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El perro giró la cabeza hacia el helicóptero y luego la alzó hacia el hombre que Jim le había señalado. Poco después se sentó a su lado. Lo más probable era que tampoco a él le agradaran los helicópteros, de modo que hizo su elección en un instante.

Ayudaron a los componentes del grupo a acomodarse en la nave y luego Jim se sentó en el puesto de mando. Mientras efectuaba los controles a la espera de que se calentara el motor, se descubrió pensando en la sucesión de acontecimientos de aquellas últimas horas.

Su vida de nuevo cambiaba, por enésima vez, cuando creía haber encontrado un lugar definitivo donde estar. La urna con las cenizas de su abuelo, el viejo Charlie Begay que ahora lo miraba a través del plexiglás de la carlinga sin darle a entender de modo alguno qué pensaba. El encuentro con April, después con Alan y por último con Swan. Ahora todos estaban presentes. Fragmentos reconstruidos, personas lejanas que volvían a reunirse guiadas por alguien que elaboraba historias mucho más complicadas que las que escribía Oliver Klowsky. Y Caleb Kelso, asesinado por alguien y transformado en una marioneta en su laboratorio mientras perseguía sus sueños de gloria…

Cuando el motor alcanzó la temperatura necesaria, Jim se volvió para asegurarse de que los pasajeros se hubieran abrochado los cinturones de seguridad y colocado los auriculares.

– ¿Me oyen?

– Con toda claridad.

Klowsky, sentado a su lado, hizo una seña con el pulgar levantado. De atrás llegaron las confirmaciones de Swan y su prometido, que miraba por la ventanilla con aire de suficiencia. Jim deseó que le asustara volar y lamentó no tenerlo como único pasajero. Habría hecho que se cagara de miedo.

– Muy bien. Vamos.

Jim tiró de la palanca de cambios y el helicóptero se elevó del suelo con gracia mecánica. Subió el mando con habilidad y mantuvo el vehículo suspendido exactamente sobre el centro de la pista. Luego hizo un viraje suave y diestro para llevar el aparato a sobrevolar la pequeña aldea.

– Aquí, donde ahora se levanta el Ranch, estaba la casa de los Lovecraft. Era una pareja con dos hijos que vinieron de Pittsburg con las migraciones de finales de 1800, unos diez años antes de que el ferrocarril llegara a Flagstaff. El hijo varón se casó con la hija de un jefe navajo de la época, Eldero, que vivía con su tribu en una parcela que limitaba con la de los Lovecraft.

Mientras continuaba su relato, sobrevoló y dejó atrás el Ranch y guió el helicóptero en dirección noroeste.

– No se sabe con exactitud qué fue lo que pasó. Las autoridades de la época hablaron de una lucha por el territorio entre las dos familias. La hipótesis más creíble es que el muchacho maltrataba a la mujer indígena y que ella huyó a refugiarse con el padre cuando se cansó de los azotes. Lo cierto es que los diné de Eldero…

Klowsky lo interrumpió.

– ¿Los qué?

– Los diné. Es la palabra con la que se identifican los navajos en su lengua.

Por instinto, Jim había hablado como si él no formara parte de su gente. Se preguntó si Swan habría captado ese detalle. Pero ella no dijo nada y el guionista no hizo más preguntas, por lo cual se consideró autorizado a proseguir la historia.

– Eldero y los suyos, aprovechando un momento en que los hombres estaban ausentes, atacaron la granja y mataron a la madre y a la hermana del muchacho. Cuando él y el padre regresaron a la casa y vieron lo sucedido, subieron al campo de Eldero, en un lugar llamado Flat Fields, y mataron a todos los que encontraron en la pequeña aldea. No les resultó difícil. Aunque no eran más que ellos dos, iban bien armados y se enfrentaban sobre todo a mujeres, niños y algún guerrero cansado de las incursiones y las luchas con los traficantes de esclavos de Nuevo México. También los dos Lovecraft murieron durante el enfrentamiento, exactamente aquí…

Jim señaló con la mano libre la vasta meseta que se extendía abajo, una llanura entre las accidentadas montañas. Crecía verde la hierba y sin duda era una tierra fértil. Pero no había rastro de ningún antiguo asentamiento indígena.

