Cathy se quedó pálida y miró rápidamente a Clayton, como para asegurarse de que él podía parar el pequeño leopardo en caso de ser necesario. Realmente dio un par de pasos hacia el hombre pero él la miró de arriba a abajo con desprecio. Era obvio que no conseguiría protección de ése sentido.
– Me pertenece -dijo Trent-. Fue mi dinero el que tomó mi sobrino para traer de vuelta a tu madre.
Emma miró a Clayton, presintiendo su desdén apenas oculto por los otros. Ellos tenían sangre de leopardo, pero no podían cambiar de forma, y aunque Clayton les hubiera vendido sus servicios no los respetaba ni le gustaban. Y con ella tan cerca del celo, el leopardo en él reaccionaba tanto si quería como sino. Ella le envió una pequeña sonrisa de compañerismo, incluso seductora, moviendo su cuerpo de forma ligeramente sinuosa, como si su leopardo necesitara salir, esperando tener un aliado cuando llegara la lucha. Ella no iba a poder con todos.
Emma se giró hacia sus enemigos, sin esperar a ver la reacción de Clayton.
– Nadie posee a nuestra raza, Trent. Realmente no has aprendido mucho después de todos los años que has tenido para estudiar nuestra especie. Eres muy arrogante, creyendo que esa fina sangre que corre por tus venas te hace especial. Clayton te permitió comprar sus servicios. Jake te permitió atormentarlo cuando era un niño. Él podría haberse arrastrado hasta vuestro cuarto cualquier noche y haberos matado a los dos. ¿Has pensado en eso alguna vez? Probablemente no porque realmente no eres muy inteligente, ¿verdad? Tenemos garras retractables, y son afiladas, Cathy, más afiladas que las garras de cualquier otro mamífero. ¿Lo sabías? Son más bien como estiletes. Tenemos cinco en las patas delanteras y cuatro en las traseras. Un buen número para sacarte de la mesa del desayuno, ¿no crees? Y además están los dientes. Podemos atravesar los músculos como hojas de cuchillos. Apuesto a que Clayton ha considerado matarte más de una vez sólo para cerrarte la ofensiva boca. Jake ciertamente lo hizo. Muchas veces. Los leopardos son silenciosos y astutos y nunca lo hubieras visto venir. Nosotros no hacemos nada que no escojamos hacer.
Cathy dio un paso hacia ella, los ojos sin gracia y fríos, los dientes asomando. Casi eran afilados, como si quisiera cambiar, los dedos encogidos en garras rematadas con uñas encarnadas.
– ¿Realmente? ¿Querías a esos hombres por todas partes sobre ti la otra noche? -Ella sacudió la cabeza, su sofisticada melena había desaparecido bajo la lluvia torrencial, haciendo a Emma pensar en una rata mojada-. ¿Vas a querer mis uñas arañando tu oh- qué- linda cara? ¿Rompiéndotela?
Emma bajó la mirada hacia sus propias manos, las extendió hacia afuera e hizo el cambio, admirando la forma en que la gruesa piel se erizaba bajo sus brazos y sobre las manos, cómo los nudillos se curvaban y garras largas y afiladas estallan de las puntas de los dedos. Las giró y se las mostró a Cathy.
– Tus patéticas pequeñas uñas apenas pueden compararse con las verdaderas. No eres nada para mí, ciertamente ninguna amenaza.
Clayton rió disimuladamente. Trent se rió. Incluso Ryan dio un bufido de mofa. La cara de Cathy se contrajo de furia. Un estridente chillido se le escapó y arrancó a Kyle de las manos de Ryan, abofeteando al niño en la cara repetidas veces. Kyle gritó. Ryan juró. Clayton se movió entonces, volviendo a la vida a increíble velocidad, justo cuando Emma hizo lo mismo. Clayton alcanzó a Cathy una fracción de segundo antes que Emma, cambiando mientras lo hacía, su gigantesca pata rebanando el cráneo de Cathy, golpeándola hacia Ryan para que los dos se cayeran. Hundió los dientes en la garganta de Cathy y sostuvo el mortal agarre.
Emma arrastró a Kyle a sus brazos mientras Trent levantaba el rifle. Corrió hacia los árboles justo cuando un enorme leopardo macho con fieros ojos dorados surgía, pasándola corriendo a toda velocidad, directo hacia Trent. Dos leopardos más grandes lo flanqueaban. El sonido del rifle fue fuerte en la noche a pesar del viento que rugía y de la lluvia. Oyó el rugido de Clayton y entonces la noche arrojó horrorosos sonidos de gruñidos y gritos de agonía.
