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BARRILDO: Soy contento.

FRONDOSO: Pues lleguemos.

Dios os guarde, hermosas damas.

LAURENCIA: ¿Damas, Frondoso, nos llamas?

FRONDOSO: Andar al uso queremos:

al bachiller, licenciado;

al ciego, tuerto; al bisojo,

bizco; resentido, al cojo;

y buen hombre, al descuidado.

Al ignorante, sesudo;

al mal galán, soldadesca;

a la boca grande, fresca;

y al ojo pequeño, agudo.

Al pleitista, diligente;

gracioso al entremetido;

al hablador, entendido;

y al insufrible, valiente.

Al cobarde, para poco;

al atrevido, bizarro;

compañero al que es un jarro;

y desenfadado, al loco.

Gravedad, al descontento;

a la calva, autoridad;

donaire, a la necedad;

y al pie grande, buen cimiento.

Al buboso, resfrïado;

comedido al arrogante;

al ingenioso, constante;

al corcovado, cargado.

Esto al llamaros imito,

damas, sin pasar de aquí;

porque fuera hablar así

proceder en infinito.

LAURENCIA: Allá en la ciudad, Frondoso,

llámase por cortesía

de esta suerte; y a fe mía,

que hay otro más riguroso

y peor vocabulario

en las lenguas descorteses.

FRONDOSO: Querría que lo dijeses.

LAURENCIA: Es todo a esotro contrario:

al hombre grave, enfadoso;

venturoso al descompuesto;

melancólico al compuesto;

y al que reprehende, odioso.

Importuno al que aconseja;

al liberal, moscatel;

al justiciero, crüel;

y al que es piadoso, madeja.

Al que es constante, villano;

al que es cortés, lisonjero;

hipócrita al limosnero;

y pretendiente al cristiano.

Al justo mérito, dicha;

a la verdad, imprudencia;

cobardía a la paciencia;

y culpa a lo que es desdicha.

Necia a la mujer honesta;

mal hecha a la hermosa y casta;

y a la honrada… Pero basta;

que esto basta por respuesta.

MENGO: Digo que eres el dimuño.

LAURENCIA: ¡Soncas que lo dice mal!

MENGO: Apostaré que la sal

la echó el cura con el puño.

LAURENCIA: ¿Qué contienda os ha traído,

si no es que mal lo entendí?

FRONDOSO: Oye, por tu vida.

LAURENCIA: Di.

FRONDOSO: Préstame, Laurencia, oído.

LAURENCIA: Como prestado, y aun dado,

desde agora os doy el mío.

FRONDOSO: En tu discreción confío.

LAURENCIA: ¿Qué es lo que habéis apostado?

FRONDOSO: Yo y Barrildo contra Mengo.

LAURENCIA: ¿Qué dice Mengo?

BARRILDO: Una cosa

que, siendo cierta y forzosa,

la niega.

MENGO: A negarla vengo,

porque yo sé que es verdad.

LAURENCIA: ¿Qué dice?

BARRILDO: Que no hay amor.

LAURENCIA: Generalmente, es rigor.

BARRILDO: Es rigor y es necedad.

Sin amor, no se pudiera

ni aun el mundo conservar.

MENGO: Yo no sé filosofar;

leer, ¡ojalá supiera!

Pero si los elementos

en discordia eterna viven,

y de los mismos reciben

nuestros cuerpos alimentos,

cólera y melancolía,

flema y sangre, claro está.

BARRILDO: El mundo de acá y de allá,

Mengo, todo es armonía.

Armonía es puro amor,

porque el amor es concierto.

MENGO: Del natural os advierto

que yo no niego el valor.

Amor hay, y el que entre sí

gobierna todas las cosas,

correspondencias forzosas

de cuanto se mira aquí;

y yo jamás he negado

que cada cual tiene amor,

correspondiente a su humor,

que le conserva en su estado.

Mi mano al golpe que viene

mi cara defenderá;

mi pie, huyendo, estorbará

el daño que el cuerpo tiene.

Cerraránse mis pestañas

si al ojo le viene mal,

porque es amor natural.

PASCUALA: Pues, ¿de qué nos desengañas?

MENGO: De que nadie tiene amor

más que a su misma persona.

PASCUALA: Tú mientes, Mengo, y perdona;

porque, ¿es materia el rigor

con que un hombre a una mujer

o un animal quiere y ama

su semejante?

MENGO: Eso llama

amor propio, y no querer.

¿Qué es amor?

LAURENCIA: Es un deseo

de hermosura.

MENGO: Esa hermosura,

¿por qué el amor la procura?

LAURENCIA: Para gozarla.

MENGO: Eso creo.

Pues ese gusto que intenta,

¿no es para él mismo?

LAURENCIA: Es así.

MENGO: Luego ¿por quererse a sí

busca el bien que le contenta?

LAURENCIA: Es verdad.

MENGO: Pues de ese modo

no hay amor sino el que digo,

que por mi gusto le sigo

y quiero dármele en todo.

BARRILDO: Dijo el cura del lugar

cierto día en el sermón

que había cierto Platón

que nos enseñaba a amar;

que éste amaba el alma sola

y la virtud de lo amado.

PASCUALA: En materia habéis entrado

que, por ventura, acrisola

los caletres de los sabios

en sus cademias y escuelas.

LAURENCIA: Muy bien dice, y no te muelas

en persuadir sus agravios.

Da gracias, Mengo, a los cielos,

que te hicieron sin amor.

MENGO: ¿Amas tú?

LAURENCIA: Mi propio honor.

FRONDOSO: Dios te castigue con celos.

BARRILDO: ¿Quién gana?

PASCUALA: Con la qüistión

podéis ir al sacristán,

porque él o el cura os darán

bastante satisfacción.

Laurencia no quiere bien,