Jake cerró y bloqueó la puerta. Alguien tenía que mirarle de ese modo. No sólo alguien… Emma. No podía irse y dejarla. El pensamiento de otro hombre encontrándola, poseyéndola, envió una ola de rabia por su mente. En su interior, rugió una protesta. Emma no debería haber sido nada para él, pero no podía sacarse su imagen ni su olor de la mente.
Quería el maldito cuento de hadas. Podía tener paciencia. Era metódico y completamente despiadado. Una vez que se empeñaba en una línea de acción era implacable, inquebrantable. Nadie, nada, permanecía en su camino por mucho tiempo. Una sonrisa decidida tocó los bordes ligeramente crueles de su boca. Jugaba para ganar, y siempre lo hacía. Nunca importaba cuánto tiempo tomara. Siempre ganaba. Quería lo que Andrew había tenido. Deseaba a Emma Reynolds, no a cualquier otra mujer. Emma. Y la tendría. Nada, nadie, se lo impediría.
Capítulo 3
– HOY cumplo treinta y tres años, Emma -anunció Jake mientras entraba en su habitación del hospital. Colocó los artículos que le había traído de su apartamento en la mesita cercana a su cama. Había esperado deliberadamente tres días antes de visitarla, aunque se aseguró de que ella oyera su voz en el vestíbulo. Chelsey había expresado su preocupación varias veces porque Emma no comía y parecía muy disgustada.
La mirada de Emma saltó a su cara, los dedos se aferraban a la sábana que la cubría.
– Es una cosa tremenda tener mi edad y tener un bebé al que no sé cómo cuidar. He estudiado toda clase de cosas y hablo varios idiomas, pero nunca pensé en aprender cómo cambiar los pañales de un bebé. Lo van a soltar en pocos días y entonces ¿qué voy a hacer?
Jake recogió su cepillo y cruzó el cuarto a su lado.
– Me pareces un poco pálida. ¿Todavía te están dando la medicina contra el dolor?
Emma se humedeció los labios secos, atrayendo su atención a la boca. Él buscó en el bolsillo y sacó el protector labial, esperando que lo tomara.
– Encontré esto en tu cuarto de baño y me figuré que quizás lo quisieras.
Emma tomó el tubo, los dedos le acariciaron la palma. Ella estaba temblando. Esperó a que se recubriera los labios agrietados antes de hablar otra vez.
– ¿Puedes levantarte o necesitas que te ayude a hacerlo?
Emma parecía asustada, frunciéndole el entrecejo.
– ¿Por qué?
– Voy a cepillarte el pelo. Probablemente no soy mejor en eso que cambiando pañales, pero quizás te haga sentirte humana otra vez. -Jake vertió autoridad en su voz, actuando de forma muy práctica, como si cepillara el pelo todos los días.
Ella tragó y echó una mirada alrededor un poco impotentemente, como si no supiera exactamente qué hacer. Él no le dio opción y se estiró a través de la cama para levantar suavemente su cuerpo hasta una posición sentada antes de deslizarse detrás de ella y sentarse el mismo en la cama. Le envolvió las caderas con los muslos. Una sensación de familiaridad inolvidable se derramó sobre él, como si hubiera hecho esto un millón de veces. Deslizó los dedos en la masa de pelo enredado y eso se sintió también familiar.
Jake respiró y atrajo el olor de ella a los pulmones, la mujer, que perteneció a otro hombre, que quería mantener para él mismo, que quería robar.
– ¿Emma? -Su voz tomó un tono curioso-. ¿Estás bien? -Dejó caer las manos sobre sus hombros.
Emma sacudió la cabeza.
– Dime. -Le pasó el cepillo por el largo cabello, con cuidado de no tirar. Nunca había cepillado el pelo de una mujer en su vida, pero se sentía como si lo hubiera hecho. Instintivamente sostuvo los mechones sedosos encima de los nudos para que no le tiraran del cuero cabelludo mientras la cepillaba. Sabía que ella tenía un cuero cabelludo sensible, y por un momento la oyó como le explicaba riéndose, como si hubiera hablado en voz alta, que los rizos la hacían sensible. Ellos nunca habían hablado sobre cepillar el pelo, pero el recuerdo estaba en su mente, claro y vívido.
