Выбрать главу

Había encendido la máquina contestadora de mi línea privada cerca de las once de la mañana. El Trotador estaba vivo a esa hora. Para encontrarse tirado en el foso, frío, cerca de las tres de la tarde, debía haber muerto poco después de hacer las llamadas telefónicas. Si hubiera podido hablar personalmente con él, quizá aún viviría. Sentí un remordimiento implacable mientras escuchabalos otros mensajes. Le conté a una o dos personas acerca del Trotador. Todo el pueblo estaría enterado antes del anochecer.

A LA MAÑANA SIGUIENTE, alrededor de las siete y media, después de pasar una pésima noche, me hallaba e n la granja hablando con los dos conductores que iban a llevar unos corredores a Southwelly cuando llegó una mujer en un pequeño auto Ford. El carro se detuvo afuera de las oficinas y ella emergió detrás del volante en pantalones vaqueros, chaqueta acolchada y el cabello oscuro peinado hacia atrás en una cola de caballo. No usaba maquillaje ni esmalte para uñas. No pretendía aparentar juventud.

Estaba, como me lo había anunciado, casi irreconocible.

Me acerqué e incrédulo dije:

– ¿Nina?

Ella sonrió alegremente.

– Creo que llego temprano.

– Es mucho mejor. Te presentaré con los demás, pero primero será mejor que te ponga al tanto de algo que los tiene inquietos.

Prestó atención a mi relato sobre el descubrimiento del Trotador. Frunció el entrecejo y preguntó de inmediato:

– ¿Ya le avisaste a Patrick Venables acerca de esto?

– Todavía no -la hice pasar a mi oficina y escuché mientras ella lo llamaba.

– Bien podría tratarse de un accidente -le comentó a su jefe-. La policía local se hizo cargo. ¿Qué quieres que haga?

Escuchó durante un rato, asintió varias veces, luego me alargó el auricular.

– Quiere hablar contigo.

– A ver si he entendido bien -dijo Venables-. ¿El hombre que hallaron muerto es el que descubrió los recipientes vacíos adheridos a tus camiones?

– Sí. Era mi mecánico.

– Además de nosotros, ¿quién estaba enterado de que los había encontrado?

– Todos los que lo oyeron contarlo en una taberna en Pixhill el sábado por la noche y que entienden la jerga rimada -le expliqué acerca de los hábitos lingüísticos del Trotador-. El oficial de la policía local también lo oyó, pero no lo comprendió del todo. Sin embargo, para cualquier persona que supiera que los recipientes se encontraban ahí, debe de haber resultado perfectamente comprensible.

– Estoy de acuerdo -Patrick Venables hizo una pausa-. ¿Quiénes estaban en la taberna?

– Es un lugar muy popular. Le preguntaré al propietario. Iré a la hora de la comida para decirle que quiero invitarle una cerveza a todo el que estuvo ahí el sábado por la noche, durante la última visita del Trotador. En su memoria o algo así.

Quiso hablar nuevamente con Nina, ella dijo que sí unas cuantas veces más y "adiós, Patrick" al final.

– Quiere que le llame por teléfono más tarde -comentó-. Y, después de pensarlo mejor, te aconseja que tengas mucho cuidado en la taberna.

Le conté acerca del último mensaje del Trotador en la máquina contestadora.

– Voy a escribírtelo -repuse-, aunque me resulta bastante incomprensible. Nunca lo había escuchado decir esas rimas.

Ella me miró.

– Tú has tenido más práctica que la mayoría.

– Mmm. Pensé en adquirir un diccionario de rimas, aunque más bien se trata de adivinar. Me refiero a que cuando el Trotador mencionaba "cuerdas", quería decir drogas, "Cuerdas y sogas". No sólo tenemos que encontrar la rima, sino también la palabra que va con la rima, es decir, la asociación.

