Hice que el coche pasara por encima del cable y frené cuando el parachoques tocó la valla de madera. Empujé ésta con el vehículo en primera hasta que crujió y cayó. Enfrente de nosotros el campo de deportes estaba desierto. Conduje a lo largo de él. Notaba cómo el coche daba tumbos y seguía y cruzaba las pistas de la competición del año anterior.
Salí del agua y me quedé recobrando el aliento en la orilla del río. La conmoción física del agua fría me había dejado exhausto. Todo el cuerpo me dolía y palpitaba. Permanecí inmóvil.
Me levanté cinco minutos más tarde y miré el lugar donde me esperaban Isobel y Sally, al otro lado del río. Marché contra la corriente, agarrando el extremo de la cuerda que había arrastrado detrás de mí, hasta situarme justo frente a ellas. Isobel estaba sentada en la orilla, no contemplándome, sino mirando vagamente río abajo. A su lado, Sally permanecía atenta.
Les grité instrucciones desde el agua. Vi que Sally decía algo a Isobel, que entonces meneaba la cabeza. Aguardé impaciente, sentía tiritar mis músculos en el principio del calambre. Volví a gritar e Isobel se levantó; Sally y ella se ataron el cabo de la cuerda alrededor de la cintura y el pecho, de la forma que yo les había mostrado, y se acercaron, muy nerviosas, al borde del agua. En mi impaciencia, quizá tiré demasiado fuerte de la cuerda. El caso fue que, justo cuando las dos llegaron a la orilla cayeron hacia adelante y empezaron a forcejear en los bajos. Isobel no sabía nadar y temió ahogarse. Vi que Sally se debatía con ella, empeñada en evitar que su madre se arrastrara para volver a la orilla.
Tiré de la cuerda para arrebatarles la iniciativa, y las arrastré hacia el centro del río. Siempre que la cara de Isobel salía a la superficie, ella gritaba en una mezcla de miedo y enfado. En menos de un minuto las tuve a mi lado. Sally se tumbó en la fangosa orilla. Me miraba en silencio. Yo deseaba que ella me criticara por lo que había hecho, pero no dijo nada. Isobel yacía apoyada en uno de sus costados, encogida. Vomitó agua durante varios minutos, luego renegó contra mí. No le hice caso.
Aunque el agua del río estaba fría, pues venía de las montañas, el ambiente era cálido. Hicimos inventario de nuestras pertenencias. No se había perdido nada al atravesar el río, pero todo quedó empapado. Parte de nuestro plan original era que Isobel mantuviera en alto nuestra mochila principal para que no se mojara, mientras Sally le ayudaba. Todas nuestras ropas y alimentos estaban húmedos, las cerillas eran inservibles. Decidimos quitarnos toda la ropa y colgarla en los arbustos y árboles, en la esperanza de encontrarla soportablemente seca por la mañana. Nos tendimos juntos en el suelo, arrimados en busca del calor mutuo. Temblábamos miserablemente. Isobel se durmió antes de transcurrida media hora, pero Sally se quedó en mis brazos con los ojos abiertos. Ambos sabíamos que el otro estaba despierto y así estuvimos buena parte de la noche.
Yo iba a pasar la noche con una mujer llamada Louise. Ella había reservado una habitación a tal efecto en un hotel de Goodge Street y dije a Isobel que iba a tomar parte en una larguísima reunión en el colegio, lo que me dio licencia suficiente para pasar la noche entera fuera de casa.
Louise y yo cenamos en un pequeño restaurante griego de Charlotte Street, y después fuimos a un cine de Tottenham Court Road para acortar un poco la noche. No recuerdo el título de la película, todo lo que sé es que era extranjera, que su diálogo estaba subtitulado en inglés y que trataba de una aventura amorosa, violentamente resuelta, entre un hombre de color y una mujer blanca. El filme contenía varias escenas de total franqueza sexual, y pese a que pocas salas deseaban ofrecer películas que describieran en detalle las diferentes formas del acto sexual, debido a varios precedentes de intervención policial, no había sido prohibido. No obstante, en la época que la vimos, la película llevaba más de un año en cartel sin contratiempos.
Louise y yo adquirimos localidades en la parte trasera de la sala y cuando la policía entró por las puertas laterales, pudimos comprobar la precisión con que actuó, indicio de lo cuidadosamente planeada que había sido la irrupción. Un policía permaneció en cada una de las puertas y los demás formaron un holgado cordón en torno a la concurrencia.
Durante uno o dos minutos dio la impresión de que no pasaría nada más y continuamos viendo la película… Hasta que se encendieron las luces. El filme siguió proyectándose y continuó así varios minutos más, hasta que se detuvo bruscamente.
Estuvimos sentados en la sala por veinte minutos sin saber qué estaba ocurriendo. Uno de los agentes que formaba parte del cordón se hallaba cerca de mí y le pregunté qué sucedía. Pero no me respondió.
Se nos ordenó abandonar la sala fila por fila y darnos a conocer por nuestros nombres y direcciones. Por fortuna yo no llevaba encima ningún tipo de identificación personal, lo cual me permitió proporcionar un nombre y dirección falsos, impedido de demostrar quién era. Pese a que revisaron mis bolsillos infructuosamente en busca de alguna señal de autenticidad de mis datos, se me permitió quedar en libertad después de que Louise confirmara mi identidad.
Volvimos al hotel inmediatamente y nos acostamos. Tras los sucesos de la noche descubrí que me había vuelto impotente, y a despecho de los mejores esfuerzos de Louise fuimos incapaces de llegar al coito.
El gobierno de John Tregarth llevaba tres meses en el poder.
Como adversarios, detestábamos a las tropas africanas. Continuamente oíamos rumores de su cobardía en la batalla y de su arrogancia en la victoria, por muy pequeña o relativa que esta fuera.
Un día encontramos a un miembro de la Real Fuerza Aérea Nacionalista que había sido capturado por una patrulla africana. Piloto hasta que las torturas de los africanos lo dejaron tullido, nos contó las brutalidades y atrocidades cometidas en sus centros militares de interrogatorio. Fue algo que convirtió nuestras experiencias personales como civiles en triviales e insignificantes. Había perdido una pierna por debajo de la rodilla y sufría de tendones lacerados en la otra, pese a lo cual se contaba entre los más afortunados. Nos pidió ayuda.
Eramos reacios a vernos involucrados y Lateef convocó a una reunión para decidir qué haríamos. Votamos finalmente por transportar al tullido hasta kilómetro y medio de distancia de la estación de la RFAN, y que desde allí siguiera solo su camino.
Poco después de este incidente fuimos rodeados por una patrulla africana numerosa y trasladados a uno de sus centros de interrogatorio para civiles. No les dijimos una sola palabra acerca del piloto, como tampoco comentamos sus métodos militares en general. En esta ocasión no hicimos intento alguno de resistirnos a la detención. Por mi parte, ello se debió a mis temores de que se me relacionara de algún modo con el reciente secuestro de las mujeres, mas por parte del grupo como totalidad, nuestra falta de resistencia fue resultado del letargo general que se experimentaba en aquella época.
Fuimos conducidos a un enorme edificio de las afueras de las poblaciones dominadas por los africanos. En una gran tienda de campaña levantada en la zona se nos pidió que nos desnudáramos y entráramos en un compartimento de desinfección. Era una parte de la tienda que había sido especialmente acondicionada para contener un vapor muy denso. Al salir pocos minutos después nos ordenaron que nos vistiéramos. Nuestras ropas yacían intactas donde las habíamos dejado.