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Eso significaba que la mitad de los huéspedes alojados en El Dorado no eran lo que se suponía. Como broche de todos estos engaños propios de los cerebros voluminosos, el traje de fajina de Mary Hepburn aún tenía bordado en el bolsillo delantero izquierdo el apellido del primer propietario, que era Kaplan. Y cuando ella y James Wait se conocieron al fin en el bar del hotel, él le dio su nombre falso y ella le dio su nombre verdadero, pero aun así él continuó llamándola «señora Kaplan», ensalzó al pueblo judío, etcétera.

Y cuando más tarde el capitán los casó en la cubierta del Bahía de Darwin, ella estaba convencida de que se había convertido en la esposa de Williard Flemming, y él en el marido de Mary Kaplan.

Esta especie de confusión sería imposible en la actualidad pues ya nadie tiene nombre, o profesión, o una historia persona! que contar. Todo lo que a uno le queda a modo de reputación es un olor que, desde el nacimiento hasta la muerte, no puede modificarse. La gente es lo que es, y eso es todo. La Ley de Selección Natural ha hecho a los seres humanos absolutamente honestos en este respecto. Cada cual es exactamente lo que parece ser.

Cuando *Andrew MacIntosh reservó tres camarotes privados en el viaje inaugural del Bahía de Darwin, Bobby King tuvo motivos para sentirse perplejo. *MacIntosh era propietario de un yate privado, el Omoo, que era casi tan grande como el barco crucero, y por tanto podría haber ido a las Galápagos por cuenta propia, sin someterse a estrechos contactos con extraños y a las disciplinas que impondría «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza». Los pasajeros del crucero, por ejemplo, no podrían bajar a tierra cuando se les antojase y comportarse allí como quisiesen. Bajarían siempre escoltados y supervisados por guías en todo momento, todos entrenados en la Estación de Investigación Darwin por hombres de ciencia que tenían un título en alguna de las ciencias naturales.

De modo que cuando King, que iba de ronda una noche por restaurantes y clubes, vio a *MacIntosh, a su hija y la perra en compañía de otras dos personas cenando en un sitio para celebridades llamado Elaine's, se detuvo junto a la mesa para decirles cuánto le complacía que se hubieran anotado en el crucero. Tenía muchos deseos de saber por qué se habían decidido, y así él podría utilizar esas mismas razones para inducir a otras celebridades públicas a que también ellos hicieran el viaje.

Sólo después de saludar a los MacIntosh se dio cuenca King de quiénes eran las otras dos personas sentadas a la mesa. Las conocía como para hablar con ellos, y así lo hizo. La mujer era la hembra más admirada del planeta, la señora Jacqueline Bouvier Kennedy Onassis, y su acompañante de aquella noche era el gran bailarín Rudolf Nureyev.

Nureyev, entre paréntesis, era un ex ciudadano de la Unión Soviética al que le habían concedido asilo político en Gran Bretaña. Y yo, que todavía vivía por entonces, era un ciudadano de los Estados Unidos al que se le había concedido asilo político en Suecia.

Sí, y a ambos nos gustaba la danza.

Corriendo el riesgo de recordarle a 'MacIntosh que era propietario de un yate trasatlántico, King le preguntó por qué encontraba atractivo el Bahía de Darwin. *MacIntosh, que era muy inteligente y había leído mucho, le espetó allí mismo un discurso sobre el daño que la gente egoísta e ignorante había hecho a las Islas Galápagos, cuando iban a tierra sin supervisión. Este material provenía de un artículo del National Geographic Magazine, revista que leía de cabo a rabo todos los meses. La hipótesis de la revista era que Ecuador necesitaría una flota del tamaño de todas las flotas combinadas del mundo para impedir que la gente desembarcara en las islas e hicieran lo que les viniera en gana, de modo que el frágil hábitat sólo podría preservarse si se enseñaba moderación a la gente. «Ningún buen ciudadano del planeta —decía el artículo—, debe bajar a tierra sin la compañía de un guía bien entrenado.»

