De repente su corazón saltó otra vez, y un temblor helado la acarició la espina dorsal. Vislumbró un pequeño escarabajo Volkswagen dos curvas adelante, viniendo directamente por el sendero hacia la destrucción. Jake gritó realmente una advertencia, totalmente impotente para detener lo inevitable.
El choque meció el suelo, rompiendo la paz de la noche, una cacofonía de ruidos terribles que nunca olvidaría. Metal machacado, chirrido de frenos, la fuerza de los vehículos juntándose, doblándose como acordeones. La vista y los sonidos enviaron escalofríos por su espina dorsal. Las chispas volaron, el descapotable dio volteretas una y otra vez, rociando gasolina por todas partes. El Volkswagen, un trozo de chatarra de metal retorcido y comprimido, se estrelló contra la montaña, las llamas lamieron su longitud y se elevaron por el césped seco.
El olor de gasolina, llamas y sangre le golpearon duramente. Jake vaciló lo suficiente en informar del accidente con su móvil. Saltando del Ferrari, corrió hacia el coche más cercano, el Volkswagen aplastado. El camino estaba regado con fragmentos rotos de vidrio y metal. Shaina y su nuevo novio yacían inmóviles en el suelo a lo lejos, la sangre fluía de ellos en arroyos. Ninguno llevaba cinturón de seguridad, y ambos habían sido tirados a varios metros del coche. Dudaba que alguno pudiera haber sobrevivido a la fuerza de ese choque directo, pero algo lo propulsó adelante a pesar de las llamas que se mueven rápidamente por la carretera.
La gasolina estaba por todas partes, en todas direcciones, salpicando la falda de la montaña donde el Volkswagen había acabado de rodar. Dentro del Escarabajo, dos ocupantes colgaban al revés, sostenidos por los cinturones de seguridad, las cabezas y los brazos balanceándose sin fuerzas. Arrancó la puerta más cercana. Estaba ya caliente con las llamas que hacían arder el pasto que creía en la montaña. Con fuerza sobrehumana la abrió rompiéndola, y se estiró dentro para soltar el cinturón de seguridad. Un cuerpo cayó en sus brazos.
Era una mujer, cubierta de cristales y sangre, pero aún viva. Consciente de que no tenía otra opción, ni tiempo para examinarla primero, la sacó, cerrando los oídos a su grito de dolor. Corrió alejándose de los coches para depositarla en la hierba. La sangre manaba de un terrible tajo en la pierna. Él tiró de su cinturón y lo envolvió apretadamente alrededor del muslo, justo encima de la herida.
Cuándo se volvió, el Volkswagen ya estaba sumergido en llamas. No tenía esperanza de sacar a la otra víctima. Envió una oración silenciosa para que el ocupante hubiera muerto instantáneamente. Resueltamente, giró hacia el descapotable. Había cubierto la mitad de la distancia cuando un grito agonizante lo congeló en un fragmento de tiempo que se quedaría grabado en su mente para siempre.
– ¡Andy!
La mujer que había rescatado había logrado de algún modo ponerse de pie, lo cual era un milagro, teniendo en cuenta sus heridas. Ella tropezó hacia el Volkswagen. Por un momento, él sólo pudo mirar fijamente con incredulidad. Tenía huesos rotos, estaba cubierta de profundas y desiguales heridas, su rostro era una máscara de sangre… pero aún así estaba corriendo directamente a una pared de llamas, y corría con velocidad asombrosa.
Por una fracción de segundo, el puro asombro mantuvo a Jake congelado en el lugar. La gasolina en la carretera se había encendido. Las llamas lamían realmente las piernas de la mujer, pero ella continuaba hacia el vehículo que ardía violentamente. La mujer sabía que el coche iba a estallar en cualquier momento, pero a pesar de eso corría hacia él.
Le cortó el camino a pocos pasos del coche, agarrándola entre sus brazos, alejándolos corriendo del intenso calor y la conflagración que se estaba formando. Ella luchó como una gata salvaje, pateando, arañando. La sangre la hacía tan resbaladiza que él perdió el asidero más de una vez. Cada vez que la dejaba caer, ella no dudaba en volverse, los ojos fijos en el coche que ardía mientras intentaba correr, para luego ser arrastrada de vuelta.
