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Sacad esa blanca espada;

que habéis de hacer, peleando,

tan roja como la cruz;

porque no podré llamaros

maestre de la cruz roja

que tenéis al pecho, en tanto

que tenéis la blanca espada;

que una al pecho y otra al lado,

entrambas han de ser rojas;

y vos, Girón soberano,

capa del templo inmortal

de vuestros claros pasados.

MAESTRE: Fernán Gómez, estad cierto,

que en esta parcialidad,

porque veo que es verdad,

con mis deudos me concierto.

Y si importa, como paso

a Ciudad Real mi intento,

veréis que como violento

rayo sus muros abraso.

No porque es muerto mi tío

piensen de mis pocos años

los propios y los extraños

que murió con él mi brío.

Sacaré la blanca espada

para que quede su luz

de la color de la cruz,

de roja sangre bañada.

Vos, ¿adónde residís

tenéis algunos soldados?

COMENDADOR: Pocos, pero mis criados;

que si de ellos os servís,

pelearán como leones.

Ya veis que en Fuenteovejuna

hay gente humilde, y alguna

no enseñada en escuadrones,

sino en campos y labranzas.

MAESTRE: ¿Allí residís?

COMENDADOR: Allí

de mi encomienda escogí

casa entre aquestas mudanzas.

Vuestra gente se registre;

que no quedará vasallo.

MAESTRE: Hoy me veréis a caballo,

poner la lanza en el ristre.

Vanse. Salen PASCUALA y LAURENCIA

LAURENCIA: ¡Mas que nunca acá volviera!

PASCUALA: Pues a la hé que pensé

que cuando te lo conté

más pesadumbre te diera.

LAURENCIA: ¡Plega al cielo que jamás

le vea en Fuenteovejuna!

PASCUALA: Yo, Laurencia, he visto alguna

tan brava,y pienso que más;

y tenía el corazón

brando como una manteca.

LAURENCIA: Pues ¿hay encina tan seca

como ésta mi condición?

PASCUALA: Anda ya; que nadie diga:

"de esta agua no beberé."

LAURENCIA: ¡Voto al sol que lo diré,

aunque el mundo me desdiga!

¿A qué efecto fuera bueno

querer a Fernando yo?

¿Casaráme con él?

PASCUALA: No.

LAURENCIA: Luego la infamia condeno.

¡Cuántas mozas en la villa,

del comendador fïadas,

andan ya descalabradas!

PASCUALA: Tendré yo por maravilla

que te escapes de su mano.

LAURENCIA: Pues en vano es lo que ves,

porque ha que me sigue un mes,

y todo, Pascuala, en vano.

Aquel Flores, su alcahuete,

y Ortuño, aquel socarrón,

me mostraron un jubón,

una sarta y un copete.

Dijéronme tantas cosas

de Fernando, su señor,

que me pusieron temor;

mas no serán poderosas

para contrastar mi pecho.

PASCUALA: ¿Dónde te hablaron?

LAURENCIA: Allá

en el arroyo, y habrá

seis días.

PASCUALA: Y yo sospecho

que te han de engañar, Laurencia.

LAURENCIA: ¿A mí?

PASCUALA: Que no, sino al cura.

LAURENCIA: Soy, aunque polla, muy dura

yo para su reverencia.

Pardiez, más precio poner,

Pascuala, de madrugada,

un pedazo de lunada

al huego para comer,

con tanto zalacotón

de una rosca que yo amaso,

y hurtar a mi madre un vaso

del pegado cangilón,

y más precio al mediodía

ver la vaca entre las coles

haciendo mil caracoles

con espumosa armonía;

y concertar, si el camino

me ha llegado a causar pena,

casar un berenjena

con otro tanto tocino;

y después un pasatarde,

mientras la cena se aliña,

de una cuerda de mi viña,

que Dios de pedrisco guarde;

y cenar un salpicón

con su aceite y su pimienta,

e irme a la cama contenta,

y al "inducas tentación"

rezalle mis devociones,

que cuantas raposerías,

con su amor y sus porfías,

tienen estos bellacones;

porque todo su cuidado,

después de darnos disgusto,

es anochecer con gusto

y amanecer con enfado.

PASCUALA: Tienes, Laurencia, razón;

que en dejando de querer,

más ingratos suelen ser

que al villano el gorrión.

En el invierno, que el frío

tiene los campos helados,

descienden de los tejados,

diciéndole: "tío, tío,"

hasta llegar a comer

las migajas de la mesa;

mas luego que el frío cesa,

y el campo ven florecer,

no bajan diciendo "tío,"

del beneficio olvidados,

mas saltando en los tejados

dicen: "judío, judío."

Pues tales los hombres son:

cuando nos han menester,

somos su vida, su ser,

su alma, su corazón;

pero pasadas las ascuas,

las tías somos judías,

y en vez de llamarnos tías,

anda el nombre de las pascuas.

LAURENCIA: No fïarse de ninguno.

PASCUALA: Lo mismo digo, Laurencia.

Salen MENGO, BARRILDO y FRONDOSO

FRONDOSO: En aquesta diferencia

andas, Barrildo, importuno.

BARRILDO: A lo menos aquí está

quien nos dirá lo más cierto.

MENGO: Pues hagamos un concierto

antes que lleguéis allá,

y es, que si juzgan por mí,

me dé cada cual la prenda,

precio de aquesta contienda.

BARRILDO: Desde aquí digo que sí.

Mas si pierdes, ¿qué darás?

MENGO: Daré mi rabel de boj,

que vale más que una troj,

porque yo le estimo en más.