Le conté lo que Lynn Melissa Ogden, la viuda de Kevin Keith, me había relatado. También le informé acerca de mi confrontación con Dave.
– Vaya, ¡así que tenías razón! -exclamó-. Dijiste que tendría que haber arreglado el asunto anticipadamente con el hombre que le pidió el viaje gratis. Aunque no pudo haber sido él la persona que se puso la capucha negra para registrar la cabina.
– Estoy seguro de que no fue él. No necesitaba disfrazarse. Podría haber regresado abiertamente. De seguro esperaba que le hubieran dejado su pago en la cabina del camión, a pesar de que, no me sorprende, no lo encontró. La persona que llegó disfrazada estaba buscando algo, no vino a dejar un sobre.
– ¿Entonces, quién crees que era?
– Me parece una buena pregunta -medité un momento-. Se trata, en este caso, de al menos dos mentes en funcionamiento. Una es lógica, pero destructivo. La otra es tan ilógica como un espíritu chocarrero.
– ¿Dos por lo menos? ¿Quieres decir que probablemente sean más de dos personas?
– Creo que fueron dos hombres los que me arrojaron al mar en los muelles de Southampton. Uno de ellos definitivamente lo era. Sin embargo, la persona que arregló la transportación del virus fue una mujer.
Busqué en uno de mis bolsillos y le entregué un pedazo de papel doblado en el que había anotado la transcripción de la llamada del Trotador.
– Pídele a los amigos de Patrick Venables que mascullan el cockney que descifren lo que quiso decir -sugerí.
– De acuerdo -leyó en voz alta las palabras-: "Quiero que le eches un 'sable' a esas 'langostas'." ¡Dios santo! ¡Pero si son disparates! -guardó el papel en su bolso de mano.
Me levanté del escritorio, en realidad me agradaba hablar con ella, pero tenía cosas que hacer.
– No estás en el programa de viajes para hoy, ¿verdad? Por tanto, podrías tomarte un día libre después del viaje a Francia.
– No quiero. Voy a pasar la mañana aquí, echando una mirada en general. Estaré disponible en caso de que se presente un trabajo para conducir de último momento.
– Bien. ¡Vaya! Ya llegó Isobel -vimos entrar su auto por las rejas-. Ven y escucha mientras trato de averiguar quién estaba enterado de que Dave Yates iba a ir a Newmarket el día que recogió a Kevin Keith.
Nos dirigimos a la oficina de Isobel, donde le di las gracias por la lista de visitantes. Isobel la llamó a la pantalla y me dirigió una sonrisa radiante por mi mensaje de agradecimiento al final.
– ¿Recuerdas quiénes de las personas que aparecen en la lista estuvieron aquí el día anterior a que Brett y Dave trajeran al hombre que les pidió el viaje gratis? ¿Alguien que pudiera haber visto nuestro itinerario para el jueves?
– Bueno, es evidente que todos los conductores vinieron a consultarlo.
– ¿Y además de ellos?
Ella negó con la cabeza.
– Eso fue hace muchos días. La gente entra y sale de aquí todo el tiempo.
Leí la lista en la pantalla.
– ¿Qué me dices del doctor Farway?
– ¡Oh, no! Él llegó al día siguiente, cuando el hombre ya había muerto. Vino el viernes.
– ¿Y John Tigwood? ¿Qué día se presentó?
– Debe haber sido el viernes igualmente. Sí, Sandy Smith estuvo aquí también. Recuerdo que todos comentaban sobre el hombre muerto.
– Muy bien. ¿Qué hay acerca de Tessa Watermead?
– Me parece que vino antes del viernes, pues ese fue el día en que estaba empeñada en ir con Nigel a Newmarket y él se rehusó a llevarla -Isobel frunció el entrecejo-. Tessa entra y sale con frecuencia. Está empeñada en que le enseñe cómo hacer este trabajo… ¿Te molesta si le enseño?
– No, mientras no represente una molestia para ti o te haga perder el tiempo.
– Pues un poco -comentó Isobel francamente.
– Bueno -proseguí-, ¿qué me dices del señor Rich?
– El viernes. Mientras tú hacías el transporte de enlace. También vino el martes, para quejarse acerca de su traslado.
