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Dos de estas aves marinas aparecían sobre la lava. Eran aproximadamente del tamaño de los cormoranes acuáticos, con los mismos cuellos largos y serpentinos y un pico que se curvaba hacia abajo. Pero no habían abandonado la aviación, de modo que tenían alas grandes y fuertes. Las patas y los pies membranosos eran de un brillante y gomoso color azul. Atrapaban a los peces lanzándose en picada desde lo alto.

¡Peces! ¡Peces! ¡Peces!

Tenían el mismo aspecto, pero uno era un macho y el otro una hembra. No se miraban, dedicados los dos a sus propios asuntos. Sin embargo, no había mucho que hacer en la lava, y ellos no se alimentaban de alimañas ni de semillas, y tampoco buscaban materiales para construir un nido.

El macho dejaba de hacer aquello en lo que estaba tan ocupado, que era nada. Veía a la hembra. Apartaba los ojos, y volvía a mirarla, inmóvil, y en silencio. Los dos tenían voz, pero en ningún momento de la danza emitían sonido alguno.

La hembra miraba a un lado y a otro, y luego, accidentalmente, su mirada se cruzaba con la del macho. Estaban separados cinco metros o algo más.

Cuando Mary mostraba la película de la danza en la escuela secundaria, solía decir en este pasaje, como si estuviera hablando en nombre de la hembra: —¿Qué puede querer de mí esta persona tan rara? ¡Realmente! ¡Qué extravagancia!

El macho alzaba una brillante pata azul. La extendía en el aire como un abanico de papel.

Mary Hepburn decía una vez más, personificando a la hembra: -¿Qué puede ser eso? ¿Una de las maravillas del mundo? ¿Se cree que es el único pata azul de las islas?

El macho bajaba la paca y levantaba la otra, acercándose un paso a la hembra. Luego le mostraba la primera una vez más, y luego una vez más la segunda, mirándola fijamente a los ojos.

Mary decía en nombre de la hembra: —Yo me largo.— Pero la hembra no se largaba. Parecía pegada a la lava mientras el macho le mostraba una pata y luego la otra sin dejar de acercársele todo el tiempo.

Entonces la hembra levantaba una de sus patas azules y Mary decía: —¿Crees que tienes las patas tan bonitas? Mira esto si quieres ver una bonita pata. Sí, y tengo otra además.

La hembra bajaba una pata y levantaba la otra acercándose un paso al macho.

Mary callaba entonces. Ya no habría bromas antropomórficas. Seguir con el espectáculo corría ahora por cuenta de las aves. Acercándose entre sí con el mismo paso grave y majestuoso, sin que ninguno de los dos se apresurase o demorase, se encontraban por fin pecho contra pecho y pie contra pie.

En la escuela secundaria de Ilium, los alumnos no esperaban ver copular a las aves. La película era tan famosa, desde que Mary la había exhibido en el auditorio un mes de mayo, y luego años y años como una celebración educativa de la primavera, que todo el mundo sabía que no vería copular a las aves.

Lo que esas aves hacían frente a la cámara era sin embargo sumamente erótico. Ya pecho contra pecho y pie contra pie, erguían los cuellos sinuosos

como astas de banderas. Echaban la cabeza atrás tanto como podían, y juntaban los largos cuellos y las mandíbulas. Entre las dos formaban una torre j una única estructura afilada en lo alto y posada sobre cuatro patas azules.

De este modo quedaba solemnizado el matrimonio.

No había más testigos, no había otro pájaro bobo que celebrara qué buena pareja hacían o lo bien que habían bailado. En la película que Mary Hepburn solía exhibir en la escuela —quizá la misma, pensaba Bobby King, que la señora Onassis y Rudolf Nureyev disfrutarían por la cadena educativa—, los únicos testigos eran los miembros de cerebro voluminoso del equipo de filmación.

