– Ya te lo he contado tres veces, renacuajo.
– Sí, pero es que me hace mucha gracia -sonrió Sammy, mientras Cash lo arropaba.
– Pues estábamos al sur del lago y ya sabes que allí no cubre nada. Lexie podría haberse puesto de pie, pero lo que hizo fue ponerse a gritar como una loca: «¡que me ahogo, que me ahogo!».
– Ya me la imagino -sonrió Sammy, encantado.
– Y ya conoces el barco. Una vez que se vuelca, es muy difícil volverlo a colocar en posición. Yo intentaba hacerlo, mientras le gritaba a Lexie que podía ponerse de pie y…
Los dos escucharon el sonido del teléfono en la otra habitación.
– Ve a contestar, Cash. Pero luego vuelves y me cuentas el resto -dijo el niño.
– De acuerdo.
– Date prisa.
Cuando Cash levantó el auricular y escuchó la voz al otro lado del hilo deseó no haber contestado.
– Hannah, hace meses que no llamabas -dijo, paseando por la habitación, como hacía cada vez que llamaba su hermana-. ¿Cómo estás?
– Bien. Habría llamado antes, pero he estado enferma.
– Ya -Cash había escuchado aquella excusa un millón de veces-. ¿Dónde estás?
– En Houston.
– ¿En Houston? Cada vez, te vas más al sur.
– Hace más calor. ¿Cómo está?
Cash no perdió el tiempo preguntando a quién se refería.
– A punto de dormirse. ¿No irás a decirme que quieres hablar con él?
– Si vas a ponerte…
– No, no, perdona. Solo quería hacerte saber que Sammy está en la otra habitación, por si querías hablar con él.
– Luego, quizá. Solo quería saber cómo estaba. ¿Me echa de menos? No creo que se acuerde de mí.
– Se acuerda de ti, Hannah -suspiró Cash-. ¿Y tú cómo estás?
– Bien. Tengo trabajo en Houston y parece que este va a durar. Es posible que vuelva a la universidad.
– Eso sería estupendo -dijo él. Había oído eso demasiadas veces.
– No me crees, ¿verdad?
– Claro que sí.
– Y no estoy saliendo con ningún hombre. Estoy trabajando para poner mi vida en orden.
– No te estaba criticando, Hannah. Pero si quieres hablar con Sammy…
– Quizá no es buena idea.
– ¿Necesitas dinero?
– Pues… las cosas me van bien, pero como te he dicho, quiero volver a la universidad y necesito pagar la matrícula. Ya sabes.
– Ya. Bueno, voy a llevar el teléfono a la habitación para que hables con el niño un momento -dijo Cash. Era un chantaje puro y simple, pero sabía que, de ese modo, su hermana tendría que hablar con Sammy. Tendría que ser muy amable con él si quería que le diera un céntimo. Cuando entró en la habitación, Sammy lo estaba esperando con los ojos muy abiertos-. Tienes una llamada -sonrió, cubriendo el auricular con la mano-. Es tu madre. No tienes que hablar con ella si no quieres, pero…
Sammy saltó de la cama con la velocidad de un meteoro. El chico vivía esperando las pocas veces al año que su madre se dignaba llamar por teléfono.
– ¿Cuándo vas a venir a verme, mamá? -Cash no pudo oír la contestación de su hermana, pero la expresión de Sammy se volvió tan triste que la imaginó-. Bueno, no importa -dijo el niño valientemente-. Cash y yo estamos muy bien. Sí, el colegio es muy aburrido.
Cuando terminó la conversación y Hannah recibió la promesa de un cheque al día siguiente, Sammy quería volver a oír la historia del barco. Y volvió a reír cuando Cash se la contó. Obviamente, estaba deseando ver a Lexie por la mañana para tomarle el pelo.
Pero como Cash había esperado y temido, la llamada de Hannah había dejado al niño destrozado. Sammy lloró durante mucho rato, aunque aparentó estar dormido cuando entró en su habitación para consolarlo. Cash lo escuchó moverse por la habitación antes de amanecer. Y supo que Sammy se había hecho pipí en la cama de nuevo.
Capítulo 8
La rutina le resultaba tan familiar que Cash podría haberla hecho dormido. Metió a Sammy en la ducha, quitó las sábanas mojadas y puso sábanas nuevas. Después, volvió al cuarto de baño y le dio una toalla al pequeño.