Whitaker hizo oír su voz por primera vez.

– No ha quedado nada de la aldea.

– Los hogan no se hacen para durar. Aquí hada tiene esa característica.

Continuó sobrevolando la zona, mientras Klowsky hacía fotografías.

– Ésa es la síntesis de los hechos, según los reconstruyeron las autoridades de la época. Ha quedado un solo punto oscuro.

Hizo una pausa, como si reflexionara en lo que iba a decir.

– Los cuerpos de Eldero y su hija, Thalena, no se encontraron entre los cadáveres de Flat Fields. Y nunca más se oyó hablar de ellos.

13

Jim se hallaba solo en el aparcamiento para el personal.

A su regreso del paseo de reconocimiento de Flat Fields había encontrado a Charlie y al perro que lo esperaban al lado de la pista de aterrizaje, como si no se hubieran movido en ningún momento. Cuando lo vio bajar del helicóptero, Silent Joe manifestó su alegría con unos vagos movimientos del rabo, lo cual, según sus parámetros de festejos, equivalía a una especie de canino Carnaval de Río.

Una vez hubieron regresado todos al campamento, el grupo se separó. Swan y Whitaker fueron a su bungalow, y Klowsky monopolizó a Charlie para hacerle unas preguntas. Por la manera en que le entusiasmaba la novedad de todo aquello, Jim pensó que su pobre bidà’í no se lo quitaría de encima con facilidad. Pero luego sonrió para sí al imaginar la cara del guionista ante las seguras respuestas monosilábicas del viejo. Tras un breve informe a Bill sobre tiempos de vuelo e intercambiar algunas ideas sobre su trabajo en el Ranch, Jim se encaminó a recuperar el coche para volver a la ciudad.

Infinidad de pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Cuando posó la mano sobre el picaporte del Ram, Silent Joe se sentó en el suelo y lo miró con el aire aburrido de un noble inglés que espera que el chófer le abra la puerta. Jim abrió con gesto exagerado la puerta del coche que, por orden de Wells, le había asignado un empleado del banco. Había muchos otros vehículos disponibles, pero él había elegido esa camioneta pensando en la nueva presencia en su vida de un compañero de cuatro patas.

Apenas lo vio, Silent Joe lo declaró de su agrado con una generosa meada a los neumáticos posteriores. Resultaba evidente que lo juzgaba un ascenso de categoría con respecto a la vieja y desconchada camioneta de Caleb. Aun así, su complacencia por viajar en un medio de transporte no había cambiado. Tardó menos de un segundo en saltar por el lado del chófer y acomodarse en el asiento del acompañante.

– Veo que no consideras ni de lejos la posibilidad de ir en la parte de atrás, como los demás perros.

Firme en su puesto, Silent Joe estornudó.

Jim dedujo que, en la lengua de su gestualidad, eso quería decir «no».

La voz de Swan, que llegó inesperadamente desde un lugar cercano, lo sorprendió.

– ¿Te has convertido en el indígena que habla con los animales?

Al volver la cabeza se la encontró a su lado, en el sendero que descendía del campo al aparcamiento. Contempló cómo avanzaba con calma los pocos pasos que los separaban. Parecía creer que el mundo entero se rendía a su presencia. Jim señaló con la cabeza a Silent Joe y le explicó la situación. -Para hablar con este perro primero hace falta pedir una cita a su abogado…

Swan sonrió con modestia, como mujer, no como actriz. Jim se sintió incómodo. Después de su enorme éxito, no esperaba que se comportara con tanta naturalidad, y sobre todo no esperaba compartir con ella unos minutos a solas.

– ¿Tu prometido te permite salir a pasear sin compañía?

Swan hizo un gesto vago que denotaba rutina.

– Ah, Simon está pegado al teléfono y al ordenador, controlando los datos que llegan de Los Ángeles. Tardará por lo menos una hora.

Bajó apenas la voz y lo miró a los ojos.