Выбрать главу

No le gustaba la naturaleza, pero incluso una chica de ciudad como ella tenía que disfrutar de aquella hermosa mañana. El lago brillaba como la plata bajo el sol, una ligera bruma bailaba entre los árboles y el aroma a pinos era tan fuerte que parecía un perfume. Las ardillas correteaban por el camino y un ciervo pasó tan cerca que estuvo a punto de chocarse contra un árbol por mirarlo. Y el cielo era de un azul tan bello que Lexie no podía creerlo.

Y lo mejor era observar a Cash. Estaban subiendo una pendiente que casi la dejó sin oxígeno, pero seguía sintiendo la conexión que había nacido entre ellos la noche anterior.

No la había besado… pero había querido hacerlo. Ella no lo había besado, pero también había querido hacerlo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que sintió algo así por un extraño… especialmente, por un extraño como Cash McKay.

En aquel momento, él estaba colocando al grupo en círculo.

– Muy bien… Lexie, tú eres nueva, pero debes saber que empezamos de la misma forma todas las mañanas. Tenemos que emparejarnos y resolver un problema. Yo me quedo con Stuart y tú, con Slim -explicó Cash. Lexie sonrió. Cualquier cosa que el pequeño Slim pudiera hacer, también podría hacerla ella-. Muy bien. ¿Veis el arroyo más allá de esos pinos? Tenéis media hora para llegar a la otra orilla.

– Un momento, Jerónimo -protestó Lexie-. No hay ningún puente.

– Eso es. Tendréis que usar lo que encontréis en la naturaleza para llegar al otro lado.

Slim y ella se dirigieron al arroyo. El agua era tan cristalina que podían ver el fondo, y de una orilla a otra no podía haber más de tres metros, pero era imposible saltar. Y cruzar a nado estaba fuera de la cuestión.

El señor Farraday se colocó a su lado.

– Cash siempre nos pone frente a problemas que parecen insolubles, pero cada mañana encontramos la manera de resolverlos.

– Y este también lo vamos a resolver -dijo Lexie, segura de sí misma. Había ganado su primer millón antes de cumplir veintidós años, ¿no? Eso era mucho más difícil que cruzar un arroyuelo de nada.

– Sé que podemos hacerlo, pero ¿cómo?

– Pues… -Lexie se subió las mangas de la camisa, emocionada. Los retos siempre le habían gustado. Inexplicablemente, se sentía segura cuando aceptaba algo que parecía imposible-. Tengo una idea. ¿Por qué no buscamos ramas grandes? Las colocaremos sobre el arroyo y pasaremos por encima. ¿Qué te parece?

– Muy bien, compañera -sonrió el hombre.

Cash escuchó un grito y echó a correr, sabiendo muy bien quién lo había emitido.

Después de atravesar los árboles a la carrera, se encontró con Lexie sentada de culo en el arroyo, empapada hasta el cuello.

Había creído que no fallaría con un ejercicio tan fácil. La única forma de cruzarlo era construir un puente con ramas y lo habían hecho. Y Slim Farraday, incluso con su artrosis, había conseguido llegar al otro lado.

Pero la torpe de Lexie estaba en el agua.

– ¡Ayúdame! ¡Me voy a morir de frío! ¡No puedo moverme…!

– No te vas a morir y el agua no está tan fría -la interrumpió Cash, tomándola del brazo. Para ser una rata mojada, una rata diminuta, pesaba una tonelada. Y, cuando ella se agarró a su cuello, estuvieron a punto de caer al agua los dos.

Cash no era capaz de entender por qué sentía aquel deseo de besarla. No debía quedarle una hormona viva bajo aquella temperatura y no estaba pensando en sexo precisamente. El primer ejercicio que ponía a sus clientes estaba destinado a hacer que sintieran confianza en sí mismos y nadie había tenido problemas con ese ejercicio antes. Nadie. Nunca.

– Me estoy helando…

Cash lo sabía. Podía sentir los pezones endurecidos de Lexie clavándose en su camisa.

– Sé que tienes frío, pero estarás de vuelta en la casa en menos de diez minutos. Y después de eso, te emparejaré conmigo -murmuró él, irritado.

– Contigo?

