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– ¿Cómo está ella hoy, Chelsey? -preguntó Jake mientras la joven enfermera bajaba por el pasillo hacia él-. Acabo de llegar a ver a mi hijo y pensé en echarle un vistazo.

El cuarto de Emma era el primer cuarto más cercano a la guardería infantil. Estaba embarazada y el médico de Obstetricia quería acceso fácil a ella si empezaba a abortar después de su dura y traumática prueba. Fue bastante fácil para Jake utilizar la excusa de que ella estaba tan cerca de su hijo para visitarla. Emma había sido insensible a los médicos y enfermeras, pero cuando él entraba, su mirada verde azulado saltaba a su cara y permanecía allí.

Chelsey suspiró.

– Ella no habla con nadie, señor Bannaconni. Estamos todos un poco atemorizados por ella. Pero he oído que su bebé lo estaba haciendo mejor. Respira por si mismo ahora y sólo tiene tres días.

– Sí, él parece estar mejor, aunque me dicen que debería estar ganando más peso. -Jake se detuvo con la mano en la puerta de Emma. Hasta ahora nadie jamás le había impedido entrar. Hoy quería que Emma le diera el personal su permiso para permitirle ayudarla-. Hoy voy a intentar darle a Emma una razón para vivir. Usted me dio la idea el otro día cuando hablamos.

Chelsey le tocó el hombro y esta vez su sonrisa fue coqueta.

– Espero que pueda encontrar uno modo de comunicarse con ella.

Jake le sonrió, permitiendo que su mirada resbalara sobre ella con el interés de un hombre. Chelsey contuvo la respiración y le hizo un gesto mientras se marchaba, balanceando las caderas más de lo normal. Jake abrió la puerta del cuarto de Emma y se deslizó dentro.

Mientras cerraba oyó la risita de Chelsey.

– Es tan caliente, Anna. Mi Dios, cuando sonríe pienso que voy a tener un orgasmo en el sitio.

Miró a Emma y supo que ella oía. Cerró las puertas a las risas de las enfermeras y cruzó a su lado.

Emma contuvo la respiración. Él había regresado. Podía alejarse de los otros y no tener que encarar la realidad de estar completamente sola otra vez, no tener que pensar en su amado Andrew muerto, no tener que tratar con perder a su bebé, pero entonces este hombre entraba y se sentaba, llenando la habitación, llenándole la cabeza con su olor y su imagen, obligándola a vivir otra vez. La forzaba a volver a la superficie cada vez donde no había escape de la terrible pena que la abrumaba.

En silencio imploró que se fuera, que simplemente la dejara estar en un estado medio viva, medio muerta que la protegía de sentir. Pero una vez que la mirada de él se centraba en ella, no la abandonaba.

– ¿Cómo andas hoy, Emma? -Siempre sonaba íntimo, hablando con ella como si fueran los mejores amigos… más que amigos, más cercanos. Utilizó las yemas de los dedos para acariciarle el pelo y echárselo atrás-. ¿Te estás sintiendo mejor?

Cada vez que la tocaba, no importaba cuan ligero fuera el toque, sentía como si la electricidad se arqueara entre ellos, recargándola con vida otra vez, para que los temores y la pena estuvieran más cerca que nunca. Y la sostenía allí, suavemente pero firmemente, forzándola a mirar su vida vacía mientras una pena inimaginable se vertía sobre ella, sosteniéndola presa.

No le respondió. Raramente lo hacía, sólo le miraba mudamente rogándole que la dejara vagar de regreso a su pequeño capullo seguro.

Jake arrastró una silla al lado de la cama, la giró y se sentó a horcajadas.

– Le he puesto nombre al bebé esta mañana. No había pensado mucho acerca del proceso de ponerle nombre, pero he querido darle un buen nombre, uno con el que estará contento siendo adulto. Encontré un libro de nombres de bebé en la sala de espera.

Ella no podía apartar la mirada de su cara. Su tono era suave, bajo y muy intenso, pero había algo que era un poco lejano. No podía decir que era. La mirada de él nunca abandonaba la de ella. Le recordaba a un leopardo con sus ojos verdes-dorados y su mirada penetrante, tan concentrada en ella que no había donde ocultarse.

Él se inclinó hacia delante.