El título de la película era Apuntando al cielo, el mismo nombre que daban los científicos de cerebro voluminoso al momento en que las cabezas de las dos aves señalaban en la dirección exactamente opuesta a la de la atracción de la gravedad.

Y la señora Onassis se sintió tan conmovida por esta película que hizo que su secretaria llamara a Bobby King la mañana siguiente y preguntara si no sería demasiado tarde para reservar dos camarotes exteriores en la cubierta principal del Bahía de Darwin y emprender ellas también «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza».

20

Mary Hepburn solía conceder puntos adiciona-les a sus alumnos si escribían un pequeño poema o ensayo sobre esta danza nupcial. Aproximadamente la mitad de ellos entregaba algo, y de éstos poco más o menos la mitad consideraba que la danza era una prueba de que los animales veneraban a Dios. El resto de las respuestas tenía en cuenta otros aspectos. Un estudiante presentó un poema que Mary recordaría hasta el día de su muerte, y que le enseñó a Mandarax. El alumno se llamaba Noble Claggett, y moriría en la guerra de Vietnam; pero allí estaba su poema en el interior de Mandarax, y en compañía de fragmentos de algunos de los más grandes escritores que nunca hayan vivido. Era como sigue:

Por supuesto te quiero;

tengamos pues un hijo

que dirá exactamente

lo mismo que sus padres.

Por supuesto te quiero;

tengamos pues un hijo

que dirá exactamente

lo mismo que sus padres.

Por supuesto te quiero;

tengamos pues un hijo

que dirá exactamente

lo mismo que sus padres.

Etcétera.

Noble Claggett

(1947-1966)

Algunos alumnos pedían permiso para escribir sobre alguna otra criatura de las Galápagos, y Mary, qué era tan buena profesora, contestaba que sí, claro está. Y la alternativa favorita eran los expoliadores de los pájaros bobos, los grandes rabihorcados. Estos James Wait del mundo avícola se alimentaban del pescado que los pájaros bobos atrapaban, y el material para sus propios nidos lo sacaban de los nidos de los pájaros bobos. A cierta especie de alumno esto le parecía gracioso, y ese estudiante era casi invariablemente de sexo masculino.

Y un rasgo físico, singular, de los rabihorcados machos, también estaba destinado a atraer la atención de los varones humanos inmaduros, concentrados en la actividad eréctil de sus propios órganos sexuales. En la época del apareamiento los grandes rabihorcados machos intentaban atraer la atención de las hembras inflando un gran globo rojo en la base del cuello. En la época del apareamiento, y vista desde arriba, una bandada típica de rabihorcados parecía una enorme fiesta para niños humanos en la que cada uno de ellos hubiera recibido un globo rojo. De hecho, en esta época los grandes rabihorcados machos pavimentaban la isla, todos con la cabeza echada para atrás, los méritos maritales acrecentados por los pulmones a punto de reventar, mientras, en lo alto, las hembras volaban en grandes círculos.

Una por una las hembras se dejaban caer, habiendo escogido este o aquel otro globo rojo.

Cuando Mary Hepburn terminaba de mostrar la película sobre los grandes rabihorcados, y se levantaban las persianas de la clase y se encendían las luces, algunos alumnos, una vez más casi siempre de sexo masculino, solían preguntar, invariablemente, a veces de manera cínica, otras cómica, otras en fin amarga, pues odiaban a las mujeres y las temían: —¿Siempre intentan las hembras escoger los más grandes?

De modo que Mary tenia pronta una respuesta tan coherente, palabra por palabra, como cualquiera de las citas almacenadas en Mandarax: —Para responder a eso, tendríamos que entrevistar a las hembras de los rabihorcados, y que yo sepa nadie lo ha hecho hasta ahora. Algunas personas han consagrado su vida a estudiarlos, sin embargo, y según ellos las hembras en realidad eligen los globos rojos que señalan los sitios más adecuados para anidar. Esto tiene sentido en términos de supervivencia, como supongo entenderéis.