– Es demasiado tarde -gritó él duramente-. ¡Él ya está muerto! -Despiadadamente la lanzó al suelo, cubriendo su cuerpo con el suyo, manteniéndola agachada mientras la tierra bajo ellos se mecía con la fuerza de la explosión.
– Andy. -Ella susurró el nombre, un sonido perdido y acongojado arrancado directamente del corazón.
En un instante, toda lucha la abandonó. Yació inmóvil en los brazos de Jake, pequeña, completamente vulnerable y rota, los ojos mirándolo fijamente sin ver. Otra vez, el tiempo pareció detenerse. Todo se redujo hasta enfocarse completamente en sus ojos. Enormes, rasgados como los de una gata, aguamarina con orbes oscuros, excepcionales e hipnotizadores, ahora angustiados. Parecía tan familiar, demasiado familiar. La conocía y al mismo tiempo no lo hacía.
Por primera vez en su vida, sintió que un fuerte impulso protector brotaba de algún sitio. Llegó a ser consciente de la multitud que se reunía y miraba fijamente a la mujer mientras que otros se topaban con la escena. Instintivamente la protegió, ladrando órdenes para verificar al descapotable volteado, y asegurándose que las ambulancias y la policía estaban de camino.
Trabajó frenéticamente para contener el flujo de sangre que se vertía de la sien y la pierna de la mujer. Una parte de él sabía que debería estar pensando en Shaina y en el niño que ella llevaba, pero su mente estaba consumida con la mujer que protegía. Todo lo que podía hacer era prometerse en silencio que no permitiría que se escabullera como tan claramente quería hacer.
Los apesadumbrados ojos verdes le rogaban que la dejara ir. ¿Dónde había visto esos ojos antes? Los estudió otra vez, atraído por alguna fuerza invisible. Con forma almendrada, pupilas redondas y negras, los iris de un raro aguamarina, el verde azulado rodeado por un círculo dorado. Excepcional. Y conocía esos ojos. ¿Dónde los había visto?
– Déjame ir.
Sabía que la voluntad de él la sostenía cuando ella sólo quería deslizarse lejos. Jake se encontró inclinándose cerca de ella para que la boca bajara hasta su oreja, el caliente aliento contra la piel. Los ojos dorados brillaron despiadadamente, sin compasión en los de ella.
– No. -Dijo la palabra implacablemente-. ¿Me oyes? No. -Negó una segunda vez, los dientes blancos chasqueando en irrevocabilidad mientras aplicaba más presión en la herida que sangraba en su pierna.
Ella cerró los ojos, cansada, y giró la cara lejos de él como si no pudiera luchar. La ambulancia estaba allí, los paramédicos lo empujaron a un lado para trabajar en ella. A corta distancia, los bomberos cubrieron con una manta al amigo de Shaina. Era un accidente que el padre de Shaina no podía borrarr con su dinero.
Más paramédicos trabajaban desesperadamente al lado de Shaina. Le tomó un minuto darse cuenta de que estaban tomando al bebé… a su hijo. Con el corazón en la garganta, esperó hasta que oyó las aclamaciones triunfantes. El niño estaba vivo, más de lo que podían decir de la madre. Esperó sentir emoción, cualquier emoción, ante la muerte de Shaina o el nacimiento de su hijo. No sentía nada de nada, sólo una sensación de desprecio por la manera en que Shaina había vivido y había muerto. Maldiciendo silenciosamente su propia naturaleza fría, bajó la mirada hacia la mujer que estaba tumbada tan quieta, los oscuros ojos mirando más allá del paramédico hacia el quemado coche. Se movió ligeramente mientras trabajaban en ella, para bloquear su vista.
Jake siguió a las ambulancias que llevaban a su hijo y a la mujer a un pequeño hospital. Aunque el lugar parecía un poco primitivo para los estándares de Jake, el agotado personal parecía conocer su trabajo.