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– ¿Sabes una cosa, Sammy? Yo también pensaba lo mismo. Si yo hubiera podido hacer algo, quizá mis padres seguirían vivos.

– Eso es lo que me molesta. Que a lo mejor mi madre se fue porque yo no era bueno.

– No digas bobadas -sonrió Lexie, apretando sus hombros-. Tú eres un niño con el que soñaría cualquier madre. Eres especial. No quiero que te mueras de vergüenza, pero a mí me pareces un chico maravilloso y te quiero mucho. Ojalá fueras mi hijo.

– Venga, Lexie…

– Perdón.

– Cash también se pone así de tonto a veces.

– Te entiendo -murmuró ella, limpiando las lágrimas del niño. Y después, las suyas-. No volveré a decir algo tan horrible.

– Yo también te quiero, Lexie, pero no tenemos que estar diciéndolo todo el rato.

– Muy bien. ¿Puedo decirte una cosa más?

– Si no es una cosa de chicas…

– No. Es sobre Cash. Sé que va a entrar por la puerta en cualquier momento, pero… ¿sabes lo que me has dicho, lo de no poder controlar que tu madre se haya ido?

– Sí.

– Pues es lo que yo siento. Que no pude controlar que mis padres desaparecieran de mi vida. Es una cosa que tenemos los huérfanos y no creo que nadie más que nosotros pueda entenderlo. Pero la cuestión es que Cash no ha llegado todavía y… esa es la razón por la que nosotros estamos más preocupados que los demás. Keegan y los demás no están preocupados en absoluto. ¿Entiendes?

– Sí.

– Nosotros nos asustamos enseguida.

– A, mí me gustaría darle un puñetazo a la pared.

El niño pareció calmarse durante un rato, pero cuando dieron las once, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

Lexie volvió a llamar a Keegan, pero seguía sin saber nada. Según él, estaba demasiado oscuro como para ir a buscarlo y tendrían que esperar hasta el amanecer.

– Vete a dormir, Lexie. Seguro que estará preparando algún ejercicio en el bosque.

A las once y media, Martha empezó a arañar la puerta. Era como si la perrita hubiera ido a llorar con ellos.

– Nadie cree que pase nada, pero ¿sabes una cosa?

– ¿Qué?

– No podemos ir a buscarlo ahora porque está muy oscuro, pero podríamos dormir los dos en el sofá. De ese modo, saldremos a buscar a Cash antes de que amanezca. ¿Qué te parece?

– Bien.

Sammy se quedó dormido unos minutos después. Lexie lo cubrió con una manta y empezó a pasear por la habitación.

Estaba preocupada por Cash… pero no demasiado preocupada. Con lógica o sin lógica, estaba segura de que ella lo sabría si Cash estuviera en un serio aprieto. Lo que realmente la preocupaba era la cuestión del matrimonio.

No podía haberlo dicho de verdad.

Sabía que ella no tenía sitio en su vida.

A las dos de la madrugada, las estrellas eran tan brillantes que el bosque parecía de plata. Poco a poco, la bruma cubrió los árboles y el rocío empezó a empapar las hojas. Antes de amanecer, Lexie escuchó los primeros trinos.

Minutos después, cargados con una mochila, Sammy y ella salían a buscar a Cash.

Algo había cambiado aquella noche para los dos. Quizá habían dejado de culparse a sí mismos por perder a su familia.

Lexie amaba a Cash. Esa era la diferencia. Amarlo y ser amada por él lo cambiaba todo.

Cash no podría decir que era el paseo más divertido de su vida, pero cuando encontró una rama lo suficientemente fuerte como para sujetar su peso, decidió ponerse en marcha. Le dolía mucho la rodilla, pero sabía que no era nada grave. Quizá un esguince o algo parecido.

No habría podido llegar a casa en la oscuridad sin arriesgarse a rompérsela de verdad. Darle un descanso al hueso, manteniendo la pierna hacia arriba había hecho que bajara la hinchazón.

Cuando el sol asomó por el horizonte, Cash tenía hambre, frío y sed. Y lo que más lo preocupaba era Sammy. El niño tenía pánico a ser abandonado.

Y Lexie. Ella también tenía ese miedo.

