No recordaba el choque. Recordaba lo de después, cuando hubo dolor, fuego y Jake mirándola fijamente, deteniéndola de seguir a Andy. Sus ojos la fascinaban, tiraban de ella, como un depredador siguiendo una presa. Su mirada fija enfocada la ponía incómoda, pero de alguna manera extraña la confortaba. Quizá si la cabeza parara de latir alguna vez y los médicos bajaran la dosis de la medicina contra el dolor, podría pensar más claramente, pero en este momento, su personalidad fue demasiado fuerte y ella no podía pensar por sí misma.
– ¿Cómo te conozco? He mirado en tus ojos y te conozco.
– Lo siento, soy el hombre que tiró de ti para sacarte del coche. -Bajó la mirada, alejando la mano de la ella y frotándose las sienes como si tuviera el mismo dolor de cabeza que ella-. No pude llegar a tu marido. El fuego estaba por todas partes.
Ella vio quemaduras en sus manos y el corazón saltó. Se estiró y atrajo su mano en la de ella.
– ¿Es por sacarme del coche?
Él retrocedió, algo dentro de él sacudido por el toque de sus dedos en la piel. No fue algo sexual. Él generalmente respondía a las mujeres sexualmente y esto era algo totalmente diferente, no se fiaba de la sensación del todo.
– Sí. -Su voz salió más bruscamente de lo que pretendía.
Emma dejó salir un pequeño suspiro.
– Siento que te hicieras daño.
– Emma -dijo Jake suavemente-, lo único que importa es que tú y el bebé estáis a salvo. -Se arrepintió de alejarse de ella cuando voluntariamente se había acercado hacia él.
Chelsey abrió la puerta y metió la cabeza dentro.
– ¿Necesitas algo, Emma? -preguntó, pero su mirada devoraba a Jake.
La cara de Emma se cerró, los ojos vagando. Cuándo no respondió, Chelsey frunció el entrecejo y miró a Jake. Él se levantó y tocó la débil mano de Emma.
– Te conseguiré unas pocas cosas de tu apartamento, Emma -dijo deliberadamente-. Regresaré esta tarde. -Cabeceó hacia el pasillo y Chelsey lo siguió fuera-. Necesitaré su llave y la dirección -le dijo a la enfermera.
– No quiero meterme en líos -dijo Chelsey.
Jake dio un paso más cerca, inclinándose hacia abajo como si mantuviera su conversación totalmente privada. Su voz era baja y convincente, pero supo que el calor de su cuerpo y el olor de su colonia la envolvieron. Chelsey inhaló y un pequeño temblor de conocimiento la atravesó.
– No permitiría que se metiera en líos. Emma tiene que animarse y si tiene algunas pocas cosas familiares, ayudará. Puede ayudar a su amiga y ya vio que no se opuso.
Chelsey asintió y se apresuró a alejarse, para volver con la llave y un pequeño papel con la dirección.
– Es una buena amiga de Emma -dijo Jake mientras se metía en el bolsillo la llave y se alejaba rápidamente antes de que ella pudiera cambiar de opinión.
Encontró el edificio sin muchos problemas. Se paró en la puerta e inspeccionó el pequeño apartamento. ¿Pequeño? ¡Infierno, era diminuto! Los muebles eran viejos y gastados por el uso, la porcelana estaba astillada y agrietada. La pareja no tenía nada. Caminó a zancadas por las cuatro habitaciones. Este apartamento entero encajaría en su dormitorio principal. La frustración crecía con cada paso y anduvo de un lado para otro, rondando como un el gato enjaulado que era. Había algo aquí donde no podría poner el dedo encima. Algo que necesitaba comprender, tenía que comprender. Era un camino ardiente a sus entrañas Jake Bannaconni era un hombre tenaz.
Todo estaba muy ordenado y limpio, hasta tal punto que se encontró sacando las rosas muertas del jarrón pequeño; parecían una obscenidad en la atmósfera del apartamento. Caminó inquietamente otra vez, pasos rápidos y fluidos de puro poder. Había una clave, pero no la captaba. Se detuvo bruscamente. Las fotos. Había fotos por todas partes, en las paredes, el escritorio, la pequeña oficina, y había un álbum colocado en una mesa de centro.
