– Continúa entonces -no se escuchaba nervioso, simplemente interesado.
Le conté que el encuentro de Dave con Ogden no había sido casual, sino obra de algún arreglo previo. Michael frunció el entrecejo. Le expliqué acerca de la bolsa que contenía el termo que hallé en el camión la noche siguiente y le enseñé los últimos dos tubos que estaban en el termo.
– ¿Qué contienen? -preguntó con curiosidad.
– Un medio de transporte viral -repliqué con resignación-. Sirven para transportar un virus de un lugar a otro.
– ¡Virus…! -estaba muy impresionado-. ¿Dijiste virus?
Virus, para todos los entrenadores, quería decir el virus, la temida infección respiratoria que hacía que los caballos tosieran y tuvieran catarro. El virus poseía el poder de dejar a cualquier caballeriza sin campeones por más de un año.
Michael me devolvió los tubos como si lo hubieran picado.
– Llegaron de Pontefract -le informé-. De Yorkshire.
Clavó la mirada.
– En esa región tienen el virus. Dos o tres cuadras padecen del mal -parecía preocupado-. No has mezclado a ninguno de mis caballos con los que vienen del norte, ¿verdad? Porque si es así…
– No -afirmé con toda seguridad-. Tus caballos siempre han viajado solos.
Se tranquilizó un poco.
– Así lo pensé -miraba los tubos como si fueran serpientes-. ¿Por qué me dices esto?
– Porque si el hombre que viajó gratuitamente no hubiera muerto, el virus que contenían estos tubos podría haberse abierto paso hasta la última potranca de la cuadra de Jericho Rich, precisamente el último día de la transferencia a Newmarket.
Lo meditó.
– ¿Pero, por qué? -preguntó-. Eso es criminal.
– Para vengarse de Jericho Rich.
– ¡Oh, no! -protestó, se puso de pie bruscamente y se alejó a zancadas as de mí. Su enojo era manifiesto-. Yo nunca, por nada, haría algo así.
– Yo sé que tú no…
Se puso furioso.
– ¿Entonces quién?
– Mmm… Creo que podrías preguntarle a Tessa.
– ¡Tessa! -su ira iba en aumento, en contra mía, no contra su joven hija-. ¡Es un disparate de cabo a rabo, Freddie! Ella no sabría cómo hacerlo.
– Me gustaría que le preguntaras -repliqué razonablemente-. ¿Está en casa?
Consultó su reloj.
– Debe estar por llegar en cualquier momento -vaciló, y después me indicó-. Si quieres, puedes esperarla.
Aguardamos. Michael trató de leer el diario y lo dejó caer, enojado, no podía concentrarse.
– ¡Tonterías! -murmuró, refiriéndose a lo que yo le había comentado acerca de Tessa-. ¡Es absurdo!
Su hija regresó, venía cargada con varias bolsas de boutiques. Se asomó por la sala al pasar. Tenía el cabello color castaño, y los ojos claros que parecían perpetuamente malhumorados. Me miró con displicencia.
– Pasa, Tessa -ordenó su padre-. Cierra la puerta.
Frunció el entrecejo de manera poco graciosa y obedeció.
– Muy bien, Freddie -observó su padre-. Pregúntale.
– ¿Preguntarme qué? -estaba molesta, pero no asustada.
– ¿Hiciste los arreglos para que alguien trajera a Pixhill unos tubos que contenían un virus?
La chica dejó de golpear impaciente las bolsas de sus compras y se quedó inmóvil por la impresión. El rostro se le puso tenso, abrió la boca, la mirada parecía cautelosa. Incluso para Michael era evidente que ella sabía de qué le estaba hablando.
– Tessa -dijo con desesperación.
– ¿Y qué con eso? -preguntó desafiante-. Los tubos nunca llegaron. ¡Qué importa!
Volví a sacar de mi bolsillo los dos tubos y los coloqué sobre la mesa. Los miró distraídamente, después entendió lo que eran. "Un mal momento para ella", pensé.
– Había seis tubos -expliqué.
– ¿Qué ibas a hacer con ellos? ¿Verter el contenido por las narices de las seis potrancas pertenecientes a Jericho Rich?
– ¡Papá! -se volvió hacia Michael y lo miró suplicante-. Deshazte de él.
