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Otra especie de pinzón era un chupasangre y sobrevivía picoteando el largo cuello de algún pájaro bobo distraído, hasta que se formaban pequeñas cuentas de sangre. Luego bebía esa perfecta dieta con el corazón contento. Los seres humanos llamaban a este pájaro Geospiza difficilis.

El principal habitáculo de estos extraños pinzones, su Jardín del Edén, era la Isla de Santa Rosalía. Era probable que Mary nunca hubiera sabido nada de esta isla, tan alejada del archipiélago y tan raramente visitada por nadie, si no hubiese sido por esas bandadas de Geospiza difficilis. Y no habría dictado tantas clases de ellos, si los chupasangres no hubieran sido la única especie de pinzón por la que sus alumnos daban algo más que un rábano.

Como gran maestra que era, llamaba a los pinzones «...la mascota ideal para el conde Drácula». A la mayor parte de sus alumnos, como ella sabía, este conde enteramente irreal les parecía una persona más interesante que George Washington, por ejemplo, que no era más que el fundador de la patria.

Estaban mejor informados acerca de Drácula además, de modo que Mary podía ampliar la broma admitiendo que el conde no podría disfrutar de la compañía de la mascota, después de todo, puesto que él, a quien llamaba entonces Homo transsilvaniensis, dormía durante todo el día, mientras que el Geospiza difficilis dormía durante toda la noche. De modo que —decidía con fingida tristeza— la mejor mascota para el conde Drácula sigue siendo algún miembro de la familia Desmodontidae, que es el nombre científico del «vampiro».

Y luego llegaba a la culminación de la broma diciendo: —Si os encontrarais en Santa Rosalía y hubierais matado un espécimen de Geospiza difficilis ¿qué tendríais que hacer para que estuviera siempre muerto?

La respuesta era: —Tendríais que sepultarlo en una encrucijada, con el corazón atravesado por una estaca pequeña.

Sin embargo, lo que más intrigó al joven Charles Darwin fue que todas las especies de pinzones de las Islas Galápagos se comportaban, en la medida de lo posible, como una amplia variedad de aves continentales, mucho más especializadas. Estaba aún dispuesto a admitir, si resultara tener senado, que Dios Todopoderoso había creado a todas las criaturas tal como Darwin las había encontrado en ese viaje alrededor del mundo. Pero su voluminoso cerebro tuvo que preguntarse por qué el Creador, en el caso de las Islas Galápagos, habría encomendado todas las tareas propias de un pajarillo de tierra a un pinzón con frecuencia mal adaptado. ¿Qué pudo haber impedido al Creador, si consideraba que en las islas tenía que haber algún pájaro que picara maderos, crear un verdadero picamaderos? Si pensaba que un vampiro era una buena idea, ¿por qué, por todos los santos, no dio ese trabajo a un murciélago vampiro y no a un pinzón? ¿Un pinzón vampiro?

Y Mary solía plantear el mismo problema intelectual a sus alumnos concluyendo: —Vuestros comentarios, por favor.

Cuando Mary bajó a tierra por primera vez en el pico negro en el que había encallado el Bahía de Darwin, tropezó y cayó raspándose los nudillos de la mano derecha. No fue un acontecimiento doloroso. Se examinó brevemente las heridas. Éstas eran esos rasguños que sangran.

Entonces, un pinzón, del todo osado, se le posó en un dedo. No se sorprendió, pues había escuchado muchas historias de pinzones que aterrizaban en la ; cabeza y las manos de la gente para beberse copas o lo que fuere. De modo que decidió disfrutar de esta bienvenida a las islas. Mantuvo la mano inmóvil y le dijo con dulzura al pájaro: —¿A cuál de las trece especies de pinzones perteneces?

Como si entendiera la pregunta, el pájaro bebió las cuentas rojas que ella tenía en los nudillos.

Mary echó otro vistazo alrededor, sin sospechar que pasaría allí el resto de su vida, procurando millares de comidas a los pinzones vampiros. Le dijo al capitán por quien había perdido todo respeto:

—¿Decía usted que ésta es la Isla Rábida?

—Sí —dijo él—.Estoy perfectamente seguro.

