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Debido a él, durante años Alan se había visto obligado a tratar de ser el primero en todo. En el colegio, en los deportes, en la vida social de aquella pequeña ciudad para la cual, por muchos esfuerzos que hiciera, él no era Alan Wells sino solo el hijo de Cohen Wells.

Desde que recordaba había visto su futuro trazado por esa obsesionante y sonriente figura paterna que el día de su decimoctavo cumpleaños le había regalado un Porsche rojo, no porque creyera que a él fuera a gustarle, sino porque juzgaba que era el vehículo ideal para su hijo.

El padre concluyó la llamada bruscamente y después le sonrió con expresión de complicidad.

– Esos tipos de Washington creen que, una vez que los han elegido, pueden olvidar sus compromisos. Pero de vez en cuando alguien les recuerda que deben ganarse su dinero.

Pese a hallarse frente al hijo, o quizá justamente por tal motivo, Cohen Wells no pudo evitar esa pequeña demostración de fuerza.

Luego le dirigió una nueva sonrisa y, por el afecto que mostraba en los ojos, Alan le concedió, como siempre, el beneficio de creerle. No obstante, ello no cambiaría el curso de las cosas. Había ido allí con un objetivo bien definido y nada le haría cambiar de rumbo.

– Y bien, muchacho, ¿qué puedo hacer por ti?

Sin siquiera esperar la respuesta, añadió:

– No, primero te diré yo qué es lo que puedo hacer por ti. Tengo una pequeña sorpresa…

Con aire en apariencia distraído, se levantó y fue hasta la ventana. Apartó las tablillas de la veneciana para mirar fuera.

– Ahora que has terminado la universidad, creo que querrás descansar y sobre todo divertirte un poco.

Se volvió y lo miró con complicidad.

– He pensado en un viaje a Europa. Puedes visitar España, Francia, Italia, Grecia o cualquier otro sitio que te apetezca, para mostrar a esos europeos de qué fibra está hecho un joven de Arizona. Y después, cuando regreses, tengo otra sorpresa, un poco mayor…

Volvió a sentarse y lo miró con aire solemne.

– He enviado tu currículo a un amigo mío de la Universidad de Berkeley. Te han aceptado para el Economy Master del año que viene. Después, cuando vuelvas aquí, podrías iniciar…

– No.

Cohen Wells lo miró como si una voluntad ajena se hubiera apoderado del cuerpo de su hijo.

– ¿Cómo has dicho?

– Has oído bien, papá. He dicho que no.

– Si no te complace puedes elegir otro lugar donde…

– No es a Europa a lo que digo que no. Digo que no a todo.

Cohen Wells se recostó contra el respaldo del sillón y cerró los ojos.

– Es por esa muchacha, ¿verdad? Esa Swan.

– Swan no tiene nada que ver. De no ser ella, sería otra.

– No es la mujer adecuada para ti.

Alan sonrió. Al principio, la relación entre su hijo y Swan fue para Cohen Wells un motivo de orgullo. En su ambición, le pareció natural que la muchacha más guapa de la región fuera, a través de Alan, propiedad de la familia. Todas las cosas tenían un precio, de un modo o de otro. Pero ahora su hijo estaba alterando sus planes personales, y Swan Gillespie, en lugar de un objeto que mostrar, se había convertido en motivo de preocupación.

– No sé si es la mujer adecuada para mí. Sólo sé que debo decidirlo yo mismo.

Miró al padre a la cara, con expresión de desafío.

– Tengo intención de casarme con ella.

El padre hizo un gesto de suficiencia, pero sus palabras salieron sibilantes de su boca.

– Esa no quiere casarse contigo, sino con tu dinero.

Le hizo la mueca del que ve cumplirse un augurio evidente.

– Sabía que lo dirías. Y sabía que en el fondo es eso lo que piensas de mí. No crees, a pesar de todo, que pueda soñar con algo. Debo tener lo mejor no porque me lo merezca yo, sino porque crees merecerlo tú.