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Creo que, individualmente, todos estábamos aterrorizados y aturdidos… Pero nuestra reacción trabajando en grupo fue una mayor determinación a no vernos más envueltos en la guerra civil. La búsqueda de las mujeres secuestradas no fue mencionada; por mi parte, lo que había visto en la casa no hizo más que reforzar mi resolución en este sentido. Era Sally la que me preocupaba, porque ella era inocente. Mi hija, no mi esposa, estaba en primer lugar en mi mente.

Al llegar la oscuridad, me separé del principal grupo de hombres y entré en un edificio situado a veinte metros del que habíamos quemado. Detrás de mí hubo un resplandor de madera ardiendo en rescoldos. Las llamas habían cesado ya, pero las brasas seguirían consumiéndose durante horas. Había un dulce olor a humo en el ambiente, obstinadamente agradable.

Me senté solo en un viejo sillón del piso inferior de la casa que yo había ocupado y cavilé lo que haría por la mañana.

Pasó el tiempo. Percibí el sonido de motores, pero quise ignorarlo. El ruido aumentó hasta anegar mis pensamientos. Salté del sillón y corrí por la casa hacia el pequeño jardín de la parte trasera.

El cielo estaba limpio de nubes y un cuarto de luna vertía luz suficiente para distinguir el suelo. Yo había estado sentado a oscuras dentro de la casa (como era nuestra costumbre cuando ocupábamos temporalmente una propiedad evacuada) y mis ojos se adaptaron al instante.

Sólo tardé un par de segundos en localizar la fuente del sonido: era una formación de helicópteros que volaba a baja altura y poca velocidad en el horizonte sur, en una dirección que iba a conducirlos sobre el villorrio. Conforme se aproximaban, me agaché y mi mano aferró el rifle. Los conté mientras pasaban por encima de mi cabeza: había doce. Redujeron aún más la velocidad en los siguientes momentos y aterrizaron en uno de los campos cercanos al pueblo.

Desde donde yo me encontraba no logré verlos. Me puse de pie y atisbé por encima de la valla. Oí los motores marchando en vacío, un sonido débil, un sordo rugido.

Aguardé.

Durante otros diez minutos permanecí inmóvil, pensando en si debía unirme de nuevo a los otros. No había forma de saber por qué los helicópteros estaban aquí, o si conocían nuestra presencia. Era improbable que no hubieran visto los restos humeantes de la casa.

Con una violencia que me sobresaltó, se produjo una ráfaga de disparos no muy lejos, y dos o tres explosiones fuertes. Por la dirección de los destellos supuse que procedían del lado más alejado de un gran bosque que yo había visto antes, extendido junto a la carretera principal a kilómetro y medio del villorrio. Hubo más disparos y más explosiones. Distinguí un lanzallamas que echaba fuego blanco y luego una bengala Very de color rojo disparada hacia el cielo en dirección del bosque.

Los helicópteros despegaron casi inmediatamente, todavía conservando su formación. Tomaron altura con rapidez y viraron hacia el bosque. Desaparecieron a la vista, aunque el sonido de sus motores siguió siendo claro.

Escuché un movimiento detrás de mí: la puerta de la casa se abrió y cerró.

—¿Eres tú, Whitman?

Distinguí la oscura figura de otro hombre. Al acercarse a mí vi que se trataba de Olderton, un individuo con el que hasta entonces sólo había mantenido un contacto superficial.

—Sí. ¿Qué está pasando?

—Nadie lo sabe. Lateef me envió a buscarte. ¿Qué diablos estás haciendo?

Le expliqué que había estado buscando comida y que volvería al campamento principal en pocos minutos.

—Será mejor que vuelvas ahora —dijo Olderton—. Lateef está hablando de irnos de aquí. Piensa que estamos muy cerca de la carretera principal.

—Creo que deberíamos saber qué ocurre antes de movernos.

—Eso le incumbe a Lateef.

—¿Ah, sí? —por ninguna razón que yo pudiera determinar en aquel momento sentí una traza de rebeldía a que me dijeran qué hacer. En cualquier caso, no quise discutir con Olderton.

