Charlamos un rato de los africanos y el joven me explicó que esta población había sido plaza fuerte en otros tiempos, mas su organización había decaído. Aunque todavía se encontraban en ella cientos y cientos de soldados negros, estaban muy mal controlados y eran indisciplinados. Inquirí si él sabía algo del supuesto burdel africano y me confirmó su existencia. Dijo que había un gran trasiego de mujeres y que los africanos no tenían reparos en asesinar a las que no querían cooperar.
Me aseguró que el burdel se hallaba a menos de un kilómetro de allí y que podía guiarme si yo quería.
Le di las gracias, pero rechacé su ofrecimiento. Se marchó poco después, dándome instrucciones detalladas para encontrar al grupo que poseía el barco. Le dije que, en caso de que decidiera irme con ellos, estaría allí mismo la tarde siguiente.
Aguardé a que desapareciera de mi vista antes de caminar en la misma dirección.
Anduve lentamente hacia donde el joven me había indicado. Esto me obligó a abandonar la playa y continuar por las calles de la población. Había muchos más africanos en esta localidad y me di cuenta de que no iba a poder acercarme al edificio. Traté de acercarme desde distintas direcciones, pero siempre me detenían y me ordenaban que me fuera de allí.
El cansancio iba apoderándose de mí y regresé a la costa. Me senté en los guijarros y contemplé el mar.
Había mucho petróleo en el agua, y la playa, en numerosos lugares, se hallaba cubierta de un espeso lodo negro.
El silencio me consternó. No había una sola ave marina y las grasientas olas que rompían en la orilla eran despaciosas y carecían de espuma. La marea estaba bajando. En el mar, muy lejos, había un gran buque de guerra, pero no logré determinar su tipo o nacionalidad.
Lo que llamó mi atención por primera vez hacia los cadáveres fue la presencia de un batallón de soldados africanos que llegaron a la playa a medio kilómetro de donde yo me encontraba y después regresaron a la población. Me puse de pie.
Al andar, mis pies eran continuamente succionados por la espesa capa de petróleo que cubría los guijarros. Los cadáveres no podían verse con facilidad y, de no haber sabido que estaban allí, desde lejos los habría confundido con enormes porciones de petróleo coagulado. Todos eran negros y había diecisiete. Estaban desnudos y todos excepto uno eran mujeres. La negrura de la piel no correspondía a la de la pigmentación natural o la acción del petróleo, sino a pintura o betún. Avancé entre los cadáveres y pronto encontré a Isobel y Sally.
No advertí reacción alguna en mi interior. Más tarde sentí tristeza y mucho después una inquietante mezcla de terror y odio.
Aquella noche dormí en la playa. Por la mañana maté a un joven africano y le robé el rifle, y por la tarde me hallé de nuevo en la campiña.
Título original en inglés: FUGUE FOR A DARKENIG ISLAND
Traducción de César Terrón
Diseño de la portada: Julio Vivas
1972 Christopher Priest
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