– No puedo -repuso Michael tristemente-. ¿Era eso lo que intentabas?
– Sí, pero no lo hice -lejos de sentirse avergonzada, la voz de Tessa tenía un tono de triunfo.
– No lo hiciste porque tu mensajero se murió de un ataque al corazón durante el viaje y no pudo entregar el termo.
– No sabes nada -replicó-. Lo estás inventando.
– Querías vengarte de Jericho Rich porque se llevó a sus caballos cuando quiso propasarse contigo y lo abofeteaste. Creíste que podías hacer que sus caballos se enfermaran para que no pudieran ganar. Viste el anuncio en la revista Horse and Hound que decía más o menos así: "Se transporta todo a todas partes". Hiciste los arreglos para que Kevin Keith Ogden recogiera el termo en la gasolinera de Pontefract y lo llevara luego a South Mimms. Contrataste a mi conductor Dave para que se encontrara con Ogden en ese lugar y lo llevara a Chieveley. Llamaste por teléfono a Dave ya tarde, por la noche, después de que regresó de Folkestone, ya que sabías que no tenía caso tratar de localizarlo más temprano. Siempre entras y sales de la oficina de Isobel y pudiste ver el itinerario del día. Espero que te haya sorprendido que Ogden no se haya presentado en Chieveley, aunque todo el mundo en el pueblo se haya enterado muy pronto del motivo -hice una pausa breve. Ni el padre ni la hija intentaron hablar.
– Cuando te enteraste de que Ogden había muerto -proseguí- fuiste a buscar el termo, oculta en ropas oscuras y una capucha negra sobre la cabeza. Te descubrí y huiste.
Michael repuso:
– No lo puedo creer -dijo, aunque sí lo creía.
– Haré un trato contigo -le propuse a Tessa-. No le diré a Jericho Rich lo que intentabas hacer con sus potrancas si contestas unas preguntas.
No le agradó. Respondió apenas.
– ¿Qué quieres saber?
– ¿Quién te consiguió el medio de transporte viral?
No contestó.
– ¿Fue Benyi Usher?
– ¡Por supuesto que no! -Tessa estaba verdaderamente asombrada-. No fue él.
– Claro, Benjamín no -Michael estuvo de acuerdo, un tanto divertido-. ¿Pero quién fue, Tessa?
– ¡Oh, de acuerdo! -espetó-. Fue Lewis.
Michael estaba más sorprendido que yo. Me hubiera sorprendido que mencionara a alguien más.
– No sé de dónde lo obtuvo -replicó ella alocadamente-. Todo lo que dijo fue que podía conseguir que un amigo que tenía en el norte recolectara el moco de un caballo que tuviera el virus, y que este amigo lo llevaría a la gasolinera de Pontefract, si yo podía arreglar que alguien lo recogiera. Vi el anuncio en la revista y le sugerí a Lewis que tal vez eso me serviría. Me dijo que contratara a Dave para transportar al hombre, puesto que Dave haría cualquier cosa por obtener dinero, y que, cuando el individuo llegara a Chieveley, yo podría reunirme fácilmente con él. ¿Cómo iba a saber que se moriría? Llamé a Lewis y le conté lo que había pasado. Le pedí que encontrara el termo, pero lo único que hizo fue darme la llave para introducirme en la cabina.
– ¿Buscaste debajo del camión, así como en su interior?
– Te crees el señor sabelotodo, ¿no es verdad? Sí, lo hice.
– ¡Ejem…! ¿Por qué?
– Lewis me dijo un día que podía transportarse cualquier cosa debajo de los camiones, si uno quería. Pero no encontré el termo. No había nada debajo del camión. Sólo inmundicia.
– Cuando intentaste que Nigel te llevara a Newmarket con las potrancas, ¿todavía esperabas encontrar el recipiente con el virus e infectar a los caballos durante el viaje?
– ¿Qué te importa?
– Se trataba de un camión diferente -repuse. Se derrumbó.
– De verdad lo hice por ti, papá -imploró-. Odio a Jericho Rich. ¡Se llevó sus caballos porque lo abofeteé! Lo hice por ti.
Michael se rindió ante ella, invadido por la indulgencia. No le creí a Tessa, pero quizá Michael necesitaba hacerlo.