Выбрать главу

Por eso tenía que ir con Lexie.

– ¿Qué vamos a hacer esta mañana? -preguntó Gary, uno de los corredores de bolsa de Cleveland.

Cash sacó un montón de pañuelos de la mochila y empezó a distribuirlos.

– Uno de cada pareja tiene que vendarse los ojos. Pero no penséis que vais a «meteros mano». Este es un desafío mental, no físico.

Cash había dicho aquello muchas veces y siempre conseguía una carcajada. Aquella vez también. Todos rieron, excepto él. En cuanto se imaginó a sí mismo poniéndole la venda a Lexie, sufrió una erección inmediata… y no había nada mental en ella.

Capítulo 5

Lexie empezó a mover los pies, inquieta. Quizá Cash pensaba que ponerle una venda a alguien era un ejercicio mental, pero para eso de las vendas tenía un potencial erótico muy peligroso.

– Habréis oído la palabra «delegar» un millón de veces en vuestros trabajos. Y todos sabéis que no es fácil confiar en alguien. Sin embargo, eso es exactamente lo que quiero que hagáis. Quiero que caminéis durante media hora por el bosque con los ojos cerrados. De esa forma, podréis utilizar sentidos que no se utilizan normalmente, como el tacto, el oído y el olfato. Y, además, aprenderéis a confiar en otra persona. Nos encontraremos aquí en media hora, ¿de acuerdo?

Lexie lo entendía, como entendía el resto de los ejercicios. No eran solo para que una panda de ejecutivos agresivos disfrutaran de la naturaleza sino una forma de hacer que vieran la vida de otra manera.

Y, la verdad, estaba funcionando. Lexie no había vuelto a tener ataques de ansiedad en toda la semana. Estaba empezando a disfrutar de la comida e incluso a veces pasaban más de quince minutos sin que se preocupara del índice Dow Jones. Aquello tenía que ser un progreso.

Pero estar vendada, junto a un hombre que la atraía como Cash, no le parecía tan buena idea.

Él la relajaba tanto como un semental al lado de una yegua en celo.

Cuando las voces de los demás se perdieron entre los árboles, Cash le puso la venda y Lexie sintió un escalofrío.

– ¿Está muy apretada? -preguntó él. Lexie negó con la cabeza-. No te preocupes, no va a pasarte nada. Solo vamos a dar un paseo. Respira y disfruta -sugirió, pasándole un brazo por los hombros. Ella le pasó el suyo por la cintura, encantada. Como había dicho Cash, estaba disfrutando con todos sus sentidos-. Ahora quiero que te sientes. Estamos sobre una roca plana, al lado de un riachuelo. Siéntate y escucha.

– Vale -murmuró Lexie. Por supuesto, cuando iba a sentarse estuvo a punto de caer de cabeza, pero Cash lo impidió. Por fin, se sentó sobre algo duro y plano, y él se sentó a su lado.

Y aunque Lexie había pensado que el ejercicio iba razonablemente bien, de repente, todo se fue al infierno.

No veía nada. Pero había dejado de oler los pinos, el musgo y el barro. Lo que olía era una noche oscura, una pesadilla. Ella tenía tres años y estaba escondida en un armario, asustada. Había alguien en su casa. No sabía quién era. Solo sabía que se había metido en el armario porque pasaba algo horrible. Su madre lloraba en alguna parte y oía la voz de su padre, suplicando. Y luego, una explosión.

– ¿Puedes oír el agua, Lexie? Hay una ardilla muy cerca de nosotros. Sé que no puedes verla, pero si te concentras podrás escuchar el ruido que hace. Está comiendo una nuez y…

Lexie escuchaba la voz de Cash, pero… Un hombre con uniforme de policía abría la puerta del armario y la tomaba en sus brazos. Pero Lexie supo que algo horrible les había ocurrido a sus padres. Lo supo. Y solo podía experimentar en su corazón un sentimiento de pérdida, de soledad… Ya no tenía tres años, tenía veintiocho. Aquello había ocurrido mucho tiempo atrás, pero la venda en los ojos había despertado los recuerdos. El miedo, la pérdida, la angustia…

– ¿Qué te pasa, Lexie? -escuchó la voz de Cash. La expresión de ella debió asustarlo-. ¿Qué ocurre? No pasa nada, Lexie, no pasa nada…

Cash le quitó la venda inmediatamente.

