. Él tenía todos los rasgos de un leopardo, los reflejos, la agresividad y la astucia, la ferocidad y los celos, pero sobre todo la forma de encontrar a su compañera y conservarla. El hombre en él quizás comprendía que la ley de la selva ya no era el modo en que su gente podía vivir, pero aquí en la selva tropical, no podía evitar que las necesidades primitivas se alzaran afiladas y fuertes.
Había pensado que volver a casa ayudaría, pero en vez de eso, la ferocidad estaba en él, atrapándolo por los dientes, golpeando contra su cuerpo con la necesidad urgente hasta que quería rastrillar y arañar, desgarrar a un enemigo y rugir a los cielos. Quería localizar a Isabeau y reclamarla tanto si ella lo deseaba como si no. Desafortunadamente, su compañera era cambia forma también, lo que significaba que compartía todos los mismos rasgos feroces, inclusive el permanente y violento odio.
Alzó la mirada a los árboles altos, al grueso dosel que no dejaba pasar la luz del sol. Las flores se adherían a los troncos de los árboles, un derroche de color, rivalizando con el musgo y los hongos, todos estirándose hacia la luz de arriba. Los pájaros revoloteaban de rama en rama, el dosel vivo con un movimiento constante, así como el suelo esponjoso con millones de insectos. Las colmenas de abejas colgaban en grandes panales macizos, ocultas por hojas y anchas líneas enroscadas alrededor de torcidas secciones, casi imposibles de ver entre la multitud de ramas entrelazadas.
Quería embeberse de la belleza de todo ello. Quería olvidar lo que le había hecho a su propia compañera. Ella había sido tan joven e inexperta, un objetivo fácil. Su padre, un médico, había sido el modo de llegar al campamento enemigo. Acercándose a ella tendría al padre. Era bastante fácil. Isabeau había caído bajo su hechizo inmediatamente, atraída por él, no a causa de su atracción animal, sino porque ella había sido suya en un ciclo vital anterior. Tampoco lo había sabido.
Desafortunadamente, había caído profundamente bajo el hechizo de ella. No se suponía que tuviera que seducirla o dormir con ella. Había estado obsesionado con ella, incapaz de mantener las manos lejos de ella. Debería haberlo sabido. Había sido tan inexperta. Tan inocente. Y él había utilizado eso en su ventaja.
No había considerado nada más allá de su propio placer. Como qué sucedería cuando la verdad surgiera. Que ella ni siquiera sabía el nombre verdadero de él. Que ella era un trabajo y su padre el premio. Gimió y el sonido salió en un suave retumbo.
Él nunca había cruzado la línea con una mujer inocente. Ni una vez en toda su carrera hasta Isabeau, humana o leopardo. Ella aún no había experimentado el Han Vol Dan, el calor de un leopardo hembra, ni había surgido su leopardo. Esa fue la razón de que no la hubiera reconocido como leopardo ni como su compañera. Debería haberlo hecho. Los destellos de imágenes eróticas en su cabeza cada vez que ella estaba cerca, el modo en que no podía pensar cuando estaba con ella: eso le debería haber avisado. Sólo estaba en su segundo ciclo vital y no había reconocido lo que tenía delante de él. La ardiente necesidad, tan fuerte, creciendo más fuerte cada vez que la veía. Siempre había estado bajo control, pero con ella, un fuego salvaje lo atravesaba, robándole el sentido común y había cometido el último error con una marca.
Había necesitado. Había ardido. La había saboreado en la boca. Respirado en sus pulmones. Había dormido con ella. La sedujo deliberadamente. Se regodeó en ella hasta que estuvo grabada en sus huesos. Cedió a sus instintos y había provocado un daño irreparable a su relación.
