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– ¿Cómo murió tu madre? -preguntó Felipe, su voz muy tranquila.

Hubo otro largo silencio antes de que Conner contestara. Afuera, un mono aullador chilló y varios pájaros devolvieron la llamada.

– Según la carta de mi padre, uno de los renegados, Martin Suma, la mató cuando ella trató de evitar que cogiera a los niños. Ella estaba con Adán Carpio, uno de los diez ancianos de la tribu de Embera, y su mujer, cuándo los hombres de Cortez atacaron y tomaron a los niños de rehenes. Suma dirigía a los hombres de Cortez y asesinó a mi madre primero, sabiendo que ella era la amenaza más grande para ellos. -Conner mantuvo su tono sin expresión-. Suma nunca me ha visto si te preocupa ese detalle. He estado en Borneo lo suficiente para parecerme a uno de esa zona. Felipe y Leonardo son de Brasil, Elijah puede ser de donde sea, pocas personas han visto jamás su cara y tú eres de Borneo. Ellos no sospecharán de mí. Entraré en el complejo, localizaré a los niños y una vez los pongamos a salvo, eliminaré a los tres. Es mi trabajo, no el tuyo.

– Entraremos juntos -dijo Rio-. Como un equipo.

– Aceptaste esta misión con la buena fe de que era un rescate y lo es. El resto, déjamelo a mí. -Giró la cabeza y miró directamente al líder del equipo-. No es como si tuviera mucho esperándome, Rio y tú tienes a Rachel. Debes regresar a ella de una pieza.

– Esta no es una misión suicida, Conner. Si estás pensando en esos términos, entonces terminamos tu participación aquí mismo -dijo Rio-. Todos entraremos, haremos el trabajo y todos saldremos.

– Tus ancianos no permiten la venganza cuando uno de nosotros es asesinado en nuestra forma de leopardo -dijo Conner, sacando a relucir un tema doloroso. Rio había sido desterrado de su tribu después de localizar al asesino de su madre.

– No es la misma cosa -replicó Rio-. Suma asesinó a tu madre. Un cazador mató a la mía. Conocía el castigo y aun así lo localicé. Esto es justicia. Él no sólo asesinó a una mujer de nuestro pueblo, sino que nos ha traicionado a todos. Podría exterminarnos. Entraremos juntos. Antes que nada, los niños tienen que ser salvaguardados.

– Necesitaremos suministros aquí y allá, a lo largo de una ruta convenida para movernos rápidamente. El equipo puede llevar a los niños al interior hasta que neutralicemos a Imelda, pero no sin suministros para alimentar y cuidarlos hasta que alcancen la seguridad -dijo Conner-. Entraré, marcaré las áreas desde encima y tú las de abajo. También querremos tener un par de líneas de escape. Necesitaremos planearlas y ropa de reserva, armas y alimento por las rutas.

– Tendremos que hacerlo rápidamente. Tenemos una oportunidad para el contacto en seis días. El jefe de turismo da una fiesta e Imelda estará allí. Hemos arreglado que un empresario brasileño, Marco Suza Santos, sea invitado. Somos su destacamento de seguridad. Es nuestra única oportunidad para lograr una invitación a su sede, de otro modo tendremos que irrumpir. No sabiendo exactamente donde están los niños es muy arriesgado.

– Lo tomo como que es familiar vuestro -dijo Conner, mirando a los dos brasileños.

– Tío -dijeron a la vez.

Conner cuadró los hombros y volvió a la mesa.

– ¿Tenemos alguna idea de la disposición del complejo de Imelda?

– Adán Carpio es el hombre que inició el contacto original con nuestro equipo -contestó Rio-. Ha proporcionado dibujos del exterior, la seguridad, ese tipo de cosas, pero nada de dentro del complejo. Está tratando de conseguir información de algunos de los indios que han sido sirvientes allí, pero aparentemente pocos dejan el servicio vivos.

– Le conozco bien, un buen hombre -dijo Conner-. Hay pocos como él en la selva tropical. Habla español tan bien como su propio idioma y es fácil comunicarse con él. Si dice algo, es verdad. Acepta su palabra. Adán es considerado un hombre muy serio en la jerarquía de la selva tropical, muy respetado por todos las tribus, inclusive la mía.