Los síntomas eran familiares. Su corazón latía acelerado, tenía las manos sudorosas y no podía respirar, no podía pensar…

Estaba sufriendo un ataque de ansiedad.

– Estoy bien -consiguió decir.

– No hables. Cálmate.

– Vete. Estoy bien.

– No voy a irme a ningún lado. Relájate. Cálmate o tendré que sentarme encima de ti.

En cualquier otro momento, Lexie se habría reído. No solo la estaba gritando, sino que la había colocado sobre sus rodillas y le daba golpecitos en la espalda, como si fuera una niña. Pero Cash estaba tan agitado como ella. Los latidos de su corazón atronaban como los suyos.

Lexie respiró profundamente y la bola de terror que parecía tener en el estómago empezó a desaparecer poco a poco.

Frente a ella, una garganta cristalina, rodeada de musgo. Una ardilla corriendo de un lado a otro. Lo veía todo, pero solo podía sentir su mejilla contra el pecho del hombre, el calor de su cuerpo, la barbilla de él sobre su cabeza y… aquella parte tan interesante de su cuerpo, y tan dura, creciendo justo bajo sus piernas.

– No me había pasado en mucho tiempo -pudo decir al fin.

– Cuéntame.

– Mis padres eran ricos. Desgraciadamente, tan ricos como para despertar la atención de los ladrones. Yo tenía tres años, casi cuatro, cuando dos hombres entraron a robar en nuestra casa y mataron a mis padres. Yo me escondí en un armario y los policías me encontraron horas después.

– Es terrible, Lexie.

– Sí. No es algo que se pueda olvidar. Pero la verdad es que he sido muy afortunada. No tenía parientes, pero los Woolf me adoptaron y me trataron desde el primer día como si fuera su hija. Los quiero mucho y ellos a mí.

– ¿Y por qué has recordado todo eso cuando te he puesto la venda?

– No estoy segura. Lo cierto es que, a pesar de que mi familia adoptiva es maravillosa, yo siempre me sentí como una extraña. Todos son tan altos, tan rubios, tan esculturales… Ellos siempre estaban haciendo ejercicio, mientras yo hundía la nariz en los libros. Por eso gané tanto dinero. Desde que era pequeña he intentado hacer algo en lo que fuera realmente buena. Y ganar dinero es mi identidad, me dio confianza. Por primera vez desde que perdí a mis padres, empecé a sentirme segura. Pero eso terminó hace un año.

– ¿Qué terminó? ¿Perdiste dinero?

– No, no. Nunca he dejado de ganar dinero. Pero hace un año empecé a tener estos ataques de ansiedad. Y no podía dormir -explicó ella-. Hasta ahora, ganar dinero me había hecho sentir segura, pero ya no. Por eso vine aquí. Mi familia insistió en que lo hiciera. Yo no creía en ello, pero pensé que debía probar. Y está funcionando, Cash.

– ¿Casi me muero del susto, porque pensaba que estabas sufriendo un infarto y tú me dices que está funcionando?

Lexie no quería que se preocupase por ella. Aquella historia era problema suyo, pero él parecía tan enfadado que no pudo replicar. Lo único que no se le ocurrió, ni por un segundo, fue besarlo.

Pero, sin saber por qué, acarició su mejilla y, de repente, la boca del hombre estaba a un centímetro de la suya.

Y, un segundo después, se estaban besando. Los labios de él sabían dulces y cálidos. Él la besaba con fuerza, jugando con su lengua, bailando con ella.

En ese momento, una gota de agua decidió caer sobre su frente.

La sorpresa hizo que Lexie abriera los ojos. Vio el arroyo, la ardilla, los árboles, la montaña, pero todo eso no era más que un decorado para Cash. Él era lo único que importaba. Su pelo revuelto, los ojos cerrados… y entonces, tuvo que volver a cerrar los suyos porque Cash siguió besándola. Unos minutos antes, su corazón latía acelerado, pero por una razón muy diferente. En aquel momento era un sonido emocionante, como lo era el calor que sentía entre las piernas. Y el deseo, crudo, fuerte, vibrante, increíblemente enloquecedor.