Sobre su cabeza un mono aullador chilló una advertencia y le tiró una ramita. No se dignó a mirar arriba, solamente saltó a las ramas bajas y avanzó por el árbol. Los monos se dispersaron, chillando en alarma. Conner saltó de rama en rama, trepando hasta la carretera de la selva. Las ramas se superponían de árbol en árbol, haciendo fácil el conducirse a través de los árboles. Los pájaros salieron volando en alarma. Los lagartos y las ranas corrieron fuera de su camino. Unas pocas serpientes levantaron las cabezas, pero la mayoría le ignoraron mientras caminaba con las patas acolchadas de forma constante al interior.
Mientras avanzaba más profundamente en la selva, el sonido del agua era constante otra vez. Se había alejado del río, pero estaba cerca de otro tributario y una serie de tres caídas. Las piscinas eran frías según recordó. A menudo, cuando era joven, había nadado en las piscinas y dormitado en los cantos rodados planos que sobresalían de la montaña.
La cabaña donde iba a encontrarse con Rio y el resto del equipo estaba justo adelante. Construida sobre zancos, estaba colocada en la curva de tres árboles. La cabaña se convertía en parte de la red de ramas, de fácil acceso para los leopardos. A la sombra del árbol más alto cambió de vuelta a su forma humana.
A la izquierda de la cabaña le habían dejado una ordenada pila de ropa doblada al lado de una pequeña ducha al aire libre. El agua era fría, pero refrescante y se aprovechó de ello, restregando el sudor del cuerpo y estirando los músculos después de que correr por la selva. Su leopardo casi tarareaba, feliz de estar en casa mientras se vestía con la ropa que Rio le había dejado.
Conner se detuvo en el pequeño porche delantero de la casa construida en el árbol. Olió el aire. Reconoció los olores de los cuatro hombres en el interior. Rio Santana, el hombre que dirigía el equipo. Elijah Lospostos, el miembro más nuevo del equipo. Conner no le conocía tan bien como a los otros, pero parecía extremadamente capaz. Sólo habían trabajado juntos un par de veces, pero el hombre no holgazaneaba y era rápido y callado. Los otros dos hombres eran Felipe y Leonardo Gomez Santos de la selva tropical brasileña, un par de hermanos que eran brillantes en operaciones de salvamento. Tampoco se estremecían bajo las peores circunstancias y Conner prefería trabajar con ellos que con nadie más. Ambos eran agresivos y tenían una paciencia interminable. Siempre hacían el trabajo. Conner estaba complacido de que estuvieran a bordo en esta misión, cualquiera que fuese. Tenía la sensación de que la misión iba a ser difícil dado que Rio le había solicitado a él específicamente.
Abrió la puerta y los cuatro hombres alzaron la mirada con sonrisas rápidas. Ojos serios. Captó eso enseguida así como la tensión creciente del cuarto. El estómago se le anudó. Sí, esta iba a ser una mala. Eso por estar feliz de volver a casa.
Cabeceó hacia los otros.
– Es bueno regresar.
– ¿Cómo está Drake? -preguntó Felipe.
Drake era probablemente el más popular de todos los leopardos con los que trabajaban y a menudo dirigía el equipo en misiones de rescate. Era el más metódico y disciplinado. Los leopardos machos tenían notoriamente mal humor y muchos en cercana proximidad podían causar estallidos de ira que se agravaban rápidamente, pero no con Drake alrededor. El hombre era un diplomático y líder nato. Había sido herido tan seriamente durante un rescate que le habían colocado placas en las piernas, placas que le impedían cambiar. Todos sabían lo que eso significaba. Más pronto o más tarde, él no podría vivir con la pérdida de su otra parte.
– Drake parece estar haciéndolo bien. -Drake había ido a los Estados para poner distancia entre él mismo y la selva tropical en un esfuerzo por aliviar el dolor de no poder cambiar. Había aceptado un trabajo con Jake Bannaconni, un leopardo que desconocía su herencia felina y que vivía en los Estados Unidos. Conner había seguido a Drake a los Estados Unidos y había trabajado para Bannaconni-. Tuvimos algún problema y Drake fue herido otra vez, misma pierna, pero Jake Bannaconni arreglo un injerto de hueso para reemplazar las placas. Todos estamos esperando que funcione.