Emma sintió las manos en el cabello y cerró los ojos, dándose cuenta de que le había estado esperando, necesitándole, necesitando su fuerza. Le molestaba que necesitara a alguien, y estaba avergonzada de que pareciera que no pudiera arreglárselas sola. No podía salir de la cama, no podía encarar su apartamento sin Andy, y ahora… El pecho le dolía. El corazón se sentía tan pesado que tenía miedo de estrangularse con la necesidad de aire.
– Emma. -Su voz tenía un borde, una orden-. Dime.
– El médico ha dicho que el bebé está en peligro y que tengo que estar en reposo en cama.
Allí. Ella lo había dicho en voz alta. Finalmente encaraba las terribles noticias porque él estaba allí. Un completo extraño. ¿Por qué le había estado esperando? Había estado enojada y herida porque se había ausentado tanto tiempo. Apenas había sido consciente de los médicos y las enfermeras que se movían constantemente a su alrededor, intentando ser alegres, pero había sido agudamente consciente de él cada vez que había estado en el pasillo, fuera de la guardería infantil, mirando a su bebé. Y había oído por casualidad a las enfermeras cotillear indefinidamente acerca de cuán sexy y caliente era él.
Ella ya no quería llorar. Ni siquiera estaba segura de si podría. Todo el día, toda la noche, todo en lo que podía pensar era en Andy, le echaba de menos, rezaba porque hubiera muerto rápidamente, sin dolor. Ahora ella estaba aterrorizada de perder a su hijo, de no tener forma de cuidarse a sí misma o al bebé. No tenía a nadie que la ayudara. Estaba completa y totalmente sola en el mundo.
– ¿Qué dicen ellos que está mal?
Su voz era tranquila y el sonido la calmó. Las manos se movían a través de su pelo con el tirón del cepillo y de algún modo ese movimiento la tranquilizaba. Tomó un trago de aire y encontró que podía pensar mejor con él cerca de ella.
– Tengo algunas heridas internas y piensan que mi cuerpo no retendrá al bebé mientras crece. Tendré que hacer reposo absoluto en cama hasta el cuarto mes.
El cepillo le acarició el pelo unos pocas veces más antes de que él lo dejara y dividiera el pelo en tres mechones.
– Podemos conseguir una segunda opinión, Emma. Traer volando a alguien. Si él está de acuerdo, entonces tú harás lo que sea necesario.
– ¿Cómo? -Ella giró para mirarlo sobre su hombro-. No tengo a Andy para ayudarme. Me han operado la pierna; no puedo andar, no puedo trabajar. No tengo ningún indicio de qué hacer. -Detestaba sonar tan patética.
Él le tiró del pelo hasta que ella giró, hundiendo los hombros.
– Haremos lo que estamos haciendo ahora. Ayudarnos el uno al otro. Tengo dinero y una gran casa si lo necesitas.
Ella se tensó.
– No necesito una limosna. -Aunque la necesitaba. Eso es lo que era tan humillante. Estaba prácticamente rogando a un extraño que le resolviera la vida. Sabía que lo estaba haciendo, pero no podía detenerse, no con este hombre. ¿Quién era él? ¿Por qué se sentía tan familiar y fuerte?
Se cubrió la cara con una mano. Él había sufrido una pérdida también. Shaina. El nombre sabía amargo en su boca. Shaina y su amigo borracho habían matado a Andy. Extraño, podía ver dolor en los ojos de Jake a veces pero nunca lo sentía, mientras que corría por sus venas con pena, llevándola a una marea de dolor tan fuerte que tenía miedo de no poder sentir felicidad nunca más.
– Sabes que será un arreglo -dijo Jake-. Tendrás mucho dinero. Puedo conseguir que mis abogados sigan trabajando en ello para ti. Una vez que tengas eso, no tendrás que preocuparte por el dinero durante un tiempo. Habría abundante cuidados para ti y el bebé.
– Dinero manchado de sangre. El dinero no puede reemplazar a Andrew. -Dio un tirón hacia adelante, lejos del consuelo de su toque.