Emma no miró hacia atrás. Corrió con Kyle en brazos, dirigiéndose de vuelta a la casa. El chico sollozaba y se adhería a ella, medio dócil, medio loco de miedo y dolor.
– Ella no te puede hacer daño ahora. No puede hacerte daño ahora -lo tranquilizaba una y otra vez, tropezando sobre el suelo desigual, tratando de refugiarlo contra su cuerpo. El pelo estaba pegado a su cráneo y cara, colgando en goteantes mechones que le bajaban por la espalda.
El viento ululaba, llevando los terribles sonidos de la batalla. Con él venía el olor a sangre, carne y felinos mojados. Y el olor de algo más. El simple sonido como la raspadura de una bota contra corteza. Emma cubrió la boca de Kyle con la mano, su cuerpo todavía inmóvil. Ella le siseó para que se quedara en silencio, recordando a Trent cuando ella había cambiado a forma humana. No habían estado esperándola a ella. No habían pensado que ella pudiera cambiar. Habían esperado que Jake estuviera siguiendo a Kyle y no habían tenido prisa por huir.
El cuerpo de Kyle se quedó quieto, como si conociera la urgencia y comprendiera la necesidad de estar en silencio. Sus ojos estudiaron los de ella, demasiado viejos, asustados, pero decididos. Ella lo besó y lo abrazó más estrechamente mientras su corazón empezaba a golpear fuertemente en su pecho. El leopardo había traído a Kyle al claro a propósito, para arrastrar a Jake hasta allí. Posó a Kyle y se puso los dedos sobre los labios, indicándole que se quedara en silencio. Él tenía tanto miedo, estaba segura que estaba casi congelado hasta las manchas. Se agachó a su lado.
– Mami tiene que ayudar a papá, pequeño. No puedes moverte. Sé que tienes miedo, pero necesito que me prometas que te quedarás aquí mismo y no te moverás, ni harás ruido.
Ella apretó su pequeño cuerpo más profundamente contra el césped.
Él la miró con esos ojos, tan parecidos a los de Jake, ojos que parecían tener más inteligencia de la que era posible a su edad. Respiró hondo y asintió con la cabeza lentamente. Emma lo cubrió con ramas y ramitas que encontró cerca y recogió el césped a su alrededor, llevándole sólo un segundo el ocultarlo.
Entonces corrió hacia el olor, cambiando mientras iba, su cuerpo bajando al suelo, a gatas, la piel animal deslizándose sobre su piel, el morro redondeándose y expandiéndose para acomodar los dientes que irrumpían. La experiencia lo hacía ser menos doloroso y más rápido, y estaba acostumbrándose a los nudosos músculos y el cuerpo nervudo que le hacía mucho más fácil desplazarse.
Ella lo rodeó para atacarlo por detrás. Allí. En el árbol, estaba apoyando su peso contra una gruesa rama para tratar de conseguir un mejor disparo. Podía imaginarse el caos que veía a través de su objetivo. Cuatro leopardos y tres humanos que luchaban a muerte en una batalla de revolcones, arañazos y dientes. Se puso el rifle al hombro y el ojo en el objetivo, asentando el dedo en el gatillo. Ella se acercó por detrás en silencio, sigilosamente, su mirada fija y enfocada, cazando al cazador.
– Te tengo, grandísimo hijo de puta -dijo el hombre suavemente, con satisfacción en su voz.
Ella brincó, saltando fácilmente del árbol y aterrizando en su espalda, su peso golpeándolo con fuerza contra la nudosa rama. Él gruñó, manteniendo su agarre en el arma mientras ella agachaba la cabeza y lo mordía en el hombro, rompiendo fácilmente la piel y el delgado músculo, clavándose profundamente. La sangre le llenó la boca y reculó horrorizada.
Emma se echó atrás y el hombre rodó, cayéndose del árbol al suelo, disparando el arma. Sintió la quemadura de bala a través de su pellejo y se lanzó otra vez, su peso golpeándolo de lleno en el pecho. Él trató de levantar el rifle, y cuando no pudo lo utilizó como un garrote, golpeándola en los hombros para echarla hacia atrás. El leopardo le arañó el vientre y le aferró la garganta, mordiendo fuerte más por miedo que por agresividad.