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Durante todo el día, comunicarse con Cash había sido como comunicarse con un demente. Decía cosas que parecían lógicas, pero no lo eran.

– Mira, Cash… -empezó a decir, con tono pausado.

– Espera un momento. Voy a quitarme las botas -la interrumpió él-. ¿No quieres descalzarte?

– No… ¡McKay! -Lexie cayó al suelo cuando Cash levantó uno de sus pies para quitarle las zapatillas de Sammy.

– Si estuviéramos hablando del mercado de valores, te escucharía. Pero como resulta que estamos hablando de una tienda de campaña, el experto soy yo.

Lexie no se movía, no respiraba, solo intentaba ver la cara de Cash en la oscuridad, mientras cerraba la cremallera de la tienda.

De repente, estaban solos. Y, por fin, Lexie se dio cuenta de lo que estaba pasando.

Cash quería dormir allí. Con ella. En aquella tienda diminuta. Y no tenía nada que ver con un ejercicio de acampada sino con un hombre que no sabía muy bien cómo seducir a una mujer. Llevaba todo el día intentando avisarla, pero ella, con un coeficiente intelectual muy por encima de 100, no se había dado ni cuenta.

Lexie sabía la atracción que sentían el uno por el otro, pero también sabía que Cash no quería mantener relaciones con una mujer para no herir a Sammy.

– Cash… -empezó a decir-. Yo soy una de esas personas a las que hay que dejar las cosas muy claras. ¿Te importaría decirme si esto significa que quieres dormir conmigo?

Lexie vio la sonrisa del hombre en la oscuridad.

– Creí que estaba claro.

– Para mí, no. Ya estoy acostumbrada a que quieras ahogarme, tirarme por un precipicio y cosas así, pero no sé si esto significa… algo más que dormir juntos en el bosque.

Cash suspiró. De una forma muy masculina.

– A mí las palabras no se me dan bien, Alexandra. Pero haré lo posible para aclarártelo. Sé muy bien que a las mujeres les gustan las cosas románticas. Llevo todo el día intentando darte una oportunidad para que me dijeras que no, o para que me dieras un puñetazo en la nariz, si esa era tu elección. Pero tienes que saber que si te he traído a esta tienda no es precisamente para… dormir.

Después de eso, el silencio. Y, en el silencio, Lexie podía oler a musgo, a tierra húmeda. Fuera de la tienda, escuchaba el rumor de las hojas movidas por el viento, como si murmurasen secretos.

Dentro de la tienda, estaba completamente a oscuras, pero cuanto más tiempo pasaba, más se acostumbraban sus ojos a la oscuridad. Empezaba a vislumbrar el perfil de Cash y casi podía ver el brillo de sus ojos. Buscándola. Esperando.

Quizá ella misma había estado esperando ese momento. Deseándolo. Pero hubiera querido que Cash la sedujera, no que le diera opción a retirarse. Quería que la abrumase, no que le pidiera permiso. Pero McKay estaba esperando su respuesta, con paciencia infinita.

Y como él estaba siendo tan irritante, hizo lo único que podía hacer. Echarse en sus brazos.

Cash cayó de espaldas con un gruñido, o un suspiro. O quizá había sido ella.

Lexie no entendía lo que sentía por aquel hombre. Quizá no lo entendería nunca.

Pero sabía que sentía por él un millón de emociones diferentes. Algo en Cash la despertaba a la vida como nadie había conseguido despertarla jamás.

Y, en su corazón, sabía que nunca volvería a sentir aquello por nadie. La vida no terminaría cuando dejase a Cash, pero no sería lo mismo. Tenía que elegir: vivir y saborear aquel momento o habría desaparecido para siempre.

Atacarlo había sido buena idea. La mejor.

Solo con besarlo se encendían sus fantasías más prohibidas. Cash sabía a deseo, a hombre. Siempre la había puesto nerviosa su olor. Las mujeres tenían un sexto sentido con los hombres. Y Cash era un problema; lo había sabido desde el primer día.

Podría romperle el corazón.

Lexie nunca sería la misma si hacían el amor.

Pero entonces Cash la miró, con los ojos azules oscurecidos de pasión. Lexie acarició su pelo. El pelo de Cash, suyo, para ella… al menos, en aquel momento. Y ese momento era lo único que importaba.

Él se dejaba besar. Asombroso, pensó ella. No era tan macho, su Cash. No estaba tan seguro de sí mismo. Parecía tan sólido como una roca, pero cuando rozó su cara con la mano, Lexie sintió que estaba temblando.

En ese momento, supo que él tenía tanto miedo como ella. Y que se encontraba igual de solo. Tenía familia y amigos, pero como ella, no tenía a esa persona especial que hacía desaparecer la negrura de la noche.

Cash no era un huérfano, pero Lexie reconocía un huérfano de corazón. Lo besó entonces sintiendo un placer inesperado, una ternura sobrecogedora. El resto, no importaba.

No había nada ni nadie entre los dos.

Lo besaba sin vergüenza alguna. No era ella la que desabrochaba los botones de su camisa. No era ella quien exploraba con las manos el torso desnudo del hombre, los músculos tensos, la piel ardiente.

Lexie levantó la mano de Cash para ponerla sobre sus pechos, un movimiento muy atrevido ya que ella no tenía grandes pechos, pero le gustaba tanto sentir su mano que se sentía como si los tuviera. Y más cuando Cash, lanzando un gemido ronco, la colocó debajo de él.

Y más aún cuando levantó su jersey de un tirón y empezó a acariciar sus pezones con la lengua, dejando un rastro húmedo sobre su pecho. Unos segundos después, Cash le había quitado toda la ropa.

Lexie sintió frío, un frío que era como una violación, hasta que él se apretó contra su cuerpo. Cash se había quitado la camisa, pero seguía llevando los pantalones.

Seguía besándola, acariciando su pelo, como hipnotizado. Incluso en la oscuridad, podía ver su sonrisa y el brillo de sus ojos, buscando los suyos. La deseaba. Estaba intentando ir despacio, ser paciente. Querva darle placer, quería controlarse y ella lo sabía porque notaba el temblor de sus manos.

Lexie empezó a bajarle los pantalones con dedos temblorosos, mientras él la acariciaba por todas partes. Sus besos eran entonces besos destinados a encenderla. Y el deseo se convertía en una necesidad.

– Date prisa -susurró.

Cash se paró un momento.

– Quizá vamos demasiado deprisa.

– ¿Tú crees? Yo pensé que aún estábamos en primera -bromeó ella, tocándolo por todas partes-. Podríamos hacer una apuesta.

– ¿Qué clase de apuesta?

– A que puedo desabrochar la cremallera de tus vaqueros con los dientes.

– Si estás buscando problemas, acabas de encontrarlos.

Eso esperaba Lexie. Había deseado aquel momento desde la primera vez que lo vio y no pensaba seguir negándoselo a sí misma. No era una ingenua, pero ningún hombre había podido cambiarla. Y sabía que Cash podría.

Sus manos la acariciaban, la tocaban, la volvían loca. En su cabeza, Lexie vio un millón de estrellas, experimentó un millar de colores. La noche se convirtió en una cascada de sensaciones. Él acariciaba sus pechos, sus costados, sus muslos, haciendo que levantara las piernas, deseándolo más cerca. Deseándolo desnudo, dentro de ella.

No podía esperar más.

– No quiero seguir jugando -gimió.

– Aún no hemos empezado.

– Te deseo.

– Yo también. Más de lo que nunca he deseado a una mujer. Solo a ti, Lexie. Nunca he sentido este fuego por nadie.

– Entonces… tómame.

– Nos tomaremos el uno al otro, te lo prometo. Pero quiero darte placer. Deja que lo haga…

Cash empezó a acariciar su cuello, dejando un collar de besos en su garganta. Nunca nadie la había besado con tal reverencia. Nadie nunca había compartido de tal modo su desnudez, su soledad. Lexie no sabía que podía compartir tantas cosas con otro ser humano. Él le hacía regalos, el mareante regalo de la belleza, el exuberante de la lujuria… dando, dando y dando hasta que no pudo soportarlo más.