– ¿Y Lorna Lipton, la hermana de la señora Watermead?
– Pasea a su perro cerca de aquí. Vino a verte ese viernes, cuando estabas ocupado en la transportación.
– Mmm, bien -repuse-. ¿Recuerdas si alguien preguntó especialmente por Dave?
Frunció el entrecejo.
– En realidad no recuerdo que nadie haya preguntado, aunque no podría jurarlo. Quiero decir… ¡Oh, sí! Jericho Rich quería saber si Dave iba a ir a Newmarket con su primer lote de caballos, pero yo respondí que no, que él iba a llevar a unos corredores a Folkestone. Fue a Folkestone, ¿no es así? -miró con desesperación hacia la computadora, se sentía perdida sin la memoria de la máquina, no obstante ella no lo hacía del todo mal con la propia.
Le di las gracias y salí al patio. Nina me siguió.
– Esto es un laberinto -comentó Nina-. ¿Cómo logras recordar todo eso?
– No puedo. Se me escapan fragmentos -además de que todavía quería ir a dormirme, lo que no ayudaba.
Mientras tanto la flotilla salía constantemente. Sólo quedaban tres camiones en algunos espacios separados, silenciosos, limpios; se veían majestuosos a su manera.
– Estás orgulloso de ellos -exclamó Nina al ver mi rostro.
– Será mejor que no lo esté, o algo les sucederá. Me encantaba mi Jag… ¡Pero, igual, ya no importa!
Isobel se acercó a la puerta de la oficina y mostró un claro alivio al encontrarme todavía ahí. Tenía a la secretaria de Benyi Usher en la línea telefonea, me informó. ¿Podría hacer el favor de enviar otro camión de inmediato, debido a que el señor Usher había olvidado que tenía un par de caballos que iba a participar en las carreras de vallas para novatos en Lingfield?
– Lewis ya salió para allá con los dos primeros -explicó- y el señor Usher dice que no le dará tiempo de regresar.
– Dile que enviaremos otro camión en este momento.
– ¿Vas a conducir tú? Todos los demás ya se fueron.
– Yo lo haré -se ofreció Nina-. ¿En qué camión?
Observamos los que quedaban.
– Puedes ir en el de Pat -dije, y señalé el camión para cuatro caballos-. El que condujiste el primer día. Hay un "llanero solitario” debajo, no lo olvides, aunque creo que eso ya no importa.
– De todos modos me mantendré alerta -Nina sonrió-. ¡Es increíble que un entrenador se olvide de sus corredores!
Revisé el mapa con ella, me cercioré de que llevara los documentos correctos y después conduje por delante hasta las caballerizas de Benyi. El hombre estaba asomado por la ventana del piso superior cuando llegamos, profiriendo una sarta de invectivas e instrucciones a sus desafortunados mozos de espuela.
Nina ayudó a los mozos de cuadra para subir al camión a los dos inquietos y jóvenes saltadores de vallas, que reaccionaban con temblores y ponían los ojos en blanco ante la confusión general. Nina, me di cuenta, les transmitía un efecto tranquilizador tan poderoso y natural como el que también tenía Dave, de manera que, al final, las criaturas nerviosas subieron dócilmente por la rampa sin necesidad de colocarles vendas en los ojos. Benyi dejó de quejarse. Cuando Nina y el jefe de mozos de espuela cerraron la rampa, un par de mozos de cuadra subió a los asientos de pasajeros, y el circo estuvo listo para ponerse en marcha.
Nina se rió conmigo a través de la ventana.
– Dicen que hay un nuevo jefe de mozos de cuadra en el camión de Lewis que nos lleva la delantera y que no está enterado de que estos dos caballos van en camino. Tiene que registrara os y ensillarlos. ¿Qué vamos a hacer?
– Llama a Isobel por teléfono y pídele que ponga a Lewis al tanto -indiqué.
– Sí, jefe.
Ella se puso en camino de buen talante y descubrí que me resultaba lamentable que su estancia fuera temporal. Nina Young era muy competente y una buena compañía.
Cuando llegué a mi casa, el estacionamiento estaba repleto de autos, en torno al Jaguar y al Robinson 22. Sus conductores intentaron presentarse al mismo tiempo.