Estudió una de las fotos. La pareja se miraba el uno al otro, parecían estar en todas las otras fotos, como si sólo tuvieran ojos el uno para el otro. Sus expresiones eran verdaderas, el amor brillaba resplandeciente entre ellos hasta que era casi palpable.
Jake trazó los labios de Emma con la punta de los dedos suavemente. Nunca había visto a dos personas que parecieran tan felices. Estaba en sus ojos, en sus caras. Emma le quitaba la respiración. En la mayor parte de las imágenes, llevaba poco o nada de maquillaje.
Era muy pequeña, casi demasiado esbelta con un abundante pelo rojo llameante que encuadra la frágil cara en forma de corazón. Nunca había tenido la menor atracción por mujeres flacas, prefería las curvas exuberantes, pero no podía parar de mirar fijamente su cara, los ojos. Tocó la foto otra vez, trazando el borde de su cara, la otra mano agarró el marco barato hasta que los nudillos se pusieron blancos. Bruscamente la dejó.
La cocina estaba llenada de comida horneada, incluso pan, obviamente todo casero. El cuarto de baño tenía dos cepillos de dientes, uno blanco, uno azul, juntos en un contenedor. Había un kit de prueba de embarazo cerca de la pequeña jabonera. En un rincón del espejo, alguien había escrito «¡Sí!» con lápiz de labios.
En el dormitorio, sin ningún escrúpulo, pasó por sus ropas. Las camisas de Andrew estaban un poco raídas, pero cada botón estaba en su lugar, cada desgarrón limpiamente reparado. Cada camisa estaba limpia y planchada. Encontró una chaqueta con un diminuto bordado cosido por dentro de la costura. «Alguien te ama». Miró fijamente las palabras, sintiendo un abismo enorme de vacío manando en su interior.
Jake Bannaconni era la élite. Tenía una inteligencia superior, fuerza, visión, y olfato. Los músculos se rizaron bajo la piel, fluyendo como agua, fluidos y controlados. Era uno de los más jóvenes billonarios según la revista Forbes, y esgrimía un vasto poder político. Tenía el salvaje magnetismo animal de su especie y la lógica despiadada de crear estrategias y planes de batallas en la sala de juntas. Podía hipnotizar a la gente con la pura fuerza de su personalidad; podía atraer y seducir a las mujeres más hermosas del mundo, y lo hacía con frecuencia, pero no podía hacerlas amarle. Este… este mecánico… se había ganado el amor de todos a su alrededor. No tenía sentido.
¿Qué había hecho a Andrew Reynolds tan malditamente especial que podía inspirar esa clase de amor? ¿Esa clase de lealtad? Infierno, Jake no podía reclamar el amor ni la lealtad de sus propios padres, mucho menos el de alguien más. Por lo que podía ver, Reynolds no le había dado a su mujer ninguna maldita cosa, pero por todas partes donde miraba podía ver evidencia de su felicidad.
Tocó el cepillo de Emma, brillantes cabellos rojos brillaban como hilos de seda. Sus entrañas se tensaron. El anhelo casi lo abrumó. Más que anhelo. Negros celos lo asaltaron. Había oído que su clase poseía ese rasgo peligroso, pero nunca en su vida lo había experimentado. La emoción, tan fuerte, tan intensa le dejaba un sabor amargo en la boca, le ponía nudos en las vísceras y ponía al borde de matar a su ya volátil temperamento. La vida de Andrew y Emma era un cuento de hadas. Un jodido cuento de hadas. No era verdadero. No podía ser verdadero. Ella no tenía ropa decente. Cada par de vaqueros estaba desteñido y gastado. Sólo había dos vestidos colgados en el armario.
Encontró libros sobre pájaros por todas partes, un diseño amateurs de una pajarera de invernadero dibujado por una mano femenina. Dobló los dibujos con cuidado y los deslizó en el bolsillo de su abrigo. Pasó otra hora en el apartamento, sin comprender realmente el por qué, pero no podía irse. Era un hombre que necesitaba libertad y espacios abiertos. Era intensamente sexual, seduciendo mujeres y acostándose con ellas cuándo y dónde quisiera. Nunca había considerado tener una mujer propia, pero echar una mirada alrededor de ese apartamento diminuto le hizo sentir como si todo el dinero del mundo, toda la influencia política, todos los secretos de lo que él era y quien era, todo eso no era nada en comparación con lo que Andrew Reynolds había tenido.