– Es tan pequeño, Emma, juro que le podría encajar en la palma de la mano. Me espanta pensar en llevarlo a casa cuando yo no sé nada acerca de cuidar de un bebé. ¿Te asusta a ti? Vas a tener un bebé. ¿Te dijeron eso? ¿Qué el bebé todavía está vivo y qué sólo te tiene a ti para protegerlo?

El aliento se le atascó en la garganta y Emma movió las manos para cubrirse el estómago. ¿Era verdad? Podía oír a su corazón latir, oírlo tronar en sus oídos. Deseaba morir, quería morir, y se habría llevado a su niño, el bebé de Andy, con ella. Cerró los ojos brevemente, atemorizada de haber oído mal.

Jake suspiró suavemente, y él se pasó los dedos por el pelo debido a la agitación.

– Eso es lo que me asusta. Sólo estoy yo para ser el padre, para dar al bebé una buena casa y estoy tan lejos de ser un buen ejemplo. -Esa admisión escapó y su voz sonaba con la verdad.

Ella tragó, duramente. La garganta se convulsionó. Le llevó un esfuerzo separar los secos labios y tuvo que esforzarse por alcanzar su voz. Cuándo esta salió era tan fina, temblorosa, casi irreconocible.

– ¿Está seguro? ¿Acerca de mi bebé? ¿Está seguro que no lo he perdido?

Él se inclinó más cerca de ella. Jake Bannaconni. Había oído su nombre dicho en cuchicheos callados y temerosos y no podía averiguar por qué ella lo conocía. ¿Qué era tan familiar acerca de él, y por qué se sentía como si su voluntad la sostuviera?

– Tu bebé está bien, Emma. El médico dijo que incluso con la pérdida de sangre, el bebé parece estar sano. No hay signos de que el embarazo terminará. Serás madre.

Las lágrimas ardieron en sus ojos otra vez. Su bebé. Su precioso bebé estaba a salvo. No estaba enteramente sola y había un pequeño pedazo de Andy creciendo dentro de ella.

– Gracias por decirme lo del bebé. Tenía miedo de preguntar y nadie pensó en decírmelo. Sólo lo de mi cabeza, la pierna, un millón de otras heridas y… -las palabras se desvanecieron, y miró fijamente al techo, parpadeando, las lágrimas brotando de sus ojos.

– Andrew -agregó él suavemente-. Lo siento, Emma, ambos tenemos que vivir con lo que sucedió. Y ambos tenemos bebés que criar por nosotros mismos. -Destelló una pequeña sonrisa-. Tengo la sensación que tú serás mejor en la parte de cuidar de los niños que yo.

– Usted será un buen padre -alentó-. No se preocupe tanto. -¿Cómo demonios iba ella a cuidar de un bebé?

Jake cogió la mano de Emma, moviendo el pulgar por el dorso de la mano. Su toque era dolorosamente familiar.

– ¿Han dicho cuando puedes salir de aquí?

Emma sacudió la cabeza.

– ¿Adónde iría? -Pensar en su apartamento, su casa con Andrew, era demasiado para que lo contemplara. No podía afrontar el volver al apartamento y tratar de empacar las cosas de Andy.

– Trataremos con ello más tarde, cuando te sientas más fuerte -aseguró él-. Llamé a mi abogado y le pedí que revisara tu seguro para algún arreglo de algún tipo. Al menos, para poner la cosa en marcha. Sé que no quieres pensar en el dinero, pero será importante cuando tengas al bebé.

Emma levantó las pestañas, permitiendo que su mirada vagara por la cara de él. Había algo en él que la obsesionaba, la conminaba, la atraía como un imán cuando quería quedarse sola, desaparecer simplemente. Nadie más la obligaba como lo hacía él. Le conocía. El recuerdo de él la fastidiaba, aunque no podía situarle.

Podía recordar los acontecimientos hasta justo antes el accidente, sentarse en el coche, tan excitada, las noticias del embarazo en la punta de la lengua, pero las retuvo, determinada a esperar hasta que estuvieran en el restaurante y pudiera ver la expresión de Andy, mirar sus ojos y su boca cuando le revelara que iban a tener un niño. Había muerto sin saberlo. Odiaba eso. Su mirada se movió con rapidez sobre la cara de Jake otra vez. Sabía que era Jake porque se lo había dicho, no porque los recuerdos de él hubieran regresado.