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– En la cabina del camión, en la granja. Ya acabamos de llenar los tanques de combustible y Nigel está limpiando el camión con la manguera, gracias a Dios. Estoy molida.

– ¿Sucedió algo?

– Absolutamente nada, no te preocupes. El viaje estuvo muy bien, conforme a lo planeado. Hicimos entrega del caballo saltador de exhibición. Es sólo que me parece que este jolgorio de conducir distancias tan grandes es un trabajo apropiado para hombres fuertes y jóvenes.

– ¿Cómo te fue con Nigel?

– Bien. Me colocó una mano sobre la rodilla un par de veces, pero me mostré firme. Es una persona muy divertida, y conversamos mucho -bostezó otra vez-. Casi termina la limpieza. Tiene una energía inagotable.

– Su principal virtud -estuve de acuerdo.

– Nos vemos mañana. Adiós.

Por la mañana, me dirigí muy temprano a la granja. Harvey ya se había ido a Wolverhampton y, en su ausencia, me gustaba siempre estar ahí en caso de que se presentaran peticiones o modificaciones de último minuto.

La mayoría de los conductores se encontraba en el restaurante cuando llegué ese viernes. Dave había sido asignado para ir con Aziz en el camión grande para trasladar unas yeguas de crianza a Irlanda. Ambos hombres habían llegado con mucha anticipación y le pedí a Dave que pasara a mi oficina, ya que tenía algo que discutir con él. Entró como siempre con su modo despreocupado, el rostro mostraba una expresión amigable y confiada.

Le indiqué con un gesto que se sentara en la silla frente al escritorio y cerré la puerta detrás de nosotros.

– Muy bien, Dave -inicié la conversación. Tomé el sillón que estaba detrás del escritorio. En ese momento experimentaba más irritación que ira-. Cuéntame, ¿cómo se arregló el problema de diarrea que tenías hace unos días?

– ¿Qué?

– Recuerda la escala en la gasolinera de South Mimms para comprar Imodium -le dije un poco fastidiado-. Enfrentémoslo ahora, Dave, ustedes no se encontraron con Kevin Keith Ogden de manera accidental.

La boca de Dave se abrió, presta a emitir negaciones. Luego se cerró a causa de la expresión en mi rostro.

– ¿Quién lo arregló? -repetí-. Dime la verdad.

– En verdad, Freddie, no quise causar ningún daño -empezó a verse preocupado-. ¿Qué mal había en darle un autostop a un pobre hombre?

– ¿Quién te pagó? -insistí-. Dilo todo o toma tu bicicleta y no vuelvas nunca por aquí.

– Nadie -exclamó el conductor con desesperación-. De acuerdo. De acuerdo. Se supone que iban a pagarme, pero eso nunca sucedió -su disgusto parecía genuino-. Me dijeron que encontraría un sobre en la cabina del camión a primera hora del viernes, pero éste se hallaba afuera de tu casa y no había ningún sobre, a pesar de que lo busqué a conciencia cuando estábamos limpiándolo. No he vuelto a tener noticias.

– Pues realmente te lo mereces -repliqué sin compasión-. ¿Cómo se pusieron en contacto contigo? ¿Se trataba de una mujer o de un hombre?

Tomó aire penosamente.

– Fue una mujer. Me llamó por teléfono a la casa, mi esposa fue la que contestó. Esta mujer sólo dijo que valía la pena llevar a ese hombre, y no se trata de rehusar ofertas así.

– ¿Reconociste su voz?

Negó con la cabeza, atribulado.

– ¿Cómo ibas a reconocer al hombre?

– Mencionó que lo encontraría cerca de las bombas de diesel, que él estaría allí cuando nos estacionáramos y se acercaría para hablarnos… Así sucedió.

– ¿De manera que Brett no estaba dentro del plan?

Dave parecía furioso.

– Brett es un idiota. Dijo que no iba a llevar al hombre, a menos que nos pagara primero. Así que le pregunté a Ogden, pero él replicó que eso no estaba en el trato, que me pagarían después. Por eso yo le di a Brett Gardner algo de dinero y le dije a Ogden que tenía que recuperarlo. Luego, mi compañero dijo que parte de ese dinero tenía que ser suyo, o de lo contrario te informaría que había acordado que me pagarían por llevar a un extraño. Y no sólo eso -la furia de Dave iba en aumento-, sino que Brett llegó a la taberna el sábado por la noche y me obligó a pagar sus cervezas. Le expliqué que no me habían entregado el sobre con el dinero, sin embargo, todo lo que respondió fue: "¡Qué lástima, compañero! ¡Mala suerte!" y continuó bebiendo.

– Y tú trataste de golpear al Trotador -repuse.

– Bueno, no quería callarse y yo estaba furioso por lo que me hizo Brett. El Trotador seguía y seguía diciendo que había cosas adheridas al fondo de los camiones, continuó hablando acerca de esa vieja cala registradora asquerosa…

– ¿Entendiste sobre qué estaba hablando el mecánico? -pregunté sorprendido-. El Trotador mencionó algo acerca de "llaneros solitarios" ¿Sabes a qué se refería?

– Sí, por supuesto. Intrusos.

– ¿Qué me dices acerca de "langostas" y "rojo"?

– ¿Eh?

Mostró una expresión genuina de desconcierto. "Langostas" y “rojo” eran palabras que no significaban nada para él.

– Dime, ¿el Trotador podía tener alguna idea acerca de tu pequeño negocio privado?

– ¿Qué? Pero si no estoy loco, ¿comprendes? Habría venido en cinco minutos a contártelo todo. Siempre estuvo de tu lado, ése era el Trotador.

– Pensé que tú también lo estabas -observé.

– Sí -pareció avergonzarse ligeramente.

– ¿Cuánto tiempo antes de que fueras a Newmarket se concertó la escala en South Mimms?

– La noche anterior, fue después de que regresé de las carreras en Folkestone.

– Eso quiere decir que ya era tarde. ¿La misteriosa mujer había intentado localizarte antes de que volvieras?

– Mi esposa me lo habría dicho.

En apariencia, a él no se le había ocurrido preguntar a la mujer que llamó por teléfono cómo estaba enterada de que llegaría tarde a casa y también que iba a ir a Newmarket al día siguiente. Además, resultaba bastante claro que ella sabía bien que podía sobornarlo para que llevara a un extraño.

Sabía demasiado.

¿Quién demonios se lo había informado?

Capítulo 9

DAVE Y AZIZ partieron a Irlanda. Parecía que Dave había escarmentado y pensaba que yo no me atrevería a despedirlo. Era probable que tuviera razón, porque tenía mucho talento para los caballos. Sin embargo, mi actitud hacia mi empleado cambió; mi agrado indulgente había dado paso a la irritación.

Afuera, en la granja, Lewis le mostraba unas fotografías de su bebé a Nina, que había llegado con su disfraz de trabajadora.

– Es un pequeño muy travieso -comentó Lewis, al tiempo que contemplaba con adoración a su retoño-. ¿Sabes una cosa? Le gusta ver el fútbol en el televisor, lo ve todo el tiempo.

– ¿Qué edad tiene? -preguntó Nina, afanosa de cumplir con su deber de admirarlo.

– Ocho meses. Míralo en el baño, chupando su pato amarillo.

– Es encantador -repuso Nina.

Lewis, rebosante de alegría, prosiguió:

– Nada nos parece suficientemente bueno para él. Es posible que lo enviemos a Eton. ¿Por qué no? -guardó las fotografías en un sobre-. Por ahora creo que será mejor que me ponga en marcha rumbo a Lingfield -explicó-. Debo ir por dos caballos de Benyi Usher -le hizo un ademán de despedida y subió a su super seis para iniciar el viaje.

– Todos son muy diferentes cuando se les conoce más a fondo -comentó Nina.

– ¿Te refieres a los conductores? Sí, es verdad -Nina entró en mi oficina y se instaló cómodamente en la segunda silla, mientras yo me sentaba en el borde del escritorio.

– Tengo un mensaje para ti de Patrick Venables -empezó a decir-. Se trata de esos tubos que me entregaste para que los analizaran. Patrick dice que contenían un medio. Es el material que se utiliza para transportar un virus de un lugar a otro. Es un poco complicado. De todos modos, quiere averiguar de dónde provienen los tubos.

– Provienen de la gasolinera de Pontefract, en Yorkshire. Antes de eso, desconozco su origen.