– No tenías que esperarme despierto, Cash. Puedo ducharme yo solo.
– Ya lo sé, renacuajo. Solo quería esperarte para que nos fuéramos a la cama a la vez -dijo Cash. El niño tenía el pelo mojado, la piel mojada, los ojos… húmedos. Sammy tomó la toalla y empezó a secar su delgado cuerpecillo, Cash le puso otra toalla sobre la cabeza.
– No pasa nada.
– Yo no he dicho que pasara -replicó el niño, a la defensiva.
– Pero te molesta.
– Creí que no iba a pasarme más.
– Ya lo sé.
– Lexie me ha dicho que ella también se hacía pis en la cama de pequeña.
Cash friccionó al niño con fuerza, sin abrazarlo. Sabía que no era el momento, porque se sentiría herido en su orgullo. Aunque hubiera deseado hacerlo con todas sus fuerzas.
– Si Lexie te ha contado eso… ya sabes que hay otra gente con el mismo problema, ¿no? No eres el único.
– Sí -suspiró Sammy-. Es muy maja.
– Y seguro que te ha dicho que no es un problema de la edad. Como te he dicho yo.
– Sí, ya lo sé.
Quizá Sammy lo había oído antes, pero Cash tenía que intentarlo de nuevo.
– Hay muchas causas que pueden provocarlo, pero no tiene nada que ver con ser un crío.
– Ya -dijo el mocoso, dejando la toalla y dirigiéndose a su habitación en cueros-. Al menos, no lo sabe nadie -murmuró, con la cabeza baja.
– ¿Qué?
– Que nadie lo sabe más que tú y yo. Nosotros no tenemos mujeres. Y si no hay mujeres, da menos vergüenza, ¿no?
Por fin, Cash consiguió meter al niño en la cama, pero cuando se tumbó en la suya estaba completamente despierto. No dejaba de pensar en Lexie.
Cerró los ojos, intentando dormir, pero era imposible descansar con el pulso acelerado. Sammy mojaba la cama cada vez con menor frecuencia, pero quizá la llamada de Hannah había sido un aviso, para recordarle lo frágil que era el crío.
Daba igual lo atraído que se sintiera por Lexie. Sammy era su responsabilidad y encariñarse con una mujer que no iba a quedarse con ellos era un error. Quizá debería olvidarse de Lexie completamente. Dejar de pensar en ella, de preocuparse por ella. Dejar de disfrutar de sus torpezas y de aquellos enormes ojos de huérfana… y de su pecho plano y su boca… y de la cara que había puesto cuando se cayó al agua…
Cash no pudo evitar una sonrisa. Y después, una mueca. Ese era exactamente el problema. Lexie lo emocionaba. Tanto que estaba seguro de que no se aburriría con ella aunque vivieran cien años juntos. Y tenía que reconocer que lo que sentía por Lexie no lo había sentido por ninguna otra mujer.
Pero las palabras de Sammy sobre la «vergüenza» volvieron a su cabeza. Era cierto. Un hombre no se arriesgaba a sentirse avergonzado si evitaba la intimidad con una mujer. Sammy no se arriesgaría a ser amado. Y él, tampoco.
Los dos salían corriendo despavoridos cada vez que veían a una mujer.
Pero, en su caso, no era cualquier mujer. Era Lexie.
Estaba pensando en ello cuando oyó que alguien llamaba a la puerta del salón.
Cash miró el despertador. Eran las 3:30. Nadie llamaría a su puerta a aquella hora a menos que fuera una emergencia.
Se puso unos vaqueros a toda prisa y, cuando abrió la puerta, estaba preparado para cualquier cosa excepto para encontrarse con Lexie. Vestida para volverlo loco.
Llevaba un pijama de seda y tenía el pelo revuelto. Por un segundo, se la imaginó dando vueltas en la cama. Y al segundo siguiente, se imaginó lo que podían estar haciendo los dos en aquella cama.
– ¿Puedo hablar con Sammy?
– ¿Sammy? -repitió Cash, perplejo. ¿No estaba buscándolo a él? Aunque, por supuesto, eso no hería sus sentimientos. En absoluto-. Lexie, ¿no estarás teniendo un ataque de ansiedad? ¿Tú sabes qué hora es?
– Casi las cuatro -contestó ella-. Pero es que Martha se ha metido en mi habitación y cuando he querido darme cuenta ha empezado a tener a los cachorros. Y he pensado que a Sammy le encantaría…