Harvey entró en mi oficina en ese momento y le presenté a Nina como la conductora temporal. Le pedí que le mostrara el restaurante y, después, cómo llenar el cuaderno de bitácora. También le indiqué que le explicara acerca del llenado de los tanques de combustible y las rutinas de limpieza. Ella lo siguió sumisamente y ambos salieron de la oficina. Era una sombra de la mujer de ayer y no parecía ser ni la mitad de interesante.

La jornada de trabajo dio inicio. Los otros choferes empezaron a llegar, la mayoría fueron directo al restaurante para tomar té y pan tostado. Todos, incluidas Isobel y Rose, estaban enterados acerca del Trotador.

Afuera, en el patio, hablé un momento en privado con Nina antes de que partiera con Dave a recoger los caballos. Le advertí: -El camión que vas a conducir lleva un recipiente vacío adherido al fondo. Creo que es mejor que estés enterada, aunque en realidad no creo que hoy lo utilicen.

– Gracias -replicó con frialdad-. Me mantendré alerta.

La vi cuando puso en marcha el motor y se alejó. La mujer condujo el camión con habilidad, maniobró a través de las rejas fácilmente y dio vuelta sin mayor dificultad para tomar la carretera. Harvey, que había observado su partida con la cabeza inclinada, no encontró ningún defecto que criticar.

De vuelta en mi oficina, le eché un vistazo a los diarios del día. En general los lunes nunca publicaban muchos reportajes sobre las carreras de caballos. No mencionaban al Trotador. El artículo principal trataba sobre la gripe equina, que estaba infestando varias cuadras de corredores en el norte, y otro hablaba acerca del brote de una fiebre debilitante y diarrea que atacó a los caballos en el continente europeo el verano pasado. Nadie había podido identificar la causa satisfactoriamente, y los entrenadores temían que se presentara una recidiva.

Cerca de las nueve y media de la mañana comenzaron las llamadas telefónicas incesantes, como sucedía todos los lunes. Los entrenadores acostumbraban planear de antemano la transportación para la semana. Isobel respondía a todas las llamadas y en un momento se acercó a mi puerta para informarme:

– Una persona pregunta por el puesto de Brett.

– Dile que si puede venir a una entrevista esta mañana.

Isobel se alejó y regresó para comunicarme que el hombre había aceptado. Diez minutos más tarde ya teníamos a otro solicitante y luego uno más.

Inicié las entrevistas alrededor de las diez. Cuatro hombres ya habían llegado y otro se presentó en menos de una hora. Todos ellos contaban con las licencias necesarias, todos tenían experiencia y todos afirmaron haber trabajado antes con caballos de carreras. El quinto mencionó que también era mecánico y me dio como referencia un taller de Mercedes Benz en Londres.

Se llamaba Aziz Nader. Tenía veintiocho años, cabello oscuro y rizado, piel color aceituna y ojos negros brillantes. Era seguro de sí mismo y sociable, hablaba con acento canadiense, pero su apariencia no indicaba su origen.

– ¿De dónde vienes? -inquirí en tono ecuánime.

– Mis padres son libaneses, pero emigraron a Canadá cuando empezaron los problemas. Me crié la mayor parte de mi vida en Quebec y todavía soy ciudadano canadiense, aunque hace ocho años que llegamos aquí.

– Y ¿qué idioma hablas con tus padres?

– Árabe.

– Y… mmm… ¿Qué tal hablas el francés?

Sonrió y mostró una dentadura blanca. Me habló con fluidez en ese idioma. Era demasiado rápido para mí. En el verano transportábamos muchos caballos de clientes árabes, y la mayoría de sus empleados intentaba, torpe e irremediablemente, comunicarse en inglés. Un conductor que pudiera conversar con ellos y al mismo tiempo sentirse como en casa estando en Francia parecía demasiado bueno para ser verdad.

– Les advierto a todos que les haré una prueba de conducción antes de decidir a quién le daré el empleo -indiqué-. Tú llegaste al final. ¿Puedes esperar?

– Todo el día -repuso.