Выбрать главу

Capítulo 20

JAKE colgó el teléfono y le dirigió una larga, pensativa mirada a la escalera. Emma no se encontraba bien -de nuevo. Las noticias sobre Drake eran muy buenas. Todos deberían estar eufóricos, pero Emma sólo le había dirigido a Drake unas pocas palabras alentadoras y le había devuelto el teléfono a Jake -muy raro en ella.

La policía había ido y venido, su investigación aparentemente se terminó tras unos pocos días de intensas averiguaciones. Hopkins ya fue declarado culpable de malversación y esperaba sentencia. Los niños se habían asentado. Incluso Susan había regresado a casa para ver a su padre. Las cosas deberían haber empezado a volver a la normalidad, pero su Emma no era la misma. Dos veces la había pillado llorando, aunque ella le dijo que no pasaba nada malo. Permanecía cerca de los niños, casi como si tuviera miedo de que algo pudiera pasarles. No se opuso cuando él incrementó la seguridad y le pidió a Brenda que durante una temporada trabajara más días, lo que era totalmente extraño en Emma -nunca quiso a nadie más en su casa haciendo su trabajo.

Ella estaba de un humor cambiante, nerviosa y más de una vez hoy le había contestado mal. Suspiró y caminó hacia la escalera, frotando la barandilla de aquí para allá hasta que empezó a subir. Los niños estaban en la cama -ella les leía historias hasta que los dos se dormían- ya no había una barrera entre ellos, impidiéndoles hablar, pero ella todavía se negaba a venir a él y decirle lo que estaba mal.

Él respiró y exhaló, demasiado consciente de su corazón bombeando aterrado. Ella debió de pasar tanto miedo. Y podían haber perdido a ambos niños. No la había advertido contra sus padres, no realmente. Nunca había compartido su niñez con ella. Nunca se fió de ella lo bastante para darle esa parte de él, incluso había esperado que viviera con él y con el peligro que lo rodeaba. Se sentó en el peldaño inferior y se cubrió la cara con las manos.

No la podía perder -no ahora. No cuando sabía que era su mundo. Había dejado de ser un hombre lo suficientemente egoísta para traerla a su vida por muchas razones equivocadas, fingiendo adorar a su hijo, amarlo por ella. Emma le había enseñado cómo amar. Había traído alegría a su vida. Ternura. Risas. Deseaba que llegara cada noche, levantarse por la mañana. Deseaba vivir.

Ella no podía dejarlo. Simplemente no podía. Tenía que encontrar una forma de dejarle saber cuánto significaba para él. Ni siquiera estaba seguro de poder dar ese paso todavía. Al menos podía admitirlo para sí mismo, pero ¿sería ya demasiado tarde? No podía ser. Levantó la cabeza y la determinación lo atravesó. Estaba muy próxima a tener su celo de leopardo y todavía parecía luchar en cada paso del camino, hasta tal punto que mantenía a Jake a distancia.

¿Podía ser eso el problema? Ella le había dicho que aceptaba a su felino, la unión y llegar a ser uno, pero ¿se había asustado de su propio leopardo? ¿Cómo demonios comprendían los hombres alguna vez a las mujeres y sus cambios de humor?

Subió las escaleras, decidido a forzarla a hablar con él. Emma estaba sentada en su silla favorita en su habitación, las luces apagadas, sólo la luz de la luna que entraba por la ventana iluminaba su cara mientras miraba fijamente la noche. Jake cerró la puerta y pasó el pestillo, consiguiendo su inmediata atención.

– ¿Qué está mal, Emma? -preguntó tranquilamente.

Ella apretó los labios. Respiró, pasándose una mano por el pelo desaliñado.

– Nada. Sólo estoy disfrutando de la soledad.

Una orden clara de dejarla sola. Él inclinó la cabeza, deslizando la mirada sobre su cuerpo. Ella tenía el encanto que las hembras desplegaban cuando necesitaban a sus compañeros. Cuándo inhaló y atrapó su olor en los pulmones sintió la conmoción del cuerpo. Ella estaba definitivamente en celo y más que preparada, pero se resistía, se sentaba tiesa, retorciéndose los dedos.

Emma lo miró.

– Deja de mirarme, Jake. No estoy de humor.