El sonido de los helicópteros en la distancia asumió un nuevo tono y volvimos a donde yo había estado antes, mirando a través de los campos en dirección al bosque.

—¿Dónde están? —preguntó Olderton.

—No los veo.

Se produjo una ráfaga de disparos, luego un silbido agudo, penetrante, seguido inmediatamente por cuatro explosiones casi simultáneas. Una brillante bola de fuego se levantó en el bosque, después empequeñeció. Escuché más disparos, a continuación un helicóptero rugió sobre el villorrio. Hubo otro sonido sibilante y otras cuatro explosiones. La secuencia se repitió de nuevo cuando el segundo helicóptero pasó por encima.

—Cohetes —musitó Olderton—. Van detrás de algo en la carretera principal.

—¿Quiénes son?

—Lateef pensaba que eran africanos. Dijo que los helicópteros tenían aspecto de rusos.

Las andanadas continuaron sobre la carretera principal. Los helicópteros estaban cronometrados con exactitud total. Cuando se extinguía la explosión de una serie de cohetes entraba en acción otro helicóptero y proseguía el ataque. Mientras tanto, disparos de armas de fuego martilleaban desde el suelo.

—Creo que son esos guerrilleros —dije de repente—, los de ayer… Tienen algo emboscado en la carretera principal.

Olderton no replicó. Cuanto más pensaba en ello, más probable me parecía. Los negros habían estado ocultando algo, en eso todos habíamos estado de acuerdo. Si los helicópteros lanzacohetes eran de procedencia rusa y estaban tripulados por africanos, como Lateef sugería, entonces todo encajaba.

La batalla continuó durante algunos minutos más. Olderton y yo observamos todo lo que pudimos, viendo únicamente la llamarada de las explosiones y a los lanzacohetes cuando volaban por encima después de sus pasadas. Me encontré contando los ataques que realizaban. Tras del duodécimo, se produjo una ligera pausa y oímos cómo los helicópteros se reagrupaban en la distancia. Luego uno de los aparatos sobrevoló el bosque otra vez, en esta ocasión sin disparar ninguno de sus cohetes. Ascendió en ángulo abrupto, a continuación marchó a reunirse con el resto. Aguardamos de nuevo. Del bosque surgía un resplandor constante de color naranja y el ocasional sonido de una breve explosión. Al parecer, no habría más disparos.

—Creo que se ha terminado —dije.

—Todavía queda uno —dijo Olderton.

Los ruidos me dieron la impresión de que la escuadrilla de lanzacohetes se alejaba, pues no había uniformidad en el sonido de los motores. Seguí observando a mi alrededor, mas no vi rastro alguno de los helicópteros.

—¡Ahí está! —dijo Olderton, señalando hacia la derecha. Apenas distinguí su forma. Se movía lentamente y cerca del suelo. No poseía luces de navegación. Vino hacia nosotros resueltamente y yo, de un modo irracional, pensé que nos estaba buscando. Mi corazón comenzó a latir con rapidez.

El helicóptero sobrevoló el campo frente a nosotros, después giró y, elevándose ligeramente, pasó directamente sobre nuestras cabezas. Al llegar a los restos humeantes de la casa, al otro lado de la carretera, el aparato quedó en suspenso.

Olderton y yo regresamos al interior de nuestra casa, subimos las escaleras y contemplamos el helicóptero. Se hallaba a unos seis metros por encima de las ruinas calcinadas y el movimiento de sus hélices hacía que las cenizas se esparcieran por la tierra. Las llamas volvieron a prender en algunos maderos y el humo ascendió en remolinos y llegó hasta nosotros.

Con el resplandor del suelo pude ver con claridad la cabina del helicóptero. Alcé el rifle, apunté cuidadosamente y disparé.

Olderton se abalanzó hacia mí y desvió el cañón de un golpe.

—¡Bastardo estúpido! —dijo—. Ahora sabrán que estamos aquí.