De un leopardo, eso era un elogio y Rio lo sabía.

– Sus nietos son dos de los niños capturados. Cinco rehenes fueron cogidos, tres de la tribu Embera y otros dos de la tribu Waounan, todos hijos, hijas o nietos de los ancianos. Imelda amenazó con cortar a los niños en pedazos y enviarlos así si cualquiera trata de rescatarlos, o si las tribus se niegan a trabajar para ella.

El aliento de Conner se le quedó atascado en los pulmones.

– Habla en serio. Sólo tendremos una oportunidad para entrar y salir limpiamente. Adán conoce la selva tropical como la palma de la mano. Está entrenado en supervivencia por las Fuerzas Especiales de varios países. Aguantará y será una ventaja, créeme. Puedes confiar en él. -Se restregó la mano sobre la cara-. Los dos leopardos renegados que han traicionado a nuestra gente, ¿está Adán seguro de que están en la nómina de Imelda o actúan independientemente?

Rio asintió.

– La mayor parte de la información sobre ellos vino de tu padre…

– Raúl o Fernández. No le he llamado padre en años -interrumpió Conner-. Utilizo Vega, el nombre de mi madre. Él puede haberme llamado, pero no somos cercanos, Rio.

Rio frunció el entrecejo.

– ¿Es de confianza? ¿Nos tendería una trampa? ¿Te la tendería a ti?

– ¿Por qué nos despreciamos el uno al otro? -preguntó Conner-. No. Es leal a nuestro pueblo. Puedo garantizar su información. También puedo decirte con certeza que él no es nuestro cliente. Él nunca pensaría en pagar un rescate por esos niños. Se aprovecha de quienquiera que sea nuestro cliente y agrega el golpe a nuestro trabajo. Y no trabajará con nosotros ni nos dará ayuda.

Hubo otro largo silencio. Rio suspiró.

– ¿Hay nombres en esa lista?

– Imelda Cortez es el número uno. Nadie puede confiar en ella con la información que tiene e incluso si rescatamos a los niños, ella regresará por más. Los otros dos nombres son los dos leopardos renegados que trabajan para ella y que han traicionado a nuestro pueblo.

– Esos dos nos reconocerán como leopardos -indicó Rio-. Y sabrán que eres de esta región.

Conner se encogió de hombros.

– Reconocerán a tu empresario como leopardo también. Santos está obligado a tener leopardos para su seguridad. No sería ten loco para no hacerlo. En cuanto a mí, hay tres tribus de leopardo que residen en la selva tropical de Colombia y Panamá, pero no nos mezclamos mucho. Los traidores probablemente reconocerían el nombre de mi padre como uno de los ancianos en la aldea, pero utilizo el nombre de mi madre. Además, pocas personas saben de mí, viví con mi madre lejos de nuestra aldea.

Hubo un jadeo colectivo.

Los compañeros siempre permanecían juntos. Conner les disparó una mirada dura.

– Crecí despreciando a mi anciano. Adivino que resulté como él.

Conner sintió apretarse los nudos del vientre. No le estaban dando elección. Cruzó a la ventana y miró a la oscuridad. La soga se había deslizado sobre su cuello y se estaba apretando lentamente, estrangulándolo. Si querían llegar al complejo para rescatar a los niños, tenía que seducir a Imelda Cortez y conseguir que Marco Suza Santos y su equipo de seguridad fueran invitados a la fortaleza de su casa.

Quizá había abrigado alguna noción romántica de que volvería a Borneo y encontraría a Isabeau Chandler, su compañera, y ella le perdonaría y vivirían felizmente para siempre. No había ningún felices para siempre para hombres como él. Sabía eso. Sólo que no podía aceptar que tenía que dejarla ir.

Había una calma mortal bajo el dosel, pero en la oscuridad total, todavía podía distinguir las formas de las hojas, sentir el calor que se le filtraba en los poros, apretando su corazón como un torno. Iba a seducir otra mujer. Mirarla. Tocarla. Atraerla a él. Traicionar a Isabeau una vez más. Era otro pecado entre tantos.

– ¿Puedes hacerlo? -preguntó Rio, siguiendo evidentemente su tren de pensamiento.