Выбрать главу

Se volvió y April vio que tenía los ojos húmedos.

– Es muy simple. Se trata de Jim y Swan. Están juntos.

– ¿Qué quieres decir con «están juntos»?

– Follan, si prefieres esa expresión.

El asunto era tan grave que en otra situación April se habría echado a reír. Esta vez, en cambio, ante la expresión inexorable de Alan, se sintió morir.

– Pero ¿qué dices? ¿Te has vuelto loco?

– Los he visto, April.

– ¿Dónde?

Alan se sentó en una silla. Apoyó un codo en la mesa y se pasó una mano por el pelo. Empezó a hablar sin mirarla a la cara. April comprendió que no se debía a falta de valor, sino solo a pudor por el sufrimiento que le había causado.

– Iba bajando por Country Club Drive. Me detuve en el semáforo y vi la camioneta de Jim frente al Whispering Wings Motel. Y justo cuando pasaba los vi salir de una habitación.

– Y ¿qué hiciste?

Alan la miró. En sus ojos se veía el final de un sueño. Y la certeza de que durante mucho tiempo ningún otro podría reemplazarlo.

– No sé qué hice. Detuve el coche y no tuve fuerzas para reaccionar. Ni siquiera los vi marcharse. Tal vez morí en ese mismo momento. Tal vez ahora estás hablando con mi fantasma.

«Y tú estás hablando con el mío», pensó ella.

April sintió que su pequeño mundo de muchacha se derrumbaba definitivamente. No estaba segura de poseer la fuerza para retirar los escombros y en su lugar reconstruirse como mujer. Se sentó a la mesa frente a Alan. Él le cogió una mano y la sostuvo en la suya. Íntegro, destrozado, dolorido, amigo.

Dejó que las lágrimas corrieran libremente por sus mejillas, sin ninguna vergüenza.

– ¿Jim está al tanto de tus planes?

– No. Pensaba hablarle mañana. Pero esto cambia por completo las cosas. Ahora todo es mucho más difícil.

– ¿Qué vas a hacer?

– No lo sé. De veras no lo sé.

Después de aquella noche, April vio a Jim Mackenzie Una vez más. El tiempo justo para intuir que le había permitido destrozarle la vida.

Después, durante diez años, nunca más.

El sonido del teléfono llegó a través de la habitación como un salvavidas para sacarla de esos pensamientos. Cogió el móvil y activó la comunicación.

Oyó la voz entusiasmada de Seymour, su hijo. Nueve años de incontenible y perenne entusiasmo.

– Hola, mamá. Hoy ha ocurrido una cosa fantástica.

– Que se sumará a la cosa fantástica que ocurrió ayer, supongo.

– Ah, no, esta es mucho más fantástica. Carel ha terminado el bote y mañana irá a Lake Powell a probarlo. ¿Podemos ir también nosotros?

Un instante de silencio antes de lanzar la estocada final.

– Por favor, te lo suplico, mamá. Te lo ruego, te lo ruego, te lo ruego con azúcar.

Una vieja broma entre ellos, de cuando Seymour era más pequeño. Ahora ya había crecido, pero se la sacaba de la manga como un verdadero tahúr cuando quería enternecerla.

April se echó a reír, como de costumbre en tales ocasiones. Respondió sin demasiada convicción:

– Mañana por la mañana tengo que trabajar.

– Vale, no hay problema. Te acompaño. Te espero en el coche, como la otra vez, y después vamos al lago. Carel, con el remolque del bote, tardará más que nosotros. Quizá lleguemos al mismo tiempo.

– Vale. Lo hablaremos esta noche.

Su tono denotaba que diría que sí. Y Seymour lo captó de inmediato.

– Gracias, gracias, gracias con azúcar, mamá.

– Eres un pícaro sin remedio, pero te quiero.

– Yo también. Eres la número uno.

Cortó la comunicación y se quedó mirando la pequeña pantalla del teléfono como si en ella se reflejara la cara sonriente de su hijo.

Carel Thorens era un vecino que en el garaje de su chalet había empezado a montar un pequeño bote que había comprado por partes. Seymour había participado activamente en la construcción de la embarcación, bautizada The Lost Ark, y el momento de botarla había llegado al fin.

El rostro de Carel se superpuso al de su hijo.

Era el único propietario de Coconino Real Estate, vivía solo, no tenía problemas de dinero, adoraba a Seymour y estaba enamorado de ella. Además, no carecía de atractivos. Era el prototipo del sólido muchacho estadounidense sin vicios ni altibajos, del cual no cabía esperar sorpresas desagradables. Para April habría sido la persona ideal en que apoyarse y descargar por fin todas sus preocupaciones.

A veces lo hacía. Con una leve sensación de culpa, pero lo hacía. Encomendaba la casa a su cuidado cuando se iban de vacaciones. Le dejaba a Seymour cuando le resultaba imposible atenderlo… para alegría tanto de Carel como del niño. Eso la tranquilizaba un poco y le permitía no preguntarse demasiadas veces si no era un comportamiento incorrecto por su parte aprovecharse de los sentimientos de aquel joven, que hasta el momento no le había pedido ni propuesto nada.