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Alzó la vista.

En el otro extremo de aquella habitación típica de una casa de Forest Highlands, apoyadas en la superficie de madera de una banqueta, había dos prótesis ortopédicas flamantes, admirables en su perfección pero espantosas por su significado. Su padre, como siempre, no había escatimado en gastos y le había conseguido las mejores del mundo. Hacía tres semanas que había comenzado a practicar. A días alternos, un especialista recomendado por la empresa que fabricaba ese tipo de aparatos iba desde Phoenix a enseñarle a usarlas del modo correcto. Era un complejo juego de equilibrios y distribución de pesos de las piezas que sustituían artificialmente una articulación de verdad. Le habían asegurado que con la práctica llegaría a moverse con normalidad y que hasta había gente que practicaba deportes en esas condiciones. También le habían mostrado una filmación de un atleta que, con una articulación artificial, había corrido los cien metros en un tiempo muy bueno incluso para un hombre que poseyera las dos piernas.

Por el momento no había experimentado más que dolor, decepciones y caídas que impidió a tiempo el asistente cuando trató de dejar las muletas y dar algunos pasos sin la ayuda de ningún sostén. Pero apretaba los dientes y avanzaba, como antes y como siempre.

Comenzó a sonar el teléfono en la mesita junto a la cama. Cogió el aparato sin hilos y activó la comunicación.

– Diga.

De la línea emergió la voz de su padre, un poco menos decidida que de costumbre.

– Hola, Alan, soy yo. ¿Todo en orden?

– Sí, todo en orden.

– ¿Ya ha llegado el terapeuta?

– No, todavía no.

– Bien. No aflojes, muchacho. Sé que lo lograrás.

– No lo dudes.

Un segundo de silencio, como si el padre buscara palabras que le costaba encontrar.

– Escucha, he estado pensando una cosa…

Alan se dijo que Cohen Wells jamás pensaba solo en una cosa. Aunque no lo dijera, eran cientos las que en realidad tenía en la cabeza. Su padre, pese a todo, se había mostrado sinceramente dolorido por su situación.

En el otro extremo, Cohen prosiguió su camino, por muy tortuoso e incómodo que fuera.

– Me he dicho que después de la terapia podrías pedirle al chófer que te traiga en coche hasta aquí, al despacho. Además, con las muletas ya andas a la perfección. Aquí todos te recibirían con enorme placer. Y salir y ver gente podría hacerte bien…

Alan trató de que su suspiro no pasara por el aparato.

– De acuerdo. Veré si me siento con ganas.

– Muy bien. Entonces hasta luego.

– Sí, hasta luego.

Fuera cuando fuese ese «luego».

Cortó la comunicación y dejó el aparato en la base, sobre la mesita. Tomó el último sorbo de café y depositó la taza en la bandeja. A su izquierda estaban los periódicos.

Los cogió y los repasó.

Había un ejemplar del New York Times, del USA Today, del Arizona Daily Sun y del Flag Staff Chronicles, el periódico local.

Eligió este último y empezó a hojearlo.

Un artículo de April Thompson ocupaba la mitad de la primera página. Después de su regreso, le había telefoneado para pedirle con delicadeza una entrevista, y con la misma delicadeza había comprendido las razones de su negativa. De ese modo supo Alan que la joven trabajaba de reportera, y se alegró por ella, pues siempre lo había deseado y al fin lo había conseguido. Atravesaron su mente imágenes de su pelo rojo y sus ojos azules. Leyó la nota con curiosidad. Trataba de un homicidio cometido no muy lejos de la ciudad. Parecía un caso complejo a propósito del cual se aguardaba un comunicado oficial por parte de los órganos policiales en una próxima conferencia de prensa. Al no tener noticias precisas sobre los hechos, el artículo se extendía con habilidad sobre el perfil de la víctima, descrito como un hombre extraño y fantasioso pero de personalidad compleja. De ese modo, en negro sobre blanco y acompañado por una foto poco fiel, Alan se enteró de la muerte de Caleb Kelso.

Lo conocía a través de otra persona, pero siempre le había parecido un buen tío.

Aquella noticia lo puso de un raro malhumor y preparó el terreno para la siguiente.

Abajo, a la derecha, comenzaba un artículo sobre Swan Gillespie, que continuaba en la página de espectáculos e incluía una foto en color. Ni siquiera la imagen poco nítida del periódico lograba reducir su belleza. Permaneció un instante mirando ese rectángulo colorido como si de un momento a otro aquella persona fuera a cobrar vida y hablarle.

Luego, obedeciendo a una voluntad que no sentía suya, empezó a leer la nota.

EL CISNE VUELVE AL NIDO

Swan Gillespie regresa a casa. Como todos saben, la popular actriz partió de su nativo Flagstaff hace varios años, rumbo a Los Angeles, en busca del éxito en Hollywood. Y podemos afirmar sin lugar a dudas que jamás ha habido una búsqueda más afortunada. Tras unos inicios inciertos con algunos primeros papeles menores, hoy por hoy, tras haber protagonizado una serie de películas que han obtenido buenos resultados en taquilla, se la considera una de las grandes figuras de la industria cinematográfica estadounidense. Su brillante carrera la ha llevado en pocos años a convertirse en una estrella en todo el mundo. Sin embargo, la perla que falta todavía en la lista de triunfos de nuestra conciudadana es una nominación a los Oscar. Quizá por eso se ha puesto en manos del director Simon Whitaker y del escenógrafo Oliver Klowsky, que han ganado ya un total de veinticinco estatuillas. Nine Muses Entertainment ha anunciado ya la realización de la película, por el momento titulada Nothing More Than a Fairy Tale, basada en un hecho real ocurrido en esta zona, que se recuerda como «La matanza de Flat Fields». En el reparto, que además de Gillespie incluye a…

Alan cerró el periódico y lo dejó caer sobre la cama, a un costado. Su corazón latía apenas un poco más deprisa de lo que esperaba. Y de lo que le convenía.

«Swan.»

Volvió atrás en el tiempo mientras se apoyaba en la almohada. Cerró los ojos.

Ese día entró en el despacho de su padre, en la sede del First Flag Savings Bank, en la esquina de Humphrey y Columbus Avenue. Cohen Wells se hallaba al teléfono, pero le hizo señas para que entrara y le señaló el sillón de piel situado ante el escritorio. Alan se acomodó en el lugar de las visitas, y mientras su padre terminaba la llamada paseó la mirada por la estancia.

Había estado muchas veces en ese despacho de sobria madera oscura, pero quizá era la primera ocasión que tenía de verlo realmente. Antes de ese día era un lugar que para él siempre había significado sometimiento, el templo de Cohen Wells, el dueño del banco, uno de los hombres más ricos y poderosos de la región.