– Estás de humor, verdaderamente, sólo que no lo admites. -Su voz le ronroneaba-. Si me quieres, dulzura, todo lo que tienes que hacer es decirlo. No hay necesidad de ponerte temperamental conmigo.

La mirada de ella saltó a su cara.

– Ella tiene ganas. Ella está nerviosa, no yo. Está como loca ahora y no la dejo salir. Estuvo como una gatita mimosa, frotándose por todas partes, y puedo jurar que en unos pocos minutos quizás le hubiera permitido a ese horrible hombre montarla. Es así de mala.

Ahora él lo sabía. Su leopardo se había llevado al macho de los niños, seduciéndolo con cada movimiento. Emma se avergonzaba de eso. Su olor estaba sobre toda la barandilla y ella no podía evitar olerlo. Las había restregado y le había sacado brillo a la escalera tres veces.

– Ella eres tú -le recordó suavemente-. Ella no habría permitido que cualquier otro macho la montara más de lo que lo hubieras hecho tú.

– Detesto sentirme así. -Y lo hacía. Caliente. Malhumorada. Fuera de control. Capaz de pensar sólo en atacarlo y tenerlo profundamente en su interior. ¿Esto iba ser su vida? ¿Sexo sin amor? ¿Era eso todo lo que había para ella? No lo quería. Que se lo quedara otra persona.

Jake lentamente se desabrochó la camisa y la dejó caer al suelo al lado de su silla. La mirada fascinada de Emma saltó al ancho tórax, a pesar de su intención de permanecer bajo control. Él era todo músculos prietos, el amplio pecho, sus duros pezones, y ella sintió su cuerpo tensarse de anticipación mientras abarcaba la estrecha cintura y la extensión de músculos que cubrían el vientre plano.

Emma quería gemir en voz alta. Su mente protestaba pero su cuerpo se incendió, estaba ya en llamas por la necesidad. Él sólo estaba arrojando combustible a las llamas. No quería esto -sin inteligencia, sin amor, lo único que importaba era sólo el ardiente sexo. Pero ¿cómo podía evitar que su propio cuerpo la traicionara?

– ¿Qué quieres Jake? -Su voz era áspera, cada terminación nerviosa en alerta.

– A ti, Emma.

Ella lo miró fijamente, asombrada de que su voz pudiera reducirla a crudo deseo sexual. Él elevó una ceja mientras dejaba caer las manos a la apertura de sus vaqueros.

– Si la ropa es tu favorita, quizás quieras salir de una maldita vez de ella.

Ella odió que su cuerpo reaccionara contra su voluntad a la seducción del terciopelo en la orden cruda, volviendo completamente líquido su núcleo femenino. El calor atravesó rápidamente su cuerpo y se extendió como un incendio descontrolado. Con una mano él desabrochó sus vaqueros y su largo, grueso y muy excitado pene se liberó, captando su mirada hipnotizada. Su matriz se apretó de esa extraña forma y dedos excitantes provocaron sus muslos.

– No voy a hacerlo. El sexo gobierna todo esto y yo no voy a ser así. Yo no, Jake, así que simplemente guarda eso.

Ella quizás lo hubiera hecho mejor si hubiera logrado dejar de mirarlo fijamente con hambre en los ojos, total y cruda, pero sabía que estaba en su gesto, en su mente. Consumiéndola como lo había hecho en cada momento a lo largo de estos días hasta que apenas podía pensar en otra cosa que no fuera tenerlo dentro. No el hacer el amor gentil que ella anhelaba de él, sino áspero y salvaje, y que Dios la ayudara, no quería ser esa persona. Quería sentir amor cuando él la tocara, no locura, no un frenesí que era un anhelo obsesivo.

Sin apartar nunca la dorada mirada de su cara, Jake empujó los vaqueros por las estrechas caderas, y los bajó por las piernas para patearlo lejos de él.

– ¿Crees que no sé lo que necesitas, Emma? -La miró totalmente seguro, supremamente masculino.

– No me importa. -Ella se pasó la mano por el pelo-. No, Jake. ¿Tienes la más mínima idea de cómo es para mí encontrarme frotando mi cuerpo por todas partes de la cama como una gata en celo? Sabes cómo me siento cuando… -Apretó los labios y apartó la mirada de él.