– Sí. Conmigo.

– Ha sido culpa mía, Cash. Ya te dije que a mí esto no se me da bien.

Pero Cash no dejaba que sus clientes fracasasen. El programa estaba creado para que los acotados ejecutivos aprendieran algo sobre sí mismos y se olvidaran de todo, y no pensaba fallar con ella. No, precisamente, con ella.

Una hora más tarde, Cash se había puesto ropa seca y la esperaba paseando por el pasillo. Lexie bajó la escalera con otro par de vaqueros de diseño y una camisa de seda.

– Ya estoy calentita y preparada para la siguiente tortura.

– Estupendo -murmuró él. No le contó cuál era el plan hasta que llegaron a una cabaña en medio del bosque. Cash abrió la puerta y Lexie comprobó que era una especie de gimnasio al aire libre.

– ¿Para qué son todas esas cuerdas y arneses? -preguntó.

– Es un lugar de entrenamiento donde enseño lo básico para aprender a escalar. Aquí puedes hacer hasta treinta ejercicios diferentes. La pared de escalada es para que te acostumbres; incluso puedes usar crampones y piolet…

– ¿Qué? De verdad, yo quiero intentarlo todo, pero escalar…

– Ya sé que te da miedo -la interrumpió él, colocando un casco sobre su cabeza.

– Me da pánico la altura.

– Te entiendo -dijo Cash. Los ojos color chocolate lo miraban con terror-. Por eso quiero que lo hagas, Lexie. Cuando viniste aquí, aceptaste que yo era el jefe, ¿verdad? No te estoy pidiendo que lo hagas para hacerte sufrir, te lo pido por lo que ha pasado esta mañana.

– ¿Lo de caerme en al arroyo?

– Sí. Te puse el ejercicio más fácil y fracasaste. Ahora vamos a intentar justo lo opuesto, el ejercicio más difícil. Y no vas a fallar.

– Cash, estoy sudando y me duele el estómago. La cosa es…

Lexie no terminó la frase. Dejó de hablar cuando Cash empezó a colocarle un arnés. No había nada sugerente en ponerle un casco en la cabeza, pero el arnés era mucho más íntimo. Tenía que ponérselo en las piernas y ajustado en las caderas y la cintura.

Cash lo había hecho con decenas de mujeres, era parte de su trabajo. Lo hacía para asegurarse de que a sus clientes no les pasaba nada. Pero nunca antes había pensado en muslos y culetes. Nunca se había fijado en eso. Nunca se había percatado de que su mano rozaba la pelvis de nadie. Ni se había fijado en cómo tenía que ajustar el arnés en el trasero de una chica, por muy guapa que fuera.

– Escalar es una cuestión de confianza en uno mismo. Hay muchas formas de hacerlo, Lexie. Lo que vamos a hacer se llama «escalada libre» -explicó, aclarándose la garganta. Lexie no respondió. Y, cuando miró hacia abajo, le pareció ver que la bragueta de los vaqueros de Cash se echaba hacia adelante, como si alguien hubiera metido una piedra larga y dura dentro de sus pantalones. Pero era una respuesta fisiológica normal. Un hombre no podía evitar esas cosas-. Voy a estar pegado a ti todo el tiempo. Tienes miedo de caerte, ¿verdad?

– Sí -murmuró Lexie.

– Pues vamos a subir y después vas a dejarte caer para perder el miedo. Pero no va a pasarte nada, te lo prometo. Nunca dejaría que te pasara nada. Cuando caigas, yo estaré aquí, esperándote.

Sin saber cómo, todo lo que decía sonaba como si estuviera hablando de amor, pensó Cash, aturdido.

– No es que no confíe en ti, Cash. Pero es que prefiero comer babosas antes que estar colgada en ninguna parte. Mira, a lo mejor este programa no es para mí. No te lo tomes como algo personal. No es culpa tuya. A mí se me da muy bien el dinero, pero lo del ejercicio físico…

Cash no había querido besarla. Ni siquiera sabía que iba a hacerlo. Quizá se sentía mal porque ella se había caído en el arroyo, o porque había hablado con Sammy la noche anterior o… porque estaba tan mona con aquel casco o quizá porque se había excitado al colocarle el arnés y…