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»Y esto nos retrotrae al misterio realmente profundo de la danza nupcial de los pájaros bobos de patas azules, que no parece tener conexión alguna con la supervivencia, la necesidad de anidar o pescar, ¿Por qué la ejecutan entonces? ¿Nos atreveremos a llamarla «religión»? Si carecemos de esa clase de coraje, ¿podríamos llamarla «arte» al menos?

«Vuestros comentarios, por favor.

La danza de los pájaros bobos de patas azules, que la señora Onassis sintió de pronto deseos de ver en vivo, no ha cambiado un ápice en un millón de años. Tampoco han aprendido estas aves a tener miedo de nada. Tampoco han mostrado la más ligera inclinación a abandonar la aviación y hacerse submarinas.

En cuanto a la significación de la danza nupcial de los pájaros bobos de patas azules: estas aves son enormes moléculas de brillantes patas azules y no tienen ninguna posibilidad de elección. Por su propia naturaleza, les es preciso bailar exactamente como lo hacen.

Los seres humanos eran moléculas que podían ejecutar muchas especies de bailes, o negarse a bailar en absoluto, según se les antojara. Mi madre sabía bailar el vals, el tango, la rumba, el charleston, el lindy hop, el jitterbug, el watusi y el twist. Papá se negaba a bailar, como era su privilegio.

21

Cuando la señora Onassis dijo que quería ir en «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza», todo el mundo también quiso ir, y Roy y Mary Hepburn fueron olvidados casi enteramente, con su lamentable pequeña cabina bajo la línea de flotación. A fines de marzo, King pudo presentar una lista de pasajeros encabezada por la señora Onassis y seguida por nombres casi tan fascinantes como el de ella: el doctor Henry Kissinger, Mick Jagger, Paloma Picasso, William F. Buckley, Jr., y, por supuesto, *Andrew MacIntosh, Rudolf Nureyev, Walter Cronkite, etcétera, etcétera. En la publicación que incluía la lista de pasajeros se decía que *Zenji Hiroguchi, que viajaba con el nombre de Zenji Kenzaburo, era un famoso experto en enfermedades de anímales, para que pareciese así que estaba más o menos a la misma altura que los otros pasajeros.

En la lista no se incluyeron dos nombres por cuestión de delicadeza, con el fin de no plantear la embarazosa cuestión de quiénes eran, pues no eran nadie en absoluto: Roy y Mary Hepburn, con su lamentable pequeña cabina por debajo de la línea de flotación.

Y luego esta lista algo cercenada se convirtió en la lista oficial. De modo que cuando Aerolíneas Ecuatorianas envió un telegrama a cada miembro de la lista notificándoles que habría un vuelo especia! para todo el que por casualidad estuviera en Nueva York la noche anterior a la partida del Bahía de Darwin, Mary Hepburn no se contaba entre los notificados. Unas limusinas los recogerían en cualquier sitio de la ciudad en que se encontraran y los llevarían al aeropuerto. Cada uno de los asientos del avión podía convertirse en cama, y los asientos para turistas fueron reemplazados por mesas de cabaret y una pista de baile, donde una compañía del Baile) Folklórico Ecuatoriano ejecutaría danzas características de varias tribus indias, incluyendo la danza del fuego de los furtivos kanka-bonos. Se servirían comidas de gourmet acompañadas de vinos dignos de los mejores restaurantes de Francia. Todo esto sería libre de cargo, pero Roy y Mary Hepburn nunca lo supieron.

Sí, y no recibieron la carta que el doctor José Sepúlveda de la Madrid, el presidente de Ecuador, les envió en junio a todos los demás y en la que se los invitaba a un desayuno de gala en honor de los pasajeros en el Hotel El Dorado, seguido de un desfile en el que irían en floridas carrozas tiradas por caballos, desde el hotel hasta el muelle, donde embarcarían.

Tampoco recibió Mary el telegrama que King envió a todo el mundo el primero de noviembre, en el que reconocía que las nubes de tormenta que aparecían en el horizonte económico eran en verdad alarmantes. La economía del Ecuador, sin embargo, parecía todavía sólida, por lo que no había razones para creer que el Bahía de Darwin no navegase tal como había sido planeado. Lo que no decía fa carta, aunque King lo sabía, era que la lista de pasajeros había quedado reducida casi a la mitad. Las cancelaciones habían llegado de virtualmente todos los países allí representados, con excepción del Japón y los Estados Unidos. De modo que casi todos los que aún tenían intención de viajar se encontrarían en ese vuelo especial desde la ciudad de Nueva

York.

Y entonces la secretaria de King entró en el despacho para decirle que acababa de escuchar por radio que el Departamento de Estado aconsejaba a los ciudadanos norteamericanos que no viajaran al Ecuador en las presentes circunstancias.

De modo que eso fue lo que sucedió con lo que King consideraba el mejor trabajo de todos los que había hecho. Sin saber nada de arquitectura naval, había conseguido que un barco fuera más atractivo convenciendo a los propietarios de que no lo llamaran, como habían pensado, Antonio José de Sucre, sino Bahía de Darwin. Había transformado lo que habría sido mera rutina, un viaje de dos semanas a las islas, en «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza». ¿Cómo había hecho semejante milagro? Simplemente no dándole nunca otro nombre que el de «Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza».

SÍ, como ahora le parecía evidente a King, el Bahía de Darwin no se hacía a la mar en «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza» al mediodía del día siguiente, algunos efectos colaterales de la campaña persistirían un tiempo. Había enseñado a la gente abundante historia natural en los folletos de publicidad sobre las maravillas que verían la señora Onassis, el doctor Kissinger, Mick Jagger, etcétera, etcétera. Había creado dos nuevas celebridades: Robert Pépin, que Kíng había declarado «el más grande chef de Francia» después de contratarlo como jefe de cocina en el viaje inaugural, y el capitán Adolf von Kleist, capitán del Bahía de Darwin, con su narizota y el aire de estarle escondiendo al mundo una indecible tragedia personal, y que en los reportajes televisivos resultó ser un. comediante de primera.

King tenía en sus archivos la transcripción del desempeño del capitán en El espectáculo de esta noche del que era estrella Johnny Carson. En ese espectáculo, como en todos los demás, el capitán estaba deslumbrante en el uniforme blanco y dorado que tenía derecho a llevar como almirante de la Reserva Naval Ecuatoriana. La transcripción era como sigue:

Carson: «Von Kleist», de algún modo, no suena a apellido sudamericano.

Capitán: Es inca... en verdad es uno de los apellidos incas más corrientes, como «Smith» o «Jones» en inglés. Ya habrá leído las crónicas de los conquistadores españoles, que destruyeron el imperio inca por ser tan anticristiano.

Carson: ¿Sí...?

Capitán: Supongo que las habrá leído.

Carson: Las tengo en mi mesa de noche junto con Éxtasis y yo, la autobiografía de Hedy Lamarr.

Capitán: Entonces sabrá que uno de cada tres indios quemados por herejes se llamaba von Kleist.

Carson: ¿Son grandes las fuerzas navales ecuatorianas?

Capitán: Disponen de cuatro submarinos. Están siempre bajo el agua. Nunca suben.

Carson: ¿Nunca suben?

Capitán : No durante años y años.

Carson: ;Pero se mantienen en contacto por radio?

Capitán: No. No hay ningún contacto. Así lo han decidido ellos. A nosotros nos gustaría tener alguna noticia, pero ellos lo prefieren así.