Cuando Mary Hepburn, el capitán, Hisako Hiroguchi, Selena MacIntosh y los demás naufragaron en Santa Rosalía, no llevaban la compañía de un guía bien entrenado. Y, durante los primeros años que estuvieron allí, convirtieron en un verdadero infierno el frágil hábitat.

Justo a tiempo se dieron cuenta de que era su propio hábitat lo que estaban arruinando, que no eran meros visitantes.

Allí, en el restaurante Elaine's, *MacIntosh enfureció a su hechizada audiencia con historias de botas que aplastaban los nidos camuflados de las iguanas, de dedos codiciosos que arrebataban los huevos a los pájaros bobos, etcétera, etcétera. Sin embargo, de las historias que contó, la más atroz, también del National Geographic, fue la de gentes que tomaban en brazos a focas pequeñas, como si fueran niños humanos, para posar delante de los fotógrafos. Cuando el animalito era devuelto a su madre, ésta ya no lo alimentaba porque tenía otro olor.

—Así pues, ¿qué le sucede al pobre animalito que acaba de recibir el alto honor de ser acariciado por un bondadoso amante de la naturaleza? —preguntó *MacIntosh—. Se muere de hambre; todo por una fotografía.

De modo que su respuesta a la pregunta de Bobby King fue que pretendía dar buen ejemplo, y que esperaba que otros lo siguiesen, sumándose a «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza».

Es para mí una broma que este hombre se presentara a sí mismo como un ardiente conservadorista, pues muchas de las compañías de las que era director o accionista importante tenían fama de depredadoras del agua, el suelo o la atmósfera. Pero no era una broma para *MacIntosh, que había venido a este mundo incapaz de preocuparse mucho por nada. De modo que, para disimular esta deficiencia, se había convertido en un gran actor, fingiendo, aun para sí mismo, que se preocupaba apasionadamente por toda clase de cosas.

Con el mismo grado de convicción, le había dado a su hija una explicación totalmente diferente de por qué hacían el viaje a las islas en el Bahía de Darwin y no en el Omoo. Era posible que los Hiroguchi se sintieran atrapados en el Omoo pues sólo podrían hablar con los MacIntosh. En tales circunstancias quizá llegaran a tener miedo, y *Zenji podía negarse a seguir negociando y aun querer que lo dejaran en tierra en el puerto más cercano para poder regresar en avión a su país.

Como tantas otras personalidades patológicas en posiciones de poder de hace un millón de años, podía hacer casi cualquier cosa por impulso sin sentir nada demasiado. Las explicaciones lógicas, inventadas con toda comodidad, sólo llegaban más tarde.

Y que esa especie de comportamiento en la era de los cerebros voluminosos sirva como muestra de la historia de la guerra en la que tuve el honor de luchar, que fue la guerra de Vietnam.

19

Como la mayor parte de las personalidades patológicas, *Andrew MacIntosh nunca se cuidaba mucho de si lo que decía era verdad o no, y por lo tanto era extremadamente persuasivo. Y de tal modo conmovió a la viuda Onassis y a Rudolf Nureyev, que éstos pidieron a Bobby King más información acerca del «Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza», que él les envió a la mañana siguiente con un mensajero especial.

Como lo quiso la suerte, esa noche, en la cadena educativa, se exhibiría un documental sobre la vida de los pájaros bobos de patas azules, de modo que King adjuntó una nota en la que decía que quizá les gustaría verla. Esas aves serían de una importancia crucial para la supervivencia de la pequeña colonia humana de Santa Rosalía. Si no hubieran sido tan estúpidas, tan incapaces de advertir que los seres humanos eran peligrosos, es casi seguro que los primeros colonos habrían perecido de hambre.

El punto culminante de ese programa, como el punto culminante de las conferencias sobre las islas en la escuela secundaria de Ilium, era una película sobre la danza nupcial de los pájaros bobos de patas azules. La danza era como sigue: