Charles Dickens (1812-1870)
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A veces me pongo a especular acerca de en qué se habría convertido la humanidad si los primeros colonos de Santa Rosalía hubieran sido la lista original de pasajeros y la tripulación del «Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza»: el capitán von Kleist, ciertamente, Hisako Hiroguchi, Selena MacIntosh, Mary Hepburn, y en lugar de las niñas kanka-bonas, los marineros y oficiales y Jacqueline Onassis y el doctor Henry Kissinger y Rudolf Nureyev y Mick Jagger y Paloma Picasso y Walter Cronkite y Bobby King y Robert Pépin, «el más grande chef de Francia», y, por supuesto, Andrew MacIntosh y Zenji Hiroguchi, etcétera.
La isla apenas podría haber dado cabida a esa cantidad de gente. Habría habido luchas, peleas, quizás alguna matanza, si los alimentos y el agua llegaran a escasear. Y supongo que algunos de ellos habrían imaginado que la Naturaleza o algo por el estilo se sentiría muy satisfecha si ellos salían victoriosos. Pero la supervivencia de estas gentes no hubiera contado demasiado, si no podían reproducirse, y la mayor parte de las mujeres de la lista de pasajeros no estaban ya en edad de tener hijos, de modo que no valía la pena luchar por ellas.
Durante los primeros trece años en Santa Rosalía, antes que Akiko llegara a la pubertad, en realidad las únicas mujeres fértiles habían sido Selena, que era ciega, Hisako Hiroguchi, que ya había parido a una niña toda cubierta de pelo, y otras tres normales. Y probablemente todas habrían sido preñadas por los triunfadores, aunque ellas se opusieran. Y a la larga, no creo que tuviera demasiada importancia qué miembros de sexo masculino pudieran ser los inseminadores, Mick Jagger, el doctor Henry Kissinger, el capitán o el camarero de a bordo. La humanidad no se diferenciaría demasiado de lo que es hoy.
A la larga, los sobrevivientes hubieran continuado siendo no los luchadores más feroces, sino los pescadores más eficaces. Así es como funcionan las cosas aquí en las islas.
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Hubo langostas de Maine vivas cuya capacidad de supervivencia estuvo también a un pelo de ser puesta a prueba en el Archipiélago de las Galápagos. Antes que el Bahía de Darwin fuera saqueado, había doscientas de ellas en la bodega, en tanques de agua salada.
Las aguas que rodeaban Santa Rosalía eran sin duda bastante frías para ellas, aunque quizá demasiado profundas. De cualquier modo las langostas de Maine tenían otra característica: como los seres humanos, eran capaces de comer casi cualquier cosa, si no había otro remedio.
Y el capitán von Kleist, cuando fue viejo, muy viejo, recordaba esos tanques de langostas. Cuanto más viejo se volvía, más vividamente recordaba los acontecimientos del lejano pasado. Y después de cenar, una noche, deleitó a Akiko, la hija peluda de Hisako Hiroguchi, con un cuento de ciencia ficción en el que las langostas de Maine habían llegado a las islas; al cabo de un millón de años, como de hecho han pasado ahora, las langostas habían llegado a ser la especie dominante del planeta y habían construido ciudades, teatros, hospitales, servicios de transporte público, etcétera. Las langostas tocaban el violín, resolvían casos de asesinatos, practicaban microcirugía, se suscribían a clubes de libros, etcétera, etcétera.
La moraleja de la historia era que las langostas estaban haciendo exactamente lo mismo que los seres humanos, esto es, convertir todo en un verdadero desastre. Todas deseaban ser langostas normales y corrientes, en particular desde que no había ya seres humanos que quisieran hervirlas vivas.
Por empezar, ésa era la única queja que tenían: que las hirviesen vivas. Ahora bien, como ya no querían que las hirviesen vivas, tuvieron que mantener orquestas sinfónicas, etcétera, etcétera. El vocero de la historia del capitán era el mal pagado corno francés de la Orquesta Sinfónica de Langostópolis, cuya esposa acababa de fugarse con un jugador de hockey sobre hielo.
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Cuando inventó esta historia, no tenía idea de que la humanidad entera estaba a punto de extinguirse, que las otras formas de vida se enfrentaban cada vez con menor oposición cuando tendían a volverse dominantes. El capitán nunca se enteraría, ni ningún otro en las Galápagos. Y no sólo me refiero al dominio de las grandes formas de vida sobre otras igualmente grandes. A decir verdad, los organismos dominantes del planeta han sido siempre microscópicos. En todos los encuentros entre David y Goliat, ¿hubo alguna ocasión en la que venciera Goliat?
En verdad, entre las criaturas grandes, entre los luchadores visibles, las langostas eran por cierto pobres candidatos a volverse tan complicadamente constructivas y destructivas como la humanidad. Si el capitán hubiera contado esa fábula mordaz con los pulpos como protagonistas en lugar de las langostas, no hubiese parecido tan ridícula. Entonces, como ahora, esas blandas y húmedas criaturas tenían un cerebro altamente desarrollado, con una función básica: gobernar unos brazos versátiles. En esto, en verdad, no difería tanto de los cerebros humanos. Era verosímil que los cerebros de los pulpos pudiesen hacer otras cosas con los brazos, además de atrapar peces.
Pero no he visto todavía pulpo alguno, ni ninguna otra clase de animal, por lo demás, que no se contentara con pasarse los días en tierra recogiendo alimentos, que no evitara los experimentos de codicia y ambición ilimitadas llevados a cabo por la humanidad.
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En cuanto a la posibilidad de una rentrée de la humanidad, de que volviera a utilizar herramientas, levantar casas, tocar instrumentos musicales, etcétera: esta vez tendrían que hacerlo con el hocico. Los brazos se han vuelto aletas que han encerrado e inmovilizado los huesos de las manos. Cada aleta tiene cinco protuberancias, meramente ornamentales, atractivas para el miembro del sexo opuesto en la época del apareamiento. Son en realidad las puntas de los dedos eliminados. Además, las partes del cerebro humano que antes gobernaban las manos sencillamente ya no existen, y los cráneos, en consecuencia, tienen una forma mucho más aerodinámica. Cuanto más aerodinámico sea el cráneo mejor pescadora es la persona.
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Si la gente es capaz de nadar ahora tan rápidamente y tanto tiempo como las focas, ¿qué les impide nadar todo el camino de vuelta hasta el continente, de donde vinieron otrora sus ancestros? Respuesta: nada.
Muchos lo han intentado y lo intentarán durante los períodos de escasez de pescado o de superpoblación. Pero la bacteria que devora los huevos humanos siempre está allí para darles la bienvenida.
Baste eso en cuanto a la exploración.
Además, hay tanta paz aquí. ¿Por qué nadie querría vivir en el continente? Cada una de estas islas se ha convertido en un sitio ideal para la crianza de los hijos, con cocoteros ondulantes, amplias playas blancas y limpias lagunas azules.
Y la gente es tan inocente y tranquila ahora, todo porque la evolución les quitó las manos.
Dijo Mandarax:
A obras de esfuerzo o de habilidad
me dedicaría de buen grado.
Satán siempre encuentra ocupación
para la ociosa mano.
Isaac Watts (1674-1748)
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Y había ese piloto peruano hace un millón de años, un joven teniente coronel que conducía su bombardero de jirón a jirón de materia finamente dividida en el borde mismo de la atmósfera del planeta. Su nombre era Guillermo Reyes, y podía sobrevivir a esa altura porque había inflado el traje y el casco con una atmósfera artificial. La gente era entonces tan maravillosa que convertía en realidad sueños imposibles.
El coronel Reyes había discutido con un colega, sin llegar a ninguna conclusión, sobre si había algo mejor que el contacto sexual. Se comunicaba ahora por radio con el mismo camarada que había regresado a la base aérea en Perú, y que le comunicaría el momento preciso en que Perú estuviera oficialmente en guerra con Ecuador.