—Bien, detesto tener que decírselo después de todo por lo que ha pasado —dijo—, pero se equivoca una vez más. Ésta tiene que ser Santa Rosalía.

—¿Y cómo puede estar tan segura?

Y ella dijo: —Este pajarito acaba de contármelo.

25

En la isla de Manhattan, Bobby King apagó la luz del despacho en lo alto del Chrysler Building, dio las buenas noches a su secretaria y se fue a su casa. No volverá a aparecer en esta historia. Nada más hizo desde ese momento que tuviera la menor relación con el futuro de la raza humana hasta que, al cabo de muchos años de múltiples afanes, entró en el túnel azul que conduce al Más Allá.

En la ciudad de Guayaquil, en el mismo momento en que Bobby King llegaba a su casa, *Zenji Hiroguchi abandonaba su habitación en El Dorado, enfadado con su esposa encinta. Ella había dicho cosas imperdonables acerca de los motivos que lo habían llevado a crear Gokubi, y luego Mandarax. *Zenji apretó el botón del ascensor y chasqueó los dedos.

Y luego se encontró en el corredor con la persona que menos deseaba ver, la causa de todas sus dificultades, *Andrew MacIntosh.

—Oh, aquí está usted —dijo 'MacIntosh—. Estaba por ir a decirle que algo ocurre con los teléfonos. Tan pronto como estén reparados, tendré muy buenas noticias para usted.

*Zenji, cuyos genes viven todavía hoy, estaba tan irritado con su esposa y ahora con *MacIntosh, que no pudo hablar. De modo que pulsó un mensaje en japonés en el teclado de Mandarax, y Mandarax lo expuso en inglés ante 'MacIntosh en la pequeña pantalla: No tengo ganas de hablar. Estoy muy alterado. Por favor, déjeme tranquilo.

Como Bobby Kíng, entre paréntesis, tampoco *MacIntosh tendría influencia en el futuro de la raza humana. Si diez años más tarde, en Santa Rosalía, la hija de *MacIntosh hubiera aceptado que la inseminaran artificialmente, la historia podría haber sido muy distinta. Creo que podría decirse con bastante seguridad que le habría agradado no poco participar en los experimentos de Mary Hepburn con el esperma del capitán. Si Selena hubiera sido más afortunada, todos en la actualidad tendrían los mismos antepasados que éclass="underline" los aguerridos soldados escoceses que en tiempos muy lejanos habían rechazado a las legiones romanas. ¡Qué oportunidad perdida! Como lo habría expresado Mandarax:

De todas las palabras del habla o de la pluma, estas

son las más tristes: «¡Pudo haber ocurrido!».

John Greenlcaf Whittier (1807-1892)

—¿Qué puedo hacer por ayudarlo? —preguntó *MacIntosh—. Haré lo que sea. Sólo dígalo.

*Zenji comprobó que ni siquiera podía sacudir la cabeza. Lo más que pudo hacer fue cerrar con fuerza los ojos. Y entonces el ascensor llegó y *Zenji pensó que se le volaría la tapa de los sesos cuando *MacIntosh entró con él en el ascensor.

—Mire —dijo 'MacIntosh mientras bajaban—, soy su amigo. Puede decirme lo que sea. Si soy yo el que lo molesta, puede mandarme al carajo y seré el primero en comprenderlo. Corneto errores. Soy humano.

Cuando llegaron al vestíbulo, el cerebro voluminoso de *Zenji le dio un consejo poco práctico, casi infanticlass="underline" de algún modo tenía que escapar de *MacIntosh; era capaz de vencer al atlético americano en una carrera pedestre.

De modo que salió escapado por la puerta de entrada del hotel hacia la sección acordonada por la policía en la calle Diez de Agosto, con 'MacIntosh pisándole los talones.

Los dos cruzaron el vestíbulo y salieron al sol tan de prisa, que el infeliz von Kleist, *Siegfried, que estaba en el bar detrás de la barra, no pudo avisarles a tiempo. Demasiado tarde gritó: —¡Por favor! ¡Por favor! ¡Yo no lo haría si fuera ustedes!

Y echó a correr tras ellos.