Solo que su miedo era un miedo de adulto, sus pesadillas, más espantosas. Durante la noche, Cash había tenido mucho tiempo para pensar y había descubierto qué era ese «algo» que tanto la aterrorizaba, lo que hacía que tuviera miedo de amar y ser amada.

Era la pérdida de sus padres. El miedo de perder de nuevo a las personas que quería.

Pero Cash se había hartado de ese miedo.

Iban a hablar largo y tendido cuando volviera a casa. No pensaba dejar que se marchase. Tendría que convencerla como fuera. Lexie iba a casarse con él y con Sammy o tendría que darle una muy buena razón para no hacerlo.

Cuando empezó a bajar una pendiente, su corazón dio un vuelco. Allí estaban, subiendo la cuesta, uno al lado del otro. Cuando lo vieron, salieron corriendo hacia él.

Cash estuvo a punto de salir corriendo también. Pero, en lugar de hacerlo, se apoyó en la rama y puso cara de dolor.

Sammy tenía lágrimas en los ojos cuando se echó en sus brazos. Pero Lexie… Lexie lo miró con aquellos ojos color chocolate llenos definía.

– ¡Maldito seas, McKay! ¡No vuelvas a darnos un susto como este!

– Me hice daño y…

– Ya sabemos que te has hecho daño. Vamos a casa. Sammy, tú agárralo por la izquierda, yo lo haré por la derecha.

No era precisamente buena idea porque los dos eran demasiado pequeños, pero Cash sabía que tenían que ayudarlo. Y aunque hubiera intentado negarse, Lexie no se lo habría permitido.

– Tengo que volver a Chicago durante tres semanas. Y no es solo por mi trabajo. Tenías razón, puedo hacerlo desde donde quiera. Pero tengo muchas cosas que solucionar y me gustaría mantener mi oficina y… ¡no discutas conmigo!

– Vale -murmuró él.

– Tendré que volver a Chicago dé vez en cuando, una vez al mes o algo así. ¡Y no me lo discutas!

– Vale.

– Además, Sammy necesita un poco de sofisticación. De vez en cuando.

– ¿Qué? Eso sí que no -intervino el niño.

– Tienes que ir a conciertos, al teatro, ampliar tu educación -insistió Lexie-. Es obvio que la montaña será nuestra base de operaciones, pero habrá que ir a Chicago de cuando en cuando para no convertirnos en una familia de osos.

– Vale, Lexie -dijo Cash, guiñándole un ojo a Sammy.

– ¡Vale! -asintió el crío.

– Y los dos llevaréis traje el día de la boda.

– ¿Boda? -repitió Sammy, mirando a su padre. Cash asintió.

– Tengo una familia muy grande y les vais a encantar. A ellos les gusta el deporte, el aire libre y todas esas cosas. Y Sammy, tendrás que aguantar que te besen y te achuchen. Así es la vida.

Sammy suspiró pesadamente.

– Vale.

– Y otra cosa…

Lexie tenía alrededor de cincuenta ideas más y los dos las soportaron con paciencia. Cuando estaban a unos metros de la casa, Lexie le pidió a Sammy que fuera corriendo a llamar a Keegan y que volvieran con el jeep. Cash suspiró cuando pudo pararse un rato. Un segundo antes, los pájaros cantaban como maníacos y, de repente, el paisaje parecía haber quedado en silencio. Lo único que Cash podía oír eran los latidos de su corazón y lo único que podía ver eran aquellos ojos de color chocolate, enormes y vulnerables.

– Cuando estemos solos, McKay, ¿sabes lo que voy a hacerte?

– Espero que sea lo que estoy pensando -dijo él.

Lexie sonrió. Un segundo antes de que Cash abriera los brazos para ella.

– No voy a perderte nunca, Cash.

– Lo sé.

– Te quiero -la voz de Lexie era un suspiro-. Te quiero con todo mi corazón.

– Lexie, yo te quiero con toda mi alma. Y prometo darte lo mejor de mí durante toda nuestra vida.

Se separaron al escuchar el ruido del jeep. Aún así, se besaron, un beso que sellaba todas las promesas del futuro que iban a compartir. Y después, sonrieron, se tomaron de la mano y esperaron que Sammy saltara del jeep y se reuniera con ellos.