– Ah, sí que los tendré. ¿Crees que cambiaría algo? Saldré de una jaula solo para meterme en otra. Seré únicamente y siempre la mujer de Alan Wells, que a su vez será solo y siempre el hijo de Cohen Wells.
Una pausa. Un segundo, un siglo.
– Y además tendré que seguir viviendo en esta ciudad. Y no creo que pueda seguir haciéndolo.
– Pero ¿lo amas?
Swan lo miró como si no entendiera el idioma en que se lo había preguntado. Luego le dio una respuesta que era en realidad otra pregunta. Y valía para ambas.
– Tengo veintitrés años. Según tú, ¿qué puedo saber del amor?
Después dejó de lado ese paréntesis para volver a su determinación.
– Yo sé que puedo lograrlo, Jim. Puedo llegar a ser alguien. Lo siento. Sé que tengo la capacidad. Y quiero irme de aquí para demostrarlo.
Jim la comprendía. Era la misma ansia que sentía agitarse en su interior. Y aquel día Cohen Wells, tal vez, había encontrado la solución.
Para ambos.
– ¿Cuánto necesitas para poder marcharte?
Swan respondió sin vacilaciones, como si hubiera hecho muchas veces esa cuenta.
– Diez mil dólares.
– Es la misma cifra que necesito yo.
– ¿Para hacer qué?
– El sueño de ser piloto y la licencia para pilotar helicópteros cuestan veinte mil dólares. Tengo diez mil. Para reunirlos he tardado años, y a este paso tardaré una vida para conseguir el resto.
– Puedes pedir un préstamo.
– ¿Quién crees que prestaría diez mil dólares a un hombre medio blanco y medio navajo que no tiene nada que ofrecer como garantía? Lo mismo daría escribir una carta a Papá Noel.
Hizo una pausa. Se miró las All Stars añosas que llevaba en los pies.
Dijo las palabras siguientes del mismo modo como un día Judas dio un beso:
– Si de veras te interesa ese dinero, lo has encontrado. Es tuyo.
– ¿Es una broma?
– No, no es ninguna broma. Acabo de salir del despacho del padre de Alan.
Swan guardó silencio.
– Me ha hecho una propuesta.
– ¿Cuál?
– Ah, una auténtica ruindad. Pero la ha valorado en veinte mil dólares.
Ella lo apremió.
– ¿Cuál?
– Él no soporta que Alan haya decidido casarse contigo. Se lo ha dicho esta misma mañana. Han reñido. Wells dice que, si lo hace, nunca recibirá de él un solo céntimo más.
– ¿Y qué tiene eso que ver contigo y conmigo?
– Espera. Wells me ha dicho muchas cosas. Que me ha observado durante todos estos años y que sabe que tengo éxito con las mujeres. Entonces le he preguntado qué esperaba de mí…
– ¿Y qué te ha dicho?
Swan se lo preguntó con el tono de quien imagina la respuesta pero en el fondo le cuesta creerla.
– Quiere que yo seduzca a la muchacha que le está quitando a su hijo. Que la quite de en medio, de una forma u otra. Y eso, para él, vale veinte mil dólares.
Jim ya había lanzado el caballo al galope, y daba la impresión de que se había desbocado. Continuó de un tirón, sin poder detenerse.
– Nosotros dos nos parecemos demasiado para poder mantener una relación. Tenemos demasiada hambre para conformarnos con la realidad que nos rodea. La única manera de hacer realidad mis proyectos es compartir ese dinero contigo.
No añadió lo más importante: que, además del dinero, también compartirían lo